41 | Lo que siento cuando estoy contigo

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Ryan

«LO QUE SIENTO CUANDO ESTOY CONTIGO»




El sonido de algo siendo golpeado contra un metal repetidas veces, me despierta sobresaltado. Lo primero que hago cuando abro los ojos, es buscar a Chloe para asegurarme de que está bien..., y así es. Sigue dormida y acurrucada contra mi cuerpo bajo las sábanas. No parece estar escuchando los golpes, a pesar de que parezca que están tirando una pared abajo justo a nuestro lado.

Siempre ha tenido el sueño muy pesado.

Cuando pasan los segundos y el sonido no cesa, me dispongo a salir de la cama para ver qué narices está pasando, pero la puerta de nuestra habitación se abre de un tirón, antes de que me dé tiempo a hacer nada.

Una Laia muy enfadada está al otro lado.

—¡¿Alguien me puede explicar por qué César está paseándose por el pasillo con una cuchara de madera y una olla, para despertarnos como si esto fuera el maldito internado de Zipi y Zape y el Club de la Canica?! —pregunta, abrochándose una bata morada con corazones negros con indignación.

Miro a Chloe aún dormida sobre mi pecho.

Hay muchas cosas que no estoy entendido. Entre ellas: ¿qué narices es Zipi y Zape y el Club de la Canica?, y: ¿cómo que César está en nuestro apartamento?

—A mí qué me cuestas, Laia, yo me acabo de despertar —respondo aún con medio ojo abierto, medio ojo cerrado, para luego volver a mirar a Chloe. ¿Cómo es posible que siga dormida con el escándalo que hay?

De pronto el sonido se intensifica, y César aparece en el umbral de la puerta de la habitación dando golpazos a la olla, hasta que Laia le quita la cuchara, y comienza a pegarle con ella en el brazo muy cabreada. Se pelean por la cuchara, pero César es quien la consigue al final.

Gracias a Dios, no sigue dando golpes.

—Os preguntaréis que a qué viene un despertar tan tranquilo... —comienza diciendo, con ironía y una sonrisa falsa que se le borra enseguida, porque en su cara aparece una expresión de enfado—. ¡La reunión de la discográfica ha empezado hace veinte minutos, y ninguno de vosotros ha aparecido! ¡Si sois tan mayores para acostaros tarde también, tenéis que ser mayores para comprometeros con madrugar, gandules! —nos grita, enfadado—. Os quiero a los tres en 10 minutos abajo. ¡Espabilad!

Y dicho eso último, desaparece por el pasillo. Aunque al cabo de un par de segundos, es Joel quien hace acto de presencia en su lugar. El moreno viene anudándose una bata con estampado de leopardo superhortera a la cintura, y con una expresión de confusión en la cara.

—¿Llamaban a la puerta? He escuchado ruidos —pregunta, recibiendo una mirada de asombro por parte de Laia.

—No, rey, tan solo nos han despertado como el siglo IX, pero ya sabemos a quién le podemos gastar una broma pesada sin que se entere —le contesta la pelirroja, palmeándole la mejilla.

Joel se cruza de brazos y la mira intrigado. Se apoya en el marco de la puerta, y con sus dos neuronas mañaneras en funcionamiento, pregunta:

—Ah, ¿sí? ¿A quién?

Laia comparte una mirada confusa conmigo, y yo me encojo de hombros como diciendo: «déjale, él vive en su propio mundo».

A la pelirroja no le da tiempo a decir nada, porque es nuestro amigo quien continúa hablando.

—Por cierto, hablando de bromas pesadas, esto... —Joel se arrasca la nuca con nerviosismo—, puede que anoche llegara muy borracho y me pareciera buena idea quitaros todas las alarmas del móvil. Espero que nadie haya venido a echaros la bronca por llegar tarde.

A fuego lento ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora