Un juego, dos bandos: Indecisos y Controladores.
Soraya está atrapada en su peor época. La muerte de sus padres, la frialdad de su hermana, la sobreprotección de su cuñado, un vecino que la esquiva, un fotógrafo que no la deja tranquila... y una deu...
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CAPÍTULO CUARENTA
DEREK SALVATORE
Aguanto el cigarro entre labios sin dar calada, centrado en las pasadas que pintan la nueva pared negra. Sé que algún día llegaría el momento, si no fuera por los dos años de ausencia el salón completo estaría invadido por paredes negras y bandadas de pájaros. Sin embargo, cuando ayer descubrí la fechoría, sentí que perdía. Una amarga despedida. De las que se lloran por décadas.
Depresión. Conozco el trastorno. Borracho de día y de noche, negado a la tragedia entre autolesiones.
Afortunadamente, la sensación vino y se fue, principalmente, cuando Soraya propuso la nueva pared. Como si dijera: No voy a irme. Está vez voy a cumplir y quedarme contigo.
Evidentemente, no estoy listo para dejarla ir. Quizás llegados el momento en que su vieja personalidad regrese y me rechace, entraré en un estado de locura en el que querré darme fin. No obstante, ya me he adelantado a ese desenlace. A día de hoy, solo mi mujer puede dar fin a mi existencia.
—¿No duermes? —pregunta soñolienta.
Compruebo la hora, las cinco y media de la mañana. A veces me gustaría gritarle que ya hemos hablado acerca del tema, pero no es culpa suya ser amnésica. Luego está el miedo. Sin importar que levante más a menudo la cabeza, el sentimiento no ha disminuido en ninguna variante. Lo veo en el reflejo de sus hermosos ojos eléctricos.
Sufrí demasiado en mi infancia y adolescencia, no necesitaba esto. Seré cabrón, malhablado y un engendro creado de una maldición, aún así tengo corazón. Uno que ella lleva teñido en negro.
—No tengo sueño.
La falta de necesidad nunca ha representado una excusa para estar en la cama cuando ella ha estado. Pero hoy era comerme la cabeza. Tras días aplazando lo inevitable, iré al origen de nuestra desgracia. El lugar en que asesinaron a mis suegros y en el que fui erradicado de las memorias de mi mujer.
—¿Y tú qué haces despierta? —dejo el rodillo en la pintura.
—Sigo mi horario.
—¿Quién sigue horarios? —enciendo un nuevo cigarro mientras sus pensamientos procesan como matarme —Hagamos algo. Te das una ducha caliente, termino de pintar y nos hago el desayuno.
Mira la pared por un minuto y me regresa la vista.
—Has manchado el techo —me riñe y huye.
Muy propio de ella. Destacar mis fallos con la única intención de conseguir mis berrinches. Esa es una de las características que me hizo caer por el pájaro loco. Generaba muchas peleas entre nosotros. Riñas infantiles. Con ella podía ser el niño que no fui.