Un juego, dos bandos: Indecisos y Controladores.
Soraya está atrapada en su peor época. La muerte de sus padres, la frialdad de su hermana, la sobreprotección de su cuñado, un vecino que la esquiva, un fotógrafo que no la deja tranquila... y una deu...
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CAPÍTULO VEINTICUATRO
DARLEY CRAIG
El viento de la montaña trastea con mi cabello alborotado mientras trato de ganar la batalla a las hojas caídas de la entrada, las mismas que Máximo dice que no barra y las deje ensuciar. Entendería que lo hiciera en la civilización, pero no que lo haga en un lugar donde nos rodean miles de árboles.
Según él pierdo el tiempo, según yo no.
Me gusta el orden. Al igual que me gusta vivir en la montaña, a pesar de que de lunes a viernes voy a la ciudad por estudios, aún cuando podría estudiar a distancia, al señor de la casa le disgusta que no me relacione y deje de hacer las cosas que se consideran normales para una chica de veinte.
Las chicas de ciudad están bien para un rato, pero no comparten mis intereses con el mundo campestre. Lo suyo son las fiestas. Y de fiesta yo nunca he ido, aún cuando invitaciones no me faltan, siempre me excuso con que papá no me deja, a tal punto lo uso que se ha ganado el título del padre más aburrido. Claro que si tuvieran la ocasión de conocerlo sería el de mojabragas. No les culparía, es imposible no encharcarse con su helada supervisión.
A mi desgracia supervisar es su tercera cosa favorita. La primera es Pietro, la segunda es diseñar armas. Y, la tercera, la está practicando ahora mismo desde la distancia.
Ya puedo escuchar su riña.
Ilusa de mí, creía que estaría más rato en su despacho diseñando armas mientras aparenta ser el líder. No es que no lo sea, es que a espaldas de su hermano no está muy puesto con los negocios. Nadie aquí quiere ser el líder, porque todos consideran que el puesto debería ser de Soraya, no obstante, no la quieran ensuciándose con los negocios ilícitos que heredaron con la muerte de Enzo.
Aprovecho que está supervisando para darle repasos a cada segundo.
Eclipsa con sus rasgos italianos, trajes a medida y gesticulaciones frías como el hielo. Es tan frío que, en ocasiones, aguantando nuestras miradas experimento lo que sería estar metida en una ventisca.
Frío, muy frío.
Los dientes me chirrían y me froto las manos, tratando de entrar en calor intencionada a seguir las funciones.
—Darley —se acerca y lo espero —¿Tú y yo no hemos hablado? —mucho, hablar es lo único que se nos da bien —Tus rebeliones con las hojas tiene que acabar, por favor. Hace frío.
Siempre hace frío. Menos cuando me sostiene las manos para comprobar la temperatura y las friega, entonces no solo mis manos entran en calor, si no que ardo con un deseo inadecuado.
—Están heladas —dice, sin soltar.
Me gustaría que fuera más allá, que tuviera la caballerosidad de dejar caer algo servido como excusa para agacharse y subir las manos desde mis tobillos, en un ritual lento mientras se pierde por mi falda.