11. Una ayudita para el estrés

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A la mañana siguiente, entramos a la residencia con la mano de Elliot metida en el bolsillo trasero de mi pantalón. Todas las miradas estaban posadas sobre nosotros. Estaba funcionando.

Cuando Elliot se despidió de mi y se fue a su clase, me acerqué a una esquina, donde se encontraban mis amigas.

—¡Todos hablan de ustedes! —exclamó Stella en un susurro emocionado.

—¿De verdad?

—¡Sí! Aunque... no siempre de buena forma. ¡Pero ignóralos!

—¿Por qué lo dices? —pregunté.

Ambas intercambiaron una mirada sospechosa.

—¿Qué pasó? —insistí.

Ada me entregó su móvil. Como siempre, era la página de chismes de la universidad.

Esta vez, habían publicado una foto mía y de Elliot, fue el día de ayer, cuando estábamos hablando junto a mi casillero.

Mi mirada bajó a la descripción y leí: "Elliot y Starlie, más secos que nunca. ¿Será una relación falsa?" Eso me llevó a pensar que, tal vez, la que maneja esa cuenta, podría ser una de las chicas que escuché hablar en el baño.

Por otro lado, los comentarios eran la peor parte. Habían miles de criticas hacia mi persona, a Elliot nunca le decían nada, siempre era yo a la que odiaban.

Suspiré y le devolví el móvil de mala forma. Fue automático, no lo controlé.

—Wow, cuidado —murmuró.

Me dejé caer sobre la pared y me encargué de observar mal a todas esas personas que también me miraban mal en ese preciso momento. Me tenían harta.

—Star, tranquilízate —sentenció Stella.

—¡No me pidas que me tranquilice! ¡Esos idiotas no paran de meterse en cosas que no les importa!

—Ese es el punto, Star. A todos les interesa la relación que tienes con Elliot —comentó Ada.

—¡Pero son insoportables! ¡las chicas me odian y los chicos me llaman puta! ¡pero a Elliot lo admiran y lo llaman ganador!

No dijeron nada.

El timbre sonó indicando que cada uno debía ir a su clase. Ada se dirigió a su clase, ya que iba a una distinta a la de Stella y yo.

—¿Vienes? —preguntó Stella con una sonrisa débil.

No tenía intenciones de asistir a clases, estaba demasiado estresada y furiosa como para hacerlo.

—Suspiré —No. Te veo luego.

Salí de la residencia y tomé aire. Me encontraba a la vuelta de la universidad, quería estar sola, al menos por un tiempo.

—¿Qué haces aquí? —me preguntaron.
Al girarme, vi a Alexander Macauley. Estaba fumando justo frente a mi. No había notado que era él.

—Nada, tomo aire.

Estaba apoyada contra una pared, él se paró a mi lado y también se apoyó contra la misma pared.

—¿Estrés?

—Sí —respondí.

—Es lógico, nadie les cree.

—Lo miré —¿Cómo sabes que estoy molesta por eso?

—Te escuché.

—¿Por qué escuchas mis conversaciones?

—Porque estabas gritando como una loca.
No me sorprendería que media universidad te haya oído quejarte.

—Rodee los ojos —Como sea.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora