046 - HOGAR, DULCE HOGAR

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CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

SORAYA AGUILAR


Tiro el desayuno a la basura sin apetito, lleno el cuenco de Boss, el cual me da los buenos días a través de leves cabezazos y el movimiento alegre de la cola. Le doy mucho amor antes de ir al sofá y escribir. Se tumba con la cabeza sobre mis piernas. 

Hace días que no nos despegamos.

Después de los dos días que no tuve horarios, Derek volvió a la rutina, aunque no he cumplido ninguno. Menos con su excusa. Según él se olvidó porque salió de fiesta, según yo, no soy estúpida.

Escribo la historia que descubrió Damián. Admito que de todas las historias que he escrito es la más rara, no por los personas, aunque sean peculiares, sino porque no hay un orden. Salto de una escena a otra sin continuidad. Párrafo por aquí, párrafo por allá. Lo que leyó el Salvatore era lo que había en aquel momento, aunque la extendí plagiando la escena que me dio en la mansión. También le he dado las mismas heridas.

Si me detengo a pensar sacaría similitudes con los personajes y los Salvatore. Sin embargo, unos son cinco y los otros cuatro. Además, Dietrich no se parece a Derek. Ni loca. Mi adorable niño. Mi pequeño. Su amor es grande y puro. Nunca dañaría a Amira, ni la compararía con otras. Aunque ella es una traviesa que le apasiona desquiciar al bebé empresario del mal, detalle robado de Derek. 

Hago un café. Es lo único que puedo hacer en la cocina.

Vuelvo a enfocarme en el escrito.

Amira tiene un nuevo plan en marcha. Ella, aún no me explica su finalidad, aún así ya sé que entristecerá a Dietrich. A veces es demasiado manipuladora, también me hace creer que no lo ama, que solo lo usa, sin embargo, luego hay escenas en que ella muere de amor. No hay mundo sin él. Adora la forma en que la besa, los detalles que recibe, los instantes suyos y su bocaza.

Algunas veces ella tiene miedo de que él la odie.

Hay cosas de las que le gustaría arrepentirse, secretos que algún día deben ser dichos. Nunca es el momento. Sabe que se lo debe. Tal vez por eso ella le empezó a enseñar cómo detectar cuando le manipulaba, si a él le hacía daño, cabía la posibilidad que se lo dijera y tratará de hacerlo distinto. Aunque, cuanto más unidos estaban, era más complicado seguir callando.

Me llama Damián.

—¿Cómo está mi diva empoderada?

—Distraída.

—Tan distraída que olvidas que tú ardiente instructor de kick boxing ha regresado —cierto, a esta hora es mi clase de golpes —Abel comentó que no vienes desde que me fui. Mis mujeres lo confirmaron.

—Estoy rebelde.

—¿Segura que es eso?

—¿Por qué no lo iba a estar?

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