55| El recuerdo de una voz

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No sé por cuánto tiempo pierdo el conocimiento, pero cuando abro los ojos, la realidad sigue siendo la misma

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No sé por cuánto tiempo pierdo el conocimiento, pero cuando abro los ojos, la realidad sigue siendo la misma. Cristel se ha ido. Para siempre. Jamás volveré a verla, a escuchar su voz ni a darle un abrazo. Y no tengo ni la menor idea de cómo continuar sin ella.

La noticia ya circula por todos los medios de comunicación y los titulares dicen exactamente las condiciones en que los policías la encontraron. Pero ese cuerpo hallado en un descampado con claros signos de abuso sexual ya no es suyo. No le pertenece. Cristel luce una sonrisa la mayoría de veces. Adora cantar y le brillan los ojos cuando lo hace porque no hay nada en el mundo que ame más que eso. No es difícil hacerla reír. Sus labios se curvan hacia arriba y una dulce melodía brota de ellos.

El cuerpo que trasladaron a la morgue no se parece en nada a ella. Está lastimado, lleno de golpes y presenta varias heridas que solo pueden haber sido hechas con el más profundo e inhumano odio. Pero todas esas lesiones son la única voz que le queda a Cristel. Solo a través puede hablar ahora y contarles la verdad a los forenses que encargados de examinarla. Solo así sabremos a quién buscar.

A sus padres se les hizo demasiado fácil identificarla. Traía puestas sus zapatillas favoritas, las que me dejó pintar, y el dije de envase de leche que se complementa con el de Alai. Este simboliza su amistad y no se lo quita nunca. Lo tuvo consigo hasta el final. Cerca de ella, también encontraron su mochila, dentro de la cual estaba la caja de rosquitas que había comprado para su madre, restos de alfajor, su cuaderno de canciones y su teléfono. A tan solo unos metros, yacía su ukelele hecho pedazos. Los peritos especulan que al parecer intentó defenderse con él. Yo estoy seguro de eso. Sé que hasta su último suspiro luchó por regresar a casa.

Ella pensaba volver. Y me destroza que alguien le haya arrebatado ese derecho. No solo acabó con su vida, sino también con sus sueños. Cristel vivía hablando de lo que quería hacer y los planes que tenía para su futuro. Ingresar a estudiar Música en Nueva York, formar una banda, conseguir un contrato con una discográfica, recorrer el mundo. Soñaba con experimentarlo todo. Ahora todas las promesas que me hizo se han roto para siempre. No por culpa suya, evidentemente. Esto era lo que más temía.

Y no lo soporto. No soporto verla cubierta por una bolsa negra. No soporto que su rostro aparezca en la televisión al lado de una fotografía del lugar donde la hallaron. No soporto escuchar detalles acerca de cómo maltrataron su cuerpo. Tirada en un lote baldío como si no fuera nada más que basura. Ella lo era todo. Todo lo bueno que quedaba en este mundo y todo lo maravilloso que podía existir en él.

Pero Cristel siempre ha pedido justicia por la víctimas de feminicidio y desde donde está, sé que quiere y merece lo mismo. Solo así descansará tranquila. Es lo menos que podemos hacer por ella.

Lo que sigue ahora es dar con el culpable, porque quien destrozó los sueños de Cristel no puede continuar en libertad. Estoy tan enfadado que quiero destruirlo todo. No me importa que eso no vaya a traerla de regreso, pero como a la gente le preocupa más una pared que la violencia de género, tal vez me presten mayor atención si rayo alguna. Acaban de arrancarme una parte del alma. A mí y a mis amigos nos lo han arrebatado todo. No pueden esperar que nos quedemos tranquilos.

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