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 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

DEREK SALVATORE


TRES AÑOS ATRÁS

14 DE FEBRERO


Estúpido Máximo. Sus tonterías provocan pensamientos innecesarios que me hacen perder el tiempo.

Catorce de febrero. Una fecha especial para el amor, manifestado en cada repulsiva esquina con decoraciones, flores y parejas diciendo; te quiero. Diabético. Es el único día que agradezco la maldición, ya que se les arruine el momento a mi paso, huyendo avergonzando sus pastelosos sentimientos.

Iba a ser un día de oficina. Aunque tengo un hermano pesado.

Máximo dice que la fiesta no es solo para enamorados, sino también para tener un detalle con las amistades femeninas. Honestamente, no le prestaba atención hasta que ha mencionado a Soraya. Es mi amiga. Si no le doy algo digno a su altura, es decir, algo insignificante, llorará. O peor aún, se ofenderá. Es capaz de cerrar el pico, dejar de molestar con su irritante aleteo. Visitaría a su papá, no a mí.

¡Odio San Valentín!

Insuficiente, no sirve cualquier cosa. Tiene que ser chocolate.

Entro en el establecimiento. El ajetreo de hace un segundo desaparece. Llegan las inclinaciones, el cese del amor y el silencio.

Hubo una época en que ser rechazado era el peor veneno, una época en la que me esforzaba para ser aceptado. Buscaba un lugar para mi. Encontré algo. Una ilusión enloquecedora. El orfanato ardió. No hay remordimientos de los gritos y muertes que cause aquella noche. Aprendí la lección. Nunca tuve que bajar a buscar, tendría que haber estado en mi superioridad sin pretender. Es en ese estatus llegó Hugo. Y es en ese mismo en el que ha llegado Soraya.

—Largo de mi vista —salen como si hubieran estado esperando la orden desde que he entrado. A la única que no dejo irse es a la dependiente —Ocupa tú lugar, cucaracha.

Analizo el local nauseabundo. Abusando de una amplia gama de colores pastel, yo lo reduciría a cuatro. Entre el color de la pared y el mobiliario. De los cuatro uno debería ser azul. Y, si algún lugar debe pecar de colorido, ese sería la vitrina que ofrece un amplió catalogo con gusto al romanticismo. Cosa de hoy.

—Nombre.

—No...Noemi, Señor...

—¿Eres la propietaria? —sacude la cabeza —Necesito al jefe de este lugar.

—Están adentro.

—¿A qué esperas para ir a por ellos? —no voy a disculparme por mi tono y exigencias, menos cuando lloriquea —Espabila o voy yo. A nadie le gusta cuando voy yo.

CONTROLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora