Ver cómo entierran a Cristel es simplemente desgarrador.
Ella no pertenece aquí. El cementerio no puede convertirse en su última morada. Su lugar está en los escenarios, no bajo toneladas de tierra que cubren un ataúd donde yacen sus restos. Ni siquiera tengo el valor de acercarme a él hasta que estamos a punto de salir al campo santo. Deposito una rosa blanca encima de la caja y mi mundo se fragmenta por completo.
Mucha gente viene al entierro. Somos casi quinientas personas en total. Nos acompañan varios vecinos, amigos y docentes de la escuela. Recorremos el camino de tierra hasta la capilla del cementerio en medio de sollozos y gritos de dolor. El lugar es pequeño, por lo que algunos no consiguen asiento y escuchan la misa desde afuera. Entre estos se encuentran la directora y la profesora de Historia. La maestra Miranda se sienta junto a los padres de Alai, mientras que la señorita Darcy permanece a nuestro lado. Lily la saluda en voz baja, pero ni ella ni Katherine inician conversación.
Hay personas que nunca he visto en mi vida y que lloran como si la hubiesen conocido. Toman nuestro dolor como suyo. Los comprendo. Cristel tampoco necesitaba ser amiga de una mujer para sentir tristeza por su asesinato. Ella sufrió por la violencia antes de que esta la tocase directamente. Temo que alguna pueda ocupar el mismo lugar que mi novia mañana. No quiero que ninguna salga en las noticias. No quiero que se despidan de sus familias para nunca más volver.
No quiero que sus padres les pidan ayuda entre lágrimas a los medios para dar con su paradero, como ocurrió en el caso de Cristel. Alcanzó mucha visibilidad en redes sociales dada su popularidad por participar en distintos concursos de canto. Aunque no debería ser cuestión de fama el que una desaparición sea tomada en cuenta y que la familia de la persona en riesgo reciba el apoyo necesario.
Cuando emprendemos en trayecto de regreso, Darlene voltea a todos lados sin comprender la magnitud de lo que sucede. Las lágrimas en sus ojos me estrujan el corazón. Su tía la tiene tomada de la mano. Ambas observan cómo su padre y algunos vecinos ayudan a su abuela a caminar, pues no resistió y se desmayó a mitad del entierro. Yo tampoco aguanto mucho más. Me derrumbo cuando los últimos recuerdos que tenemos juntos se instalan en mi mente. El último día que compartimos, la última sonrisa que me regaló, el último beso que deposité sobre sus labios y la última vez que la escuché cantar.
Eso era todo lo que pedía. Que le prestaran atención a su música y al mensaje que buscaba transmitir. Siempre admiré su incapacidad para quedarse callada. Alzaba la voz por sí misma y por las demás. Y aun así, fui yo quien no la escuchó gritar cuando su vida corría peligro. No pude hacer nada para evitarlo y ahora tampoco puedo retroceder en el tiempo para cambiar el pasado.
Si a mí de desgarra el alma, no me imagino el dolor que consume a su familia o a sus amigas. Se supone que los hijos deben enterrar a los padres, no al revés. Este no es el ciclo de la vida. Cristel se merecía mucho más. Merecía cumplir sus sueños, merecía ver crecer a su hermana, merecía que la reconocieran por su música. Se merecía ser feliz.
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Escúchame cantar
Chick-LitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...