7. Shake It Off

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Mientras buscaba apresuradamente mi libro de poesía, repasaba en mi mente todo lo que había estudiado. Hoy tenía examen y estaba más nerviosa de lo normal.

Cuando encontré el libro y terminé de armar mi bolso, corrí al apartamento de Elliot y toqué la puerta sin parar hasta que por fin abrió.

Me observó con amargura, como siempre.

Vestía una camisa negra a medio abotonar.

—Me llevas, ¿verdad? —pregunté.

—Claro. Eres mi novia —ironizó.

—Pues, apresúrate si no quieres que te deje aquí mismo.

—Faltan veinte minutos —murmuró mientras se alejaba a la vez que trataba de abrochar su camisa.

—Lo sé, pero desperté antes porque debía estudiar.

—¿Tienes examen?

—Ajá.

Cuando me hizo pasar, me senté en una de las banquetas que estaban frente a la encimera y apoyé mi cuaderno de resúmenes sobre la misma. Él continuó tratando de abrochar su camisa.

Lo miré con atención, intentando contener la risa.

—¿Quieres que te ayude? —ofrecí.

—No. Yo puedo.

—No lo estás logrando.

—No necesito tu ayuda —aseguró.

—Tú me ayudaste con mis zapatos. Anda, ven.

Con cara de culo amargado, se acercó a mi y comencé a abrochar los cinco botones que faltaban.

—¿Este es tu resumen? —me preguntó a la vez que tomaba mi cuaderno.

—Sí.

Lo abrió y comenzó a leer.

—¿Cuál es la importancia de la filosofía? —me preguntó.

—Reí —¿Me estás tomando?

Asintió.

—Pues, la filosofía aporta herramientas de pensamiento crítico que ayudan a cuestionar la tradición y la autoridad.

Me miró con una mueca de orgullo.

—Vale, no creí que lo supieras —admitió.

—He estudiado mucho. Quédate quieto —reproché cuando iba por el último botón.

—No me estoy moviendo —protestó.

—Sí lo estás.

Cuando por fin lo logré, alejé mis manos y él se observó la camisa.

—Gracias.

—Sonreí —No es nada. Ahora, vámonos.

Estando dentro del coche, Elliot colocó las llaves e intentó arrancar.

—¿Qué pasa? —pregunté al darme cuenta de que lo había intentado unas tres veces, aproximadamente.

Apoyó su frente en el volante y cerró los ojos.

—¿Qué? —insistí.

—No tiene gasolina.

Sabía lo que se venía. Maldita motocicleta.

Me senté atrás de él con mi casco ya puesto y lo abracé por detrás casi temblando.

—Deja de temblar.

—N-no puedo. Me aterra esta cosa.

—Esta "cosa" se llama motocicleta.

—Lo que sea. ¿No podemos ir caminando?

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora