38. The Great War

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Maratón
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Abrí los ojos como platos al revisar LixfordGossip. El rumor se había viralizado y había sido publicado en menos de una semana.

Todo iba a la perfección.

Entre esos días de la semana, estuvimos expandiendo más rumores, de diferentes personas. Solo era cuestión de esperar.

Cambiando de tema, Elliot se había dedicado a ayudarme con la comida, aunque todavía me costaba demasiado.
He llegado a engañarlo con tal de no comer, de todas formas, no siempre estábamos juntos, por lo que no solía darse cuenta.

Sabía que lo que yo hacía estaba mal, pero no podía controlarme.

De vez en cuando volvían a surgirme atracones.
Al día siguiente me sentía culpable por haber comido tanto.

Por otro lado, me encontraba bajando las escaleras casi corriendo, ya que Elliot me arrastraba mientras sostenía mi mano y me obliga a que me apresurara.

—¡Elliot, espera! —exclamé divertida.

—¡Rápido!

Llegamos a la planta baja, ambos salimos del edificio. Él se veía extrañamente feliz.

—¿Qué quieres enseñarme? —pregunté, confundida.

—Adivina quién volvió.

Me inmovilice cuando vi su motocicleta ante mi.

—Oh, no, no, no. Claro que no.

—Oh, claro que sí.

—¡No me hagas esto, Elliot!

—Que mala eres. Ella te ha extrañado —bromeó al dirigirse hacia la moto.

—Pues, yo no la he extrañado ni un poco.

Se veía entretenido al ver mi sufrimiento. Maldito.

—Vamos a dar una vuelta —sentenció.

Di un paso atrás sin dejar de mirarlo.

—Estás loco.

—Para darle la bienvenida.

—No quiero darle la bienvenida.

Y, de esa forma, me encontré sentada sobre la moto en contra de mi voluntad.

Elliot me entregó un casco y lo cogí con disgusto.

—Te dejaría ahora mismo —admití.

—No lo harías.

—Oh, claro que sí. No puedo creer que seamos novios.

—Yo sí, soy encantador.

En efecto, no paré de quejarme en toda la vuelta a la manzana que dimos. Estaba asustada, antes era más... normal andar en moto con Elliot,
pero habíamos dejado de hacerlo por MESES, ya que la maldita se había averiado.

Era mi mayor pesadilla el hecho de que la motocicleta se arreglase. Nunca creí que una pesadilla podría volverse real.

—Ve más despacio —reproché.

—No hay ni un solo coche en la calle. No pasará nada.

—¡Nos vamos a estrellar!

Llegamos a la puerta del edificio sanos y salvos.
Me bajé de la moto con molestia y lo miré con mala cara. Él más bien se veía divertido.

—Te odio.

—Estoy acostumbrado a que me lo digas.

—¡Pues, síguete acostumbrando! te odio —repetí.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora