Narrador Omnisciente
Nadie nunca había visto al coronel Morgan tan desesperado como lo veían en esos momentos. Durante una hora y media armaron una estrategia para entrar al territorio de la Yakuza, rescatar a la esposa del coronel y salir de ahí con ella bien.
La primera parte ya estaba hecha, estaban al rededor de la gran mansión en donde se había encontrado que se haría una reunión entre los más poderosos de la mafia japonesa.
Rodeaban cada entrada y salida, algunos entrarían, otros de quedarían en los al rededores en caso de que alguien lograra escapar. Algo que no permitirían.
La orden era clara: matar a todo el que se atraviese sin importar si es inocente o no, no se capturará a nadie, no se arrestará a nadie. Todos debes estar muertos.
No se aceptarían errores de ningún tipo y de nadie, la advertencia del coronel Morgan ya estaba dicha y todos lo repetían en sus cabezas cada minuto.
Los soldados se pusieron en sus posiciones, listos para entrar.
—Puerta principal derribada en tres... —escucharon al capitán Parker por el intercomunicador— dos... uno...
Una explosión retumbó por todo el lugar, las paredes temblaron, las copas encima de las mesas de cayeron, algunas personas terminaron en el suelo, otros sacaron sus armas para preparase para atacar a quien sea que haya atacado su territorio.
Los soldados entraron deprisa, aprovechando el humo que los tapaba para no dejar que nadie tenga oportunidad de esconderse. Mataban a todos los que se encontraban, hombres y mujeres.
Christopher esquiva una bala qué pasa justo por encima de su hombro. Voltea, viendo al hombre que intentó matarlo a sólo unos metros de él, dispara clavándole una bala en el centro de la frente.
Ordena a todos ir por diferentes lados. Él y el capitán Miller junto con otros soldados suben al segundo piso, en donde habían ciento de habitación. Abrieron a patadas cada una de ellas, sacando a mujeres y matando a los hombres que las usaban, mujeres que pagaban deudas de familiares que cometieron el error de meterse con la Yakuza.
Algunos bajaron al sótano, esperando encontrar a la modelo en ese lugar. Pero no, sólo varias mujeres amarradas, sucias, golpeadas y asustadas. Las sacaron de ahí, anunciando que ninguna de ellas era la mujer que buscaban. Lograron sacarlas y alejarlas del lugar.
Christopher abre su puerta número veintitrés, y al igual que las otras que ya había abierto no había rastro de su esposa.
—Nada en el sótano.
—Primer nivel limpio.
Simon llega hasta donde él, ya había abierto las veinticinco puertas de su lado, no había encontrado a nadie. Christopher pasa sus manos por su rostro, frustrado. Abrió la puerta que le seguía, estaba vacía.
Simon abre la próxima, estaba vacía también.
Sólo les quedaba una puerta. Y justo cuando el coronel iba a derribarla de una patada, un grito se escuchó dentro.
—¡Davina! —la reconoció.
El coronel abre la puerta de una patada fuerte haciendo que esta se rompa y caiga al suelo.
La escena que ve hace que ambos capitanes apunten hacia el frente, y el corazón de Christopher se acelere. Un hombre sostenía a la modelo con su brazo por el cuello, apuntándole con un arma en la cabeza.
Pero no es eso lo que altera al coronel, sino el hilo de sangre que bajaba por la pierna de su mujer. Ella sólo traía un albornoz negro, su cabello estaba despeinado y su rostro rojo de tanto llorar.