37. Slut!

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Hoy a la noche habría una fiesta, una muy importante, ya que llevaríamos a cabo el plan.
Comenzaríamos a expandir rumores de Emily por doquier.

Admito que todavía me sentía mal por hacer eso, pero era la única forma. Literalmente, la única.

Era por el bien de todos.

Todavía me encontraba algo mal por lo que había pasado con Olivia. Aunque, por suerte, Elliot me había hecho sentir un poco mejor.

No olvidaba los comentarios de ella, pero, cuando aparecían en mi mente, intentaba reemplazarlos por los comentarios de él.

—No comprendo cómo es que las mujeres tardan tanto en absolutamente todo —confesó Iker mientras se encontraba tirado en mi cama.
Se divertía con una pelota de tenis, la cual arrojaba hacia arriba y la atrapaba en el aire con su mano.

—Yo menos —se sumó Jacob.

—No tardamos —me defendí.

Ellos dos intercambiaron una mirada.

—Si tú lo dices.

Por otro lado, Stella estaba estresada y hablando en sola en voz alta mientras caminaba por todas partes.

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Ada sin dejar de leer su revista de maquillajes.

—¡No encuentro mis jodidos zapatos! —exclamó.

—Oh, los puse junto a la puerta —dije. Me reí nerviosa sin saber cómo reaccionaría, ya que los llevaba buscando desde hace rato.
Pero sonrió y me abrazó.

—Creo que te amo.

—Casémonos —propuse.

—Ya estamos casadas, ¿qué dices?

—Me pesan los cuernos —murmuró Elliot desde la cocina al estar escuchando la conversación. Iker y Jacob rompieron a reír.

Stella regresó con sus zapatos y se sentó en la cama mientras se los ponía.

—No comprendo por qué se apresuran tanto.
La fiesta es en tres horas —sentenció Liam.

—¡Es fácil para ti decirlo, solo tienes que buscar un buen outfit y listo! —exclamó Stella, molesta.

—Es que nosotros somos más guapos naturalmente —murmuró Iker. Se quejó cuando la pelota le cayó en la cara al no lograr atraparla.

—¡Ja! feo —dijo Stella. Él lo miró con mala cara.

—Idiota.

—Imbécil.

—Cabeza hueca.

—¡Enano!

—¡Rata asquerosa!

—¡Capullo!

—¡Descerebrada!

—¡Suripanta!

—¡Basta! —exclamó Ada.

Elliot entró a mi habitación con un vaso de agua en manos y un alfajor mordido que todavía estaba masticando.

—¿¡Por qué te comiste mi alfajor!? —reproché, enojada.

—Tenía hambre.

Se lo arrebaté y le di un mordisco.

—Muerto de hambre —protesté con la boca llena.

—Déjame en paz. Y mastica antes de hablar.

Para molestarlo, abrí la boca y le enseñé el alfajor destruido dentro de mi boca.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora