27. Getaway Car

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—¿Un jersey? —repitió Iker, horrorizado. Me miraba con una mueca de disgusto mientras observaba el jersey rojo que sostenía con mis manos.

Yo, por otro lado, tenía una amplia sonrisa en mi rostro.

—¿Qué? ¿no te gusta?

—No voy a usar eso.

—Me reí —No es para ti, tontito. ¿No tienes alguna hermana que le guste?

—No tengo hermanas.

—Vale... ¿una prima?

—Tengo primos, pero no creo que les apetezca usar eso.

—¿Tu madre?

Lo considero un momento.

—Podría ser un buen regalo de cumpleaños —pensó —. Gracias. Creo que te quiero.

Hizo que riera.

Se lo entregué y lo miró mejor.

—Pero, no entiendo, ¿este no es tu jersey favorito?

—Lo era, ya no.

Me miro, confundido.

—Lo usas casi siempre. Te queda mejor a ti que a mi madre.

Hizo que riera.

—Ya, pero... Últimamente no me gusta cómo me queda.

—Pues, mejor para mí.

Me despedí de la prenda de ropa con una mirada triste, mientras él lo guardaba en su bolso.

La verdad era que adoraba ese jersey, pero ya no soportaba seguir usándolo. No me quedaba de maravilla como antes. Y me sentía peor al tenerlo puesto que al no usarlo.

—Vale, ya —me miró —, a lo que vine. Dime qué es lo que sabes.

Y así, Iker comenzó a analizar cuánto sabía para mi examen. Iba a tener uno muy importante y no podía desaprobarlo.

Cuando me confundía en la más mínima cosa, me golpeaba en la cabeza con mis apuntes y me hacía volver a repetirlo hasta que me saliera perfecto.

Estuvimos así durante casi tres horas enteras. Lo bueno es que me sabía todo, salvo ese maldito texto que... Bueno, era demasiado largo y tenía palabras muy complejas. Pero Iker me lo incrustó en la cabeza cuando me hizo repetirlo doce veces seguidas.

—Si no apruebas ese examen, me avisas e iré a hablar personalmente con tu profesor —advirtió.

—Te saca dos cabezas.

—Se encogió de hombros, con el ceño fruncido —Qué me importa. La inteligencia es mejor que la fuerza, y no dudo que yo soy más inteligente que ese patan.

Iker tiene muy buenas notas, supongo que siempre encuentra un espacio para recordarlo.

—No lo dudo. Si te golpea, dile cuánto es 2+2 y caerá rendido al suelo suplicándote que no le hagas daño —bromeé.

—¡Mi coeficiente intelectual es muchísimo más alto que tan solo saber cuánto es 2+2!

Me reí a carcajadas cuando lo vi enojado. Su cara es tan graciosa que cuando se enfurece se convierte el triple más divertida.

—En fin. ¡Y nada de machetes! —añadió  —. Tienes que ir limpia al examen y aprobarlo con tus propios conocimientos.

—¿Qué clase de persona se copia en la universidad? no tiene sentido.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora