20. Daylight

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Mis ojos se abrieron. Tardé un momento en entender qué estaba pasando.

Parpadeé al notar que había alguien a mi lado. Entonces, algunos de los recuerdos de la noche anterior vinieron a mi mente.

Noté que ambos estábamos en ropa interior y me infarté. No comprendía. ¿Acaso habíamos hecho...? No, imposible.

Me mantuve mirándolo durante unos minutos. Estaba dormido plácidamente, su rostro se veía totalmente relajado.

Me aparté con cuidado y salí de la cama sin hacer un solo ruido. Fui de puntillas a mi armario para ponerme ropa rápidamente

Me dirigí hacia la puerta de mi habitación y le eché una última mirada a Elliot. No pude evitar sonreír.

En la cocina, me preparé una taza de café y me senté en el sofá mientras miraba mi móvil.

Entonces vi nuestra ropa tirada y recordé el por qué estábamos ambos estábamos en ropa interior. Contuve una risita.

Cogí las prendas y las doblé. Dejé las suyas sobre el escritorio de mi habitación para que las viera cuando se levantara.

Terminé de beber mi café. Llevé la taza al lavavajillas y me detuve cuando escuché una voz proveniente de mi cuarto.

Me acerqué a la puerta, Elliot parecía hablar con alguien. ¿Abría o no...?

Abrí.

Me encontré a Elliot sentado en mi cama, hablaba por teléfono y se notaba enfadado.

Nuestras miradas se encontraron.

—Ya te dije, no voy a ir —comentó, seco.

—No me interesa lo que hagas, papá.

Uh.

Uh.

«Papá.»...

Se veía algo privado. Por lo que me alejé de la habitación. Me dirigí nuevamente a la cocina y apoyé los brazos sobre la encimera mientras esperaba a que Elliot terminara de hablar.

De repente, hubo silencio y apareció en la cocina ya cambiado.

—Hola —murmuré.

—Hola —murmuró él.

No sabía qué decirle, sinceramente.

—¿Quieres...? ¿quieres desayunar? —pregunté.

—No, gracias. Me tengo que ir.

—Oh... de acuerdo.

Abrió la puerta y se fue como si nada. Un silencio infinito me acompañó cuando se retiró.

Aún me parecía una locura todo lo que había pasado anoche. Nos habíamos puesto totalmente ebrios y habíamos hablado demasiadas cosas... Demasiadas.
Y, si bien habían cosas que no recordaba del todo bien, sabía que me la había pasado genial con él.
Espero que también piense eso.

Entonces, supe que otra regla había sido incumplida.
Regla número nueve, prohibido encariñarse.
Yo ya estaba totalmente encariñada con él. Desde hace tiempo pero, nunca quise admitirlo.

Terca.

Terca tú.

Me dirigí al baño para arreglarme un poco más, cuando me encontré con el piso empapado.

—¿Qué carajos...? —mascullé en voz baja.

Oh, claro. Nos habíamos duchado.

Sequé el suelo cómo pude y me lavé la cara, seguía bastante dormida.

10 reglas para no enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora