43 | Por encima de todo

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Chloe

«POR ENCIMA DE TODO»




La puerta de la habitación de enfrente se abre, al mismo tiempo en el que yo abro la mía. De su interior sale una chica, que para nada se parece a mi mejor amiga.

No necesito más de dos segundos para darme cuenta de que es la italiana.

Bianca me mira con una expresión de asombro y vergüenza cuando me ve a medio metro de distancia, pero no la juzgo por ello. La acabo de pillar saliendo a hurtadillas de la habitación de Laia medio desnuda, y con todo el maquillaje corrido por la cara.

Estas dos se han tirado toda la noche haciendo cositas...

Me cuesta mucho disimular la sonrisa burlona que amenaza por aparecer en mi cara.

Sonrisa, que por cierto, creo que a Bianca solo le incomoda un poco más, porque estoy segura de que la malinterpreta.

Me apoyo en el marco de la puerta y me cruzo de brazos. La sonrío con simpatía a continuación, para que no se piense que la voy a juzgar por estar en «nuestra casa», o por salir solo con una sábana blanca enrollando su cuerpo desnudo, y con su ropa enmarañada y arrugada contra su pecho.

—Buenos días, Bianca —saludo amablemente y en español, porque supongo que si se ha estado comunicando sin ningún problema con Laia, es porque sabe, aunque sea un poco, de nuestro idioma. Laia desde luego que italiano no habla. Dando gracias se defiende con el castellano—. No sé si mi mejor amiga habrá sido tan buena anfitriona, pero puedes utilizar el baño, la ducha, puedes desayunar, o hacer lo que necesites antes de marcharte.

Ella asiente con la cabeza y me dedica una sonrisa tímida.

—Muchas gracias, Chloe —me contesta con un acento muy marcado que me parece precioso, la verdad.

Le devuelvo la sonrisa antes de que ella se dirija al baño, y solo cuando cierra la puerta y echa el pestillo, salgo corriendo hacia la puerta de enfrente para meterme en la habitación de Laia cuanto antes, porque necesito que me cuente muchas cosas.

La habitación está a oscuras. Las persianas siguen bajadas, y mi mejor amiga continúa enredada bajo lo que aún queda íntegro sobre la cama, que solo es la sabana bajera y el edredón (aunque está hecho un desastre).

No está dormida, pero intenta dormirse, porque como he intuido, esta noche han hecho de todo menos cerrar los ojos para descansar.

«Por cierto, aquí huele que apesta.»

Me tapo la nariz con los dedos, y me dirijo a la ventana.

—¡Buenos días, guarrilla! —grito mientras subo las persianas.

—¿Pero...? ¡¿Qué haces, loca?! ¡Que no he dormido nada, Chloe!

Abro la ventana de par en par, para que la habitación se ventile.

—Huele a coito concentrado, Laia. Te ibas a morir intoxicada como no ventilara.

Ella me mira con mala cara, y me tira un cojín de la cama que no llego a pillar, pero sí a esquivar.

Menos mal. A saber qué fluidos extraños debe tener eso.

—¿Qué quieres? —me pregunta con el ceño fruncido.

Sonrío de oreja a oreja.

—Pues que me cuentes... —Señalo la puerta, y a pesar de que realmente no tiene ningún tipo de sentido lo que estoy haciendo, ella entiende que con aquel gesto, me refiero a la italiana—. ¿Qué? ¿Qué sientes? ¿Cuántos años tiene? ¿Te gusta mucho o poco? ¿Te quieres casar con ella? ¿Has gastado ya todo tu deseo sexual y vas a dejar de ser una sexópata con nosotros por fin? ¿Cuántos polvos habéis echado esta noche? Cuéntame cosas, Laia, por favorrrrrrrr. Te toca a ti desembuchar.

A fuego lento ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora