Un juego, dos bandos: Indecisos y Controladores.
Soraya está atrapada en su peor época. La muerte de sus padres, la frialdad de su hermana, la sobreprotección de su cuñado, un vecino que la esquiva, un fotógrafo que no la deja tranquila... y una deu...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO
DAMIÁN SALVATORE
Estoy inmerso en mi rutina matutina con los bonsáis alambrando un ejemplar de Acer Palmatum, después de haber practicado media hora de meditación y haberme sumergido en la bañera con hielo.
Estudio las ramas, imagino el diseño, lo boceto y lo pongo en prácticas, sin no antes quitar un par de hierbajos. Entre ramas doy con una telaraña, la cual quito cabreando a la autora, una pequeña araña, peleona, que juraría que maldice, aunque el malestar se le disminuye cuando le doy un nuevo hogar en el invernadero.
Soy de gustos peculiares, hobbies extraños. Lo que más me atrae es la cultura oriental. Amo los kimonos. Son seña mía. Aún así, en mi armario, también hay yukata, hakama, hanfu, tang, hanbok... Y, para dormir, uso jinbei, al menos los días que no tengo la inspiración de dormir libre, adelanto que son pocos, no obstante, durmiendo con Daniela empleo el pijama japonés.
Mantengo un estilo de vida relajado, a excepción de las fiestas, las relaciones sexuales y los castigos. No doy asco a un baño de sangre. Sobre todo cuando el motivo es imponer mi justicia, la ley Salvatore, O mejor aún, cuando el motivo por el que vierto sangre es por mi gobernanta.
Soy lo que soy. Exótico, exquisito. Lo nunca visto, Por eso se me ama, aunque soy consciente que también generó mucha envidia, pues mientras gran parte de la población se mantiene escondida en la rutina, fingiendo sonrisas, sin expresar sus gustos, con miedo del qué dirán, yo soy lo más honesto conmigo y el mundo.
Inicio el alambrado para bajar levemente una rama cuando un grito proveniente de la mansión levanta mi vello. Accidentalmente, empujo el bonsái al suelo, saliendo corriendo de regreso a la edificación.
Subo los escalones de a cuatro.
Recorro el pasillo hasta alcanzar el final y acceder a mi habitación.
Daniela, mi chiquita, está histérica después de que la había dejado durmiendo plácidamente. Llora desconsolada. Y, por el escenario, sé que su estado no está vinculado a su bipolaridad, sino a las pastillas que, un hijo de puta, ha esparcido por el sueldo, no habló de las pastillas de una caja, sino de muchas. Convirtiendo sus "buenos días" en un auténtico infierno.
La rabia me calienta la sangre aproximándome a mi dulce chica, a mi futura prometida y esposa. Estoy deseando que llegue su cumpleaños.
Intento alcanzarla para un abrazo y me esquiva.
—Chiquita.
—¡No quiero! —grita amargada por su mayor tormento —¡Dijiste qué no me las tenía que tomar! ¡Lo dijiste! ¡Mentiroso! ¡Eres un mentiroso! ¡Te odio!