23. La manager

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Al día siguiente, Elliot y yo no habíamos hablado demasiado. La cosa estaba tensa.

Caminé por la cafetería con mi bandeja de comida mientras me dirigía a mi mesa.

—Hola —murmuré.

—Hola —murmuró Ada.

Stella había faltado a clases, se sentía mal por lo de la otra noche. Le había pegado más de lo que creí.

—¿Cómo estuvo tu noche con Spender? —pregunté con una sonrisa pícara.

—Soltó una risa —Muy bien... Casi te mato cuando entraste a la habitación de golpe.

Me reí a carcajadas al recordar el momento. Ada me observaba indignada mientras comía.

—¿No sabes golpear la puerta? —me preguntó.

—¿Cómo iba a imaginarme que habrían dos personas follando allí dentro?

—Te odio —admitió —. ¿Y Stella?

—¿No te lo contó?

—Me miró —No. ¿Contarme qué?

Me acerqué un poco a ella y bajé el tono de voz.

—Alexander la rechazó. Básicamente le dió a entender que solo quería tener sexo con ella.

—Vaya... Sabía que es un gilipollas, pero no creí que tanto.

—Me pasa lo mismo. Fue horrible, si hubieras escuchado...

—Espera, ¿estabas allí cuando ocurrió?

¿Qué mierda me pasaba últimamente? ¿por qué se me escapaba absolutamente todo?

—No... Sí... Bueno... —suspiré —, escuché la conversación a escondidas. No se lo digas.

—Rió —Siempre fuiste así de metida.

—¡Oye!

—En fin —se llevó una papa a la boca —, el chico es un idiota. Si se le acerca a mi Stella...

—Mejor no hagas nada —me adelanté en decir sabiendo cómo es Ada cuando se enoja.

De pronto, Elliot entró a la cafetería. Todas las miradas se posaron en él, incluyéndome.

Me paré inconscientemente cuando pasó por mi lado. Me ignoró completamente.

Me volví a sentar fingiendo que nada había pasado.
Pero, a ser sincera, todos allí habían visto eso.

—Okey... ¿qué pasó? —me preguntó Ada.

—Suspiré y negué con la cabeza —Discutimos.

—¿Acaso siempre discuten?

—Solemos chocar mucho pero, sacando eso...

—¿Se la pasan genial y son el uno para el otro? —dedujo.

—La miré, perpleja —Sí, exacto.

—Deberían hablar. ¿Por qué discutieron esta vez?

—Le mentí y, según él, detesta las mentiras.

Patético. Aunque, no deberíamos juzgarlo sin saber el por qué las odia.

—Lo sé, eso mismo pensé anoche, pero estaba demasiado molesta como para ir a hablarle.
¿Te vas a comer eso? —pregunté.

—Todo tuyo.

La hora del almuerzo terminó y me dirigí a mi última clase. Caminé por los pasillos, notando que todos me miraban más de lo normal.
Extrañada, tomé mi móvil y supe de lo que se trataba.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora