32. Cocineros profesionales

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—Hola, Star.

—¿Cómo has entrado? —fue lo único que me salió decir en aquel entonces.

—Un vecino me... abrió. ¿Te molesto?

—No, para nada. No me molestas. Es solo que... no esperaba tener visitas a esta hora —murmuré.

Lo invité a pasar por cortesía. Todavía no entendía qué hacía él aquí. Es decir... no había hecho nada malo, pero me ponía nerviosa imaginar que tal vez había venido para hablarme de lo de la otra vez. Sabiendo que yo no quería hablar de eso.

—Siento haber venido de la nada —dijo.

—Sonreí —No te preocupes. ¿A qué has venido?

—Suspiró —Presiento que nuestra amistad se ha arruinado —confesó. Me quedé mirándolo.

—Por mi culpa —continuó —. No quiero que dejemos de ser amigos, Star.

—Sí, bueno... yo tampoco —admití.

—No dejaré de sentir cosas por ti así como así —empezó —, pero, podríamos dejarlos de lado, ignorarlos y continuar la amistad.

Lo consideré. Tal vez era lo mejor.

—Sonreí —Sí, me parece bien.

Nos dimos un pequeño abrazo en el que me sentí extraña. Al separarnos, mantuvimos el contacto visual.

—Bueno... yo estaba estudiando antes de que llegaras —comenté.

—Oh, ¿quieres que me vaya? —ofreció —, puedo venir otro día.

—No hace falta. Iba a decirte si quieres escuchar todo lo que sé —propuse con una sonrisa divertida. Adoro que me escuchen mientras yo digo todo de forma oral.

—Se rió —Pues, vale. Adelante.

Nos sentamos en el sofá y comencé a contarle absolutamente todo.

En algunas partes me trabe, pero logré continuar.
Por suerte, el examen era escrito, pero no hacía mal repasarlo de forma oral.

Lo bueno era que no me había aprendido todo de memoria, había estado intentando decirlo con mis palabras para que fuera más fluido y menos robótico. A los profesores les suele gustar más que los alumnos aprendan y que no digan todo de memoria. Supongo que, en vez de decirlo todo de memoria, si lo dices según lo que entiendes, te queda muchísimo más en la mente.

—¿Lo he dicho todo bien? —consulte, nerviosa.
Liam había estado supervisando que dijera todo correctamente al tener mis apuntes en sus manos.

—No bien —me espante al escuchar eso —, ¡perfecto! —finalizó con una sonrisa. Me calmé por completo al oírlo decir eso.

Aplaudí feliz, con una sonrisa victoriosa de oreja a oreja en mi rostro.

—Merezco un premio. ¿Te apetece cocinar? —propuse.

—¿Cocinar qué?

—Brownie —dije, divertida.

Y allí estábamos, a punto de cocinar brownie.
Seguíamos los pasos de una receta que habíamos encontrado por internet, rezando porque tuviéramos los ingredientes necesarios.

—Necesitamos dos huevos —leí. Él abrió la nevera y los tomó. Los apoyó sobre la encimera y me miró, esperando a que continuara.

—Una cucharada de agua, chocolate... ¿Tenemos chocolate? —pregunté.

Liam revisó las alacenas y encontró una barra de chocolate mordida, pero supongo que servía.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora