Un juego, dos bandos: Indecisos y Controladores.
Soraya está atrapada en su peor época. La muerte de sus padres, la frialdad de su hermana, la sobreprotección de su cuñado, un vecino que la esquiva, un fotógrafo que no la deja tranquila... y una deu...
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CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
DEREK SALVATORE
Alessandro, tras el primer bocado, viene a por más.
Tengo todas las de perder desde que se ha transformado, pero me aferro a la conservación de mi cuerpo, frenando sus impulsos hambrientos con patadas y los pocos movimientos bruscos que puedo realizar estando encadenado. No quiero golpear a mi hermano, sin embargo, considerando su inmenso apetito y la información que recibí de Hugo, un solo cuerpo será insuficiente. Y él era consciente. Hasta el final ha insistido en su muerte.
Sé que tiene que haber una salida. La tengo que encontrar, al igual que he de encontrar una fuente de alimentación que no sea yo.
El superdepredador es incansable.
Batallo, considerando las opciones. Lo primero que debo hacer es romper las ataduras que me mantienen inútil. Centrado vuelvo a esquivar, aunque al final llega un segundo mordisco peor que el primero.
Reprimo el grito de dolor. No obstante, tras una idea sumamente estúpido, dejo que me alcance en un tercer y cuatro mordisco. Aprovecho la distracción que le ofrece mi carne para enredarlo con las cadenas. Estamos muy pegados.
—¡¿Eso es todo lo que tienes?!
Doy un cabezazo en su morro, sintiendo sus dientes arrancar parte de la piel del rostro y el cabello. Golpeo sus costillas. Y, de últimas, pateo sus testículos del tamaño de una naranja cada uno.
Chilla destrozando mis oídos.
Huye a la otra punta de la sala rompiendo las cadenas, dándome la libertad y la oportunidad de defender los siguientes ataques.
Tengo una oportunidad, la pistola.
Mi sangre gotea veloz la piel seca del suelo mientras que la bestia se recupera girando hacía mi. Gruñe rabioso y lo vuelve a intentar, se abalanza a por mi. Evado el ataque deslizándome por el suelo y la estancia temblando, cuando impacta contra el muro grueso.
Cojo la pistola. Compruebo la única bala que dejó Angelo.
Aprovecho el noqueo parcial de mi hermano para subir las escaleras exprimiendo cada segundo. Apunto directo al candado. Sin embargo, antes de disparar soy agarrado y lanzado hacía atrás. Rodando por las escaleras el arma se dispara sola y la bala atraviesa el muslo de Alessandro, el cual enfurece más.
—¡Joder!
El problema de la improvisación es que tiende a fallar.
Me levanto con un leve balanceo. Soy inmortal, aún así estás mariconadas me agotan hasta que me regenero.
Escupo sangre y saliva.
—¡Vamos pequeñín, ven a por mí!
Arremete contra mí. Varios huesos se me rompen, el peor es el crujido desgastador de las costillas. Una vez más soy su comida, el plato principal. También creo que seré el segundo y el postre.