050 - EL AMIGO DE DARLEY

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CAPÍTULO CINCUENTA

MÁXIMO SALVATORE


Sufro un bloqueo artístico.

Mi hermano pidió armas nuevas para la guerra que, tengo la sensación, ya se está librando en las sombras desde hace tiempo. Y, si así lo percibo, es suficiente para que sea confirmación. Sin embargo, a falta de información, aquí estoy con los papeles desplegados en la mesa sin poder crear.

Mi ánimo está pasando un gran bache.

Fui rechazado.

Quiero que me vea como un hombre, sin embargo, siempre me verá como un padre. Es lógico, aún así destruyó mis sentimientos y duele.

Duele cada día que la veo, duele cuando la encuentro en cada esquina de nuestro hogar, duele no hablar de lo que pasó, duele cuando trato de saludarla amablemente como si nada hubiera pasado.

Yo...

Es injusto. Injusto para mí. A pesar de ello, donde no hay amor no puedo obligar que exista a la fuerza.

Si tan solo hubiera callado estaría bien, no obstante, la situación y las copas de más soltaron la lengua. Hubiera apreciado tanto guardar silencio, pero tuve que hablar y las cosas han cambiado.

Ya no la puedo observar como lo hacía antes, no la puedo adorar en la distancia y fingir que no siento. No hay retroceso. He arruinado uno de los momentos más destacables de mi día, uno de los que me hacían sonreír por dentro y que no soy, ni seré capaz de recuperar.

Solo queda aparentar mientras prosiguen los planes de una boda que no deseo.

Salgo del despacho sin ni siquiera el inicio de un garabato por culpa de la perdida de inspiración.

Ya no soy yo.

Me detengo viendo a Darley salir de su habitación. A primeras, no se percata de mi presencia, regalándome, involuntariamente, segundos que exprimo apreciando la belleza que fue esculpida con fuego.

Viste colores calientes. Y, sin combinar, un bolso azul, el cual deseo que sea su favorito, ya que fue un regalo mío cuando cumplió los veinte, uno que fui a comprar personalmente. Igual que hago con mi familia. Teniendo el rol de hermano mayor y padre siempre me ha gustado consentir.

—Buenos días —sonríe cálida.

Continuo perdido en ella un instante.

Adoro su cabello de llamas, aunque más adoro las pecas que hubiera besado, una a una, si se me hubiera permitido. Incluso he llegado a fantasear que al hacerlos sus mejillas se encendían.

Ella es calor, fuego. Yo frío, hielo.

Ese es el primer problema. Somos tan opuestos que ni siquiera nos atraemos como imanes, en lo que se refiere su lado, porque a mi no me podía atraer más alguien. También está la diferencia de edad. Catorce años nos separan.

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