12 | Eres puro fuego

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Chloe

«ERES PURO FUEGO»


👑 2/3



Voy a matar a Laia.

O sea, es que no le bastaba con ayer despertarme a la hora a la que me despertó con aquel golpe que casi me deja sin dos de mis preciosas costillas, que hoy se le ocurre la maravillosa idea de despertarme con música a todo volumen.

Gruño con todas mis fuerzas contra la almohada mientras me tapo las orejas con ella y doy pataletas en el colchón.

¿Por qué me duele tanto la cabeza?

Ah, sí, porque ayer me pillé el pedo del siglo.

¿Cómo llegué a casa? ¿A qué hora nos fuimos?

Doy unas cuantas vueltas por la cama intentando encontrar el sueño de nuevo, pero me es imposible. Laia me ha despertado completamente y, muy a su pesar, me ha despertado de muy mala leche.

Abro los ojos, me incorporo en la cama e intento acostumbrarme a la oscuridad. A penas hay luz en la habitación porque la persiana está casi bajada por completo, y solo se cuela un pequeño rayo de luz por una ranura.

Un pequeño rayo que es más que suficiente para poder distinguir que las sábanas que tengo encima no soy las mías. De hecho, no son ni las que tengo en casa de Carla ni las que tengo en casa de Laia.

¿Pero qué narices?

Me miro a mí. No llevo la ropa de anoche, sino una camiseta negra muy muy grande, y que por ello mismo se me ha deslizado por uno de los hombros dejándolo al descubierto. Al colocármela en su sitio, me doy cuenta de un pequeño detalle muy importante: no llevo sujetador.

¡¿No llego sujetador?!

¡¿Dónde está mi sujetador?!

Miro por debajo de las sábanas para comprobar que llevo mis bragas, y me tranquiliza un poco ver que sí.

Y es, en esa pequeña calma, cuando me digno de una vez a mirar la habitación en la que me encuentro.

No me relajo del todo al reconocerla, pero el hecho de estar en la habitación del piso de Ryan hace que mis niveles de ansiedad bajen bastante rápido. Al menos no estoy en la casa y en la cama de un desconocido medio desnuda.

Aún tengo muchas preguntas... Como, por ejemplo: ¡¿dónde está mi maldito sujetador?!

¿Me lo habrá quitado?

Ay Dios, Dios, Dios.

¿Y si hicimos algo anoche?

Me entra una arcada solo de pensarlo.

Le corto los huevos y se los regalo a Laia por Navidad, lo juro.

Me quito las sábanas de encima y salgo de la cama de un salto. Me acerco a la puerta y, sin ser realmente consciente de las pintas que llevo, salgo de la habitación.

La música me atiza la cabeza de la misma manera en la que un niño le atizaría a una piñata llena de chuches el día de su cumpleaños, y por ello mismo tengo que llevarme las manos a la cabeza y frotármela, para menguar la intensidad del pinchazo que me ha atravesado todo el cráneo.

—¡Baja la maldita música! —grito con los ojos cerrados. No sé dónde está, pero lo siento en el salón.

—Buenos días, Fueguito. Estaba a punto de llamar a una ambulancia porque me temía que habías muerto —bromea.

Abro los ojos mientras me tapo los oídos con las manos. Me encuentro a Ryan delante de mí, vestido y con una cara... ¡una cara demasiado buena como para haber trasnochado y bebido!

A fuego lento ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora