Un juego, dos bandos; Indecisos y Controladores.
Soraya vive su peor época. Sus padres murieron, su hermana la odia, su cuñado la sobreprotege, su vecino la esquiva, un fotógrafo la acosa, los problemas financieros aumentan... Siempre añadiendo alg...
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CAPÍTULO OCHO
SORAYA AGUILAR
El canto de los pájaros, mientras la luz se filtra por la habitación anuncian el nuevo día y la expansión de mi vida. Tras la agresión sigo respirando con dificultad mientras mantengo las mejillas húmedas. No recuerdo haber llorado tanto con anterioridad, aunque la ocasión lo merece. Me doy mi tiempo para aflojar la ansiedad, el dolor y la felicidad que produce seguir existiendo.
Una larga hora después, no mejoró mucho, aunque la ausencia del agresor me empuja a investigar una posible huida. Bajo las escaleras con cuidado, me meto en el lavabo y reprimo el jadeo de horror causado por mi reflejo. Tengo el cuello inflamado y los ojos inyectados en sangre, apenas cubierta por una camiseta masculina y sin rastros de la ropa interior. Todo en mi lo grita.
¡Peligro!
¡Escapa!
¡Ahora!
Tengo tiempo para ponerme la chaqueta y salir descalza, tras no encontrar el calzado de primeras. Seguramente lo ha escondido creyendo que me retendría, que me asustaría la idea de correr con los pies desnudos por el bosque, sin embargo, el peor miedo es volver a estar con él.
El sol cae directo sobre mi cabeza, los pulmones se esfuerzan en llenarse de aire limpio y percibo el aroma salvaje, teniendo una imaginación retorcida.
Un juego macabro.
Escondido entre árboles Derek espera paciente mi salida para iniciar con la cacería. Seré castigada si logra capturarme, por otro lado, si llego sana y salva a casa, todo quedará como una pesadilla. No volveré a saber de él. Es muy posible que no sea la única que ha pasado por esto. Trato con un psicópata.
Doy los primeros pasos por el terreno irregular, descubriendo la dificultad y mis pocas posibilidades de ganar. No obstante, empiezo a correr sin intención de rendirme en está ocasión. Sufriendo las temperaturas otoñales a medida que recorro el bosque sin noticias del monstruo.
Está cerca.
Está cerca.
Está cerca.
Me obligó a creer para no aflojar. Cada vez con más empeño, tratando de ignorar el dolor de los pies causados por piedras y ramas.
Los pájaros cantan con fuerza. Caóticos y desordenados. Experimentan mi miedo. O quizás perciben la aproximación del mal. Los cánticos se intensifican a tal punto que se vuelven mareantes, se reproducen en eco dentro de las entrañas. Más fuerte, más, más y más... Chillo histérica cuando soy sorprendida por una roca afilada y caigo el suelo. El abundante ruido cesa.