IV. Cᴏɴsᴛᴇʟᴀᴄɪᴏɴᴇs ʏ ᴇsᴍᴇʀᴀʟᴅᴀs

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"I try to laugh about it, hiding the tears in my eyes, 'cause boys don't cry" - Boys Don't Cry (The Cure).

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14 de octubre, 1978

Era sábado, y a Agnar se le pegaron las sábanas. Había tenido una semana agotadora entre tareas y exámenes.
De todos modos, no pudo tomarse el lujo de dormir demasiado, pues alrededor de las ocho de la mañana, su compañero Rigel ya estaba armando escándalo.

-Dios, no lo puedo creer... -murmuraba el pelinegro para sí.

Agnar se incorporó en la cama, con los ojos entre cerrados y totalmente despeinado.

-¿Qué ha pasado? -preguntó, adormilado.

-No encuentro mi pendiente -murmuró Rigel mientras rebuscaba entre sus sábanas y mantas.

-¿El que siempre llevas? -bostezó, para acto seguido frotarse los ojos.

-¿Cuál sino? -bufó, agobiado.

-Está bien, te ayudaré a buscarlo -Agnar terminó de levantarse de la cama, y colocó las manos sobre sus caderas, mirando al contrario.- ¿Has mirado en el baño?

-He mirado por todos lados, y no está en ningún sitio.

-Deberíamos ir a desayunar, te viene bien comer algo. Además, así podemos buscarlo por el comedor, ¿Te parece?

Rigel asintió con la cabeza, impaciente, y los dos chicos bajaron juntos hasta el comedor.

•••

-¿Pero qué le pasa? -preguntó Charlotte durante el desayuno al ver que su novio no paraba de dar vueltas de un lado para otro.

-Ha perdido su pendiente -explicó Agnar.

-¿El de la piedra?

-Esmeralada -corrigió.- Pero sí, ese.

-Pobre -suspiró.- De todos modos, es solo un pendiente. Puede comprar otro mejor.

-Se ve que le gustaba mucho -murmuró él, encogiéndose de hombros.

Y a pesar de que no le quitaron ojo de encima durante el desayuno, no volvieron a verle en todo el día.

•••

Era por la tarde. Agnar volvía a la habitación después de haber estado jugando al ajedrez con unos chicos un par de años menores. Caminaba a paso tranquilo, con los manos en los bolsillos, y al toparse con la puerta de su cuarto, la abrió lentamente.
Y para la sorpresa de nadie, allí estaba Rigel. Se le escuchaba sollozar.

-¿Estás llorando? -pregunto Agnar, adentrándose lentamente en la habitación.

El pelinegro se sobresaltó, lo que hizo que inmediatamente se secase las lágrimas con la manga de la camisa. Aunque, al hacerlo, se llevó por delante todo el delineador negro que llevaba.

-Yo nunca lloro -balbuceó, con la cara manchada de maquillaje.

Estaba sentado en la cama, por lo que Agnar se acercó a él y se sentó a su lado.

-¿No ha aparecido el pendiente?

Rigel negó.

-Estoy seguro de que podrás encontrar otro tan bonito como ese.

-Era de mi madre. Se lo quité cuando era pequeño, y ella estaba furiosa porque nunca encontró la pareja -al hablar, una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro.- ¿Sabes por qué es una estrella con una esmeralda?

Agnar se encogió de hombros, y su compañero pareció recuperar la alegría por un instante.

-A mi madre le gustaba mucho el espacio y la galaxia, y mi nombre es una estrella de la constelación de Orión -explicó mientras que sacaba se su cartera una pequeña tarjeta en la que estaba representada dicha constelación.- Rigel. Es esta, ¿La ves? -preguntó, señalándola.

-La veo -asintió Agnar, ahora también sonriente.- ¿Y por qué una esmeralda?

-Por los ojos -contestó alzando las cejas.- Los suyos también eran verdes, como los míos.

-Eso es muy bonito.

Rigel suspiró, y un silencio se formó entre ambos.

-¿Qué le pasó a tu madre? -se atrevió a preguntar el rizado.

El pelinegro tragó saliva.

-La asesinaron -apretó su puño con fuerza, y Agnar se percató de que su mandíbula se había tensado.- Y también a mi padre.

-Dios mío, lo siento. Yo...

-Cuando llegué, hace años, me hice una promesa -interrumpió.- Y es que, cuando salga de aquí, cuando tenga dieciocho años, buscaré al bastardo que les hizo eso. Le buscaré, y le mataré con mis propias manos.

Y se volvió a formar un silencio. Agnar se dio cuenta de que Rigel no era más que un adolescente lleno de rabia e impotencia que necesitaba consuelo, pero era incapaz de pedirlo. Por eso, se vio obligado a hablarle de sus padres también.

-Yo no conozco a mi madre -le confesó.- Y a mi padre le han metido en la cárcel.

-¿Qué ha hecho?

Sabía que se arrepentiría más tarde, pero sentía la necesidad de contarle su situación igual que él lo había hecho.

-No lo sé, nadie me lo quiere decir -suspiró, encogiéndose de hombros.- Un par de policías vinieron a buscarme a clase, pero se negaron a darme explicaciones. Y ese día vine aquí. El día en el que me dijiste que parecía un bibliotecario.

-¡Y tú me dijiste que parecía una chica! -ambos estallaron en una carcajada, y el pelinegro acabó posando su mano sobre el hombro de su compañero. De su amigo.- Gracias por confiármelo.

-No me lo recuerdes, que todavía me arrepiento -bromeó, con una amable sonrisa en los labios.- Gracias a tí por confiarme tu historia.

-¿Sabes? Ya no me siento tan mal por lo del pendiente.

-Eso está bien.

No volvieron a tocar el tema, pero Agnar se quedó pensativo.
¿Se arrepentía de la conversación que habían tenido? En verdad no estaba seguro, pero sí sabía había sido muy liberador.



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