40 | Roma

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Chloe

«ROMA»




Si hay algo que aprendí cuando mi madre se quitó la vida, es que no puedes quedarte de brazos cruzados bajo una tormenta.

Que llueva, es inevitable, que te mojes, es probable, pero que te enfermes por no intentar resguardarte a tiempo, es decisión propia.

Sé que es una mierda de metáfora, pero creo que con ella se puede entender más o menos lo que quiero decir. Lo que he reflexionado en estos días.

El dolor de un trauma, de una pérdida, de un abandono, rechazo o engaño..., es inevitable que esté, pero, en cierta medida, como humanos, podemos llegar a tener el control y decidir hasta donde queremos que aquello nos duela, hasta donde sentimos que nos debe consumir, y hasta donde nos puede limitar y robar la libertad...

Mojarnos con las dudas, el remordimiento o los porqués, es normal.

Dejar que nos consuma, en cierto modo..., es opcional.

En este viaje a Italia cargo dos maletas.

La física, con mis pertenencias necesarias, y la mental, con aquellas cosas que, inevitablemente, me persiguen y que están en mí.

Estará en mi mano si quiero abrirla, o la cantidad de cosas que quiero sacar de ella.

Esta semana me he sentido entre la espalda y la pared.

Debatiendo entre si debo o no coger ese avión que me llevaría a una ciudad diferente, y donde seguiría con los planes de mi banda tal y como estaban escritos, o si, por el contrario, debía quedarme en mi ciudad, intentando curar unas heridas que no sé cómo cerrar realmente.

He hablado con Fran todos los días de esta semana. Necesitaba que alguien «externo» me ayudara a decidir qué hacer con mi vida ahora... Aunque, en el fondo, lo que realmente necesitaba y quería, era que alguien eligiera por mí, para yo no tener que tomar una decisión que me condicionara a pasarlo peor.

Fran me dijo que lo intentara.

Que para echarse atrás, siempre hay tiempo, pero que a veces, las oportunidades, tal y como nos las están brindando la primera vez, no vuelven. Quizás sean mejores a las que hoy tenemos aseguradas, pero quizás sean peores, o directamente, no puedan ser.

¿Y si por dejarlo no vuelvo a tener tan presente y cerca cumplir mi sueño?

¿Y si de aquí a unas semanas ocurre algo que nos impida seguir hacia delante?

¿Y si esto nunca vuelve?

Esas preguntas me hicieron pensar mucho en el futuro, pero, sobre todo, en el pasado. Hace una semana no estaba segura de querer continuar con A Fuego Lento, pero... ¿Iba a permitir que me robaran el motivo por el que todos estos años he seguido adelante? Si A Fuego Lento no hubiera llegado a mi mente, hoy quizás no estaría aquí.

Estos días me he sentido presionada por mí misma porque, de un plumazo, podía echar por la borda todo el esfuerzo de todos estos años. No podía firmar la caducidad de mi banda aquí, cuando en algún lugar sé que está la Chloe de seis, de diez, de doce y de diecisiete años, que sueñan con poder tener la oportunidad que la Chloe del futuro, se replantea no aprovechar...

¿En serio era capaz de hacerme eso a mí misma?

No.

No, cuando hace dos semanas, alguien me dijo que haría lo que fuera conmigo, con tal de que no pudiera cumplir mi sueño nunca.

No, cuando he tenido la oportunidad de que eso no pasara...

Cuando nos propusieron viajar a Roma para grabar los videoclips, me imaginé de todas las maneras posibles cogiendo ese avión; feliz, nerviosa, emocionada, asustada por las turbulencias..., pero en ningún momento me imaginé que lo haría con ojeras por insomnio, con dolores de cabeza por llorar, y con un miedo inexplicable.

A fuego lento ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora