17 | Siempre está

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Chloe

«SIEMPRE ESTÁ»



Especial maratón San Valentín
1/3 ❤️



—Dios, por fin lo traes aquí, cabrona —dice Joel, cuando entro por la puerta de la tienda de tatuajes.

Me quita de las manos el póster, y lo desenrolla rápidamente para mirarlo.

Ha quedado increíble.

Es la misma foto que la de la portada del disco, solo que aquí pone toda la información sobre nuestra actuación del sábado. También salen nuestros nombres bajo nuestras sombras.

—¡Búa! Desprendéis sensualidad —exclama entusiasmado—. Es increíble, vais a hacer que todo el mundo tenga que pararse a miraros.

—Pero si a penas se nos ve —le contradigo.

Somos casi completas sombras. Se nos distinguen las facciones por la luz que se le ha añadido a ciertas partes de nuestro cuerpo en la edición, pero no se nos ve claramente.

—Se ve lo suficiente como para llamar la atención —me rebate—. ¡Ryan, la manita, la manita! —grita, para que le pueda escuchar desde la cabina—. Nena, ¿te estabas poniendo cachon...?

—Ni se te ocurra decir lo que vas a decir —le advierto, cuando veo que con el dedo índice está señalando esa parte de mi anatomía—. ¿Qué pasa? ¿Es que no sabéis que una mujer tiene pezones,o qué?

—Hombre, por supuesto que lo sé, pero es que los tuyos aquí están listos para rayar azulejos.

Le doy un golpe en la nuca y le quito el póster de las manos.

—Cállate, anda. Lo puedo pegar en la cristalera, ¿verdad? —pregunto.

—Sí, espera que voy a por celo, que aquí no me queda.

Se va al almacén y yo, mientras, me acerco a la ventana para ir buscando el sitio perfecto para ponerlo. Un sitio que, al pasar por la calle, se vea perfectamente. Que no haga falta buscarlo, que llegue a los ojos de la gente antes que cualquier otra cosa.

Cuando creo que lo he encontrado, me quedo con las manos quietas por encima de mi cabeza y pegadas en el cristal.

Miro por encima de mi hombro para ver si Joel vuelve ya, pero me llevo un susto de muerte cuando veo a alguien apoyado en una pared muy cerca de mí, observándome fijamente y de brazos cruzados.

—¿Qué haces ahí quieto como un acosador perturbado? Qué susto, idiota.

Ryan se encoge de hombros y se acerca a mí a paso ligero. Coge el póster que estoy sujetando y que ahora está torcido por el susto, y lo eleva muchísimo en el cristal. Lo levanta tanto, que no soy capaz de llegar a la parte superior para mantenerlo pegado.

—¿Por qué lo subes tanto? —le pregunto, mirándole por encima de mi hombro.

Se pone detrás de mí, y con las dos manos sujeta ambas esquinas. Al hacer eso, me deja casi completamente pagada al cristal. Mis pechos lo rozan.

Siento el calor que Ryan desprende calentando cada parte de mi ser, y el tamaño de su cuerpo, haciéndome sentir minúscula.

—Porque no todo el mundo mide medio metro, muñeca. Si lo pones allí abajo, nadie lo va a ver —dice.

¿Acaba de llamarme medio metro?

—Ya, bueno, pero es que tampoco todo el mundo mide lo mismo que la pirámide de Guiza, iluminado. Si lo pones allí arriba, tampoco nadie lo va a ver —le rebato, y bajo el póster a la altura que yo quiero.

A fuego lento ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora