Diez Años Luego...
31 de diciembre 2032
En esta época las temperaturas en Canadá bajan un poco, el viento es muy frío y lo mejor es estar abrigados o dentro de la casa, especialmente cuando ya vamos a entrar en Enero, la época más fría en Quebec. Más cuando la noche anterior había nevado bastante.
Pero eso nos gustó, cuando despertamos en la mañana aprovechamos eso para divertirnos haciendo muñecos de nieve o hacer algún juego.
Salgo de la ducha de agua caliente para dirigirme a mi armario y ponerme la ropa de esta noche. Habíamos viajado el veintiséis hacia esta casa que compré hace cuatro años para celebrar el Año Nuevo, luego de haber pasado la navidad con Fabiola, Recce y su hijo de siete años, Erix.
Hay años en los que pasamos toda la navidad y fin de año con ellos, otras veces lo hacemos con Patrick y su esposa, pero la mayoría del tiempo preferimos pasar estas fechas solos en familia. Algunas en Londres, otras aquí en Canadá o algún lugar que nos guste. Por eso decidimos viajar luego de navidad hacia acá, para estar solos.
Me coloco el vestido rojo que usaría junto con unos tacones del mismo color, mi cabello lo había dejado suelto y lacio, sólo me maquillo un poco antes de colocarme mis pendientes.
Escucho que tocan a la puerta cuando estoy sentada en la cama contestando los mensajes de Fabiola, que me manda una foto de Erix jugando con el auto de carreras eléctrico que le regalé en navidad.
—Pasa.
La puerta se abre y me pongo de pie dejando mi celular a un lado en la mesa de noche. Sonrió viendo a mi niño, Cassian que acaba de cumplir once años, entrar a mi habitación. Está serio como de costumbre, con su camisa negra de botones y su cabello hacia atrás fijado con gel. Cada año qué pasa se parece más a su padre. De hecho, ahora es más apegado a él que antes.
—¿Qué sucede, cariño?
—Tengo hambre. —se cruza de brazos levantando una ceja— ¿Podemos ya bajar a comer?
Paso mi mano por un lado de su cabeza agregando unos cabellos que parece que no fijó bien.
—Cariño, si tenías hambre pudiste decir que sirvieran ya tu comida.
—Estaba esperando por ti. —suspira y me mira bien— Te ves hermosa.
Le sonrío tomando su rostro para besar su mejilla varías veces, deja que lo haga aunque le moleste un poco
Puede que sea más apegado a Christopher, pero sigue siendo mi niño.
—Tú te ves muy guapo, amor.
—Siempre me veo así.
El jovencito toma mi mano para jalarme suave hacia la puerta. Río por su desesperación, pues no hace ni cuarenta minutos que fui a su habitación y él seguía sin arreglarse. Ahora que lo está quiere que se apuren las cosas.
—¿En dónde están tus hermanos?
—Con papá.
Bajamos al primer piso y nos dirigimos a la sala, en donde mi esposo está con nuestros otros hijos y Hades y Hera, una Samoyed que Christopher me regaló en navidad, sólo tiene dos meses.