048 - SÁTIRO

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CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

DEREK SALVATORE


Juego con los mechones de mi mujer, dormida en mis brazos, el lugar en que hoy, finalmente, le ha dado paz. Como fue y debería haber seguido siendo, desde la primera vez en que se infiltró.

Expire el límite de preocupaciones. Y soporto. Aunque a veces me cuestiono como Soraya podía con tanto. Cómo haría para arreglar lo roto. Joder, solo tenía quince años y ya tenía el mundo. Sin embargo, yo empiezo a caer. No estuve a la altura de su ataque, ni el de Alessandro. Con ella hui, a él lo sede.

Estoy fallando.

A media hora del despertador tengo una ocurrencia perversa y arriesgada, capaz me mande a la mierda. Aprovechando que me ofrece la espalda, doy besos a su cuello a la vez que bajo la mano por su columna. Exploró el interior de su pijama. Estoy duro, frustrado y quiero follar su coño, aún así voy con pausa.

Doy temperatura a sus tetas y lamo el contorno de su oreja, mordisqueando el lóbulo sin llegar a clavar los dientes.

Suspira.

Libero la polla y tiro del elástico de su pijama descubriendo el bonito culo al que le doy la guindilla con mi rabo. Restriego suave, al mismo tiempo estimuló su clítoris con las yemas ocasionando el aumento de su encharcamiento, ya que la guarra lleva un rato gozando.

—Voy a creerte —digo, introduciendo los dedos.

Siempre fue mi pequeña zorra. Y yo su víctima.

La follo a fondo, los dedos resbalan entrando y saliendo, fluyen con asombro y acompañados con una mordida bestia en el hombro, aunque eso no hace que ella salte a matarme.

Mantiene los ojos cerrados.

Empujado por el celo primitivo, me coloco de rodillas y bombeo la polla cada vez más grande visualizando su coñito. Divido los pliegues, saboreo un poco más con el tacto antes de tomar su sexo. Despacio. Adaptando las paredes para que no me ahorquen durante la siguiente agresión.

Extrañaba esto.

Impulso las caderas, lento, esperando su desquiciante reacción, aunque la muy condenada se hace rogar.

Acaricio el colgante antes de atrapar su cuello comenzando a dar embestidas, clavando hasta el fondo, tratando de ganar este asalto, porque después de dos derrotas toca alzar la victoria.

Subo su pierna en mi hombro marcando la piel del muslo con cinco más que aceptables rayas rojas. Follo salvaje, primitivo. Impido que siga fingiendo obteniendo sus exigencias por más.

Soy dueño de su alma y cuerpo, a falta de un corazón que me cuesta no querer tenerlo.

La domino en cuatro.

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