LII. "Oᴅɪᴏ ᴇʟ ᴠᴇʀᴀɴᴏ"

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"Sometimes I wonder what I'm a-gonna do, but there ain't no cure for the summertime blues" - Summertime Blues (Eddie Cochran).

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23 de julio, 1979

Agnar había estado corriendo por los pasillos como un desquiciado. Sus pies aplastaban el suelo con firmeza, con vehemencia, como si le fuera la vida en ello. Estaba tan desesperado que, a primera vista, parecía que había extraviado algo, y que lo estaba buscando a contrarreloj, pero con la esperanza de encontrarlo. Y, en cierto modo, ese algo podía ser la confianza de Mónica.
El joven se había plantado frente a la puerta del despacho de su profesora. En una mano, sostenía con fuerza el poemario de Emily Dickinson. En la otra, su corazón.
Sus nudillos rozaron la puerta de madera de roble un par de veces, y, a los pocos segundos, esta fue abierta, y los cabellos alborotados y canosos de la mujer se asomaron a través de ella.
Mónica es una mujer comprensiva, pensó Agnar, en el ademán de consolarse a sí mismo.

-¿Qué quieres, Agnar? -preguntó la señorita Smith, en un tono frío, a pesar de que eso no estaba en su naturaleza.

El chico tragó saliva: nunca se había sentido tan indefenso, y tan culpable. Sujetó el libro que ella le había prestado con más fuerza, como si se le fuera a escapar entre sus dedos en cualquier momento.

-Mónica, por favor, necesito que me ayudes con algo.

-No creo que merezcas mi ayuda, Kelly -musitó. Pero, a pesar de que seguía siendo una figura de autoridad, se veía incapaz de cerrarle la puerta en las narices.

-Sé que me he comportado como un capullo, y...

-No puedes utilizar ese vocabulario aquí -dijo ella, con su mano aún posada sobre el pomo.

-Lo siento -suspiró él, y pronunció esas palabras siendo consciente de los múltiples significados que poseían.- Hemos sido muy irresponsables, yo el que más: no debería haber aceptado la propuesta, no debería haberles ayudado a salir, y no debería haberme subido a ese coche. Estoy muy arrepentido.

La mayor se mantenía en silencio. Y, aunque la institutriz Beatrice dictó que debería ser lo más severa posible con los alumnos, quería creerle. Quería creer que estaba realmente arrepentido. Y, en el fondo, lo hacía.

-Te prometo -prosiguió.- Que haré todo lo que me pidas. Leeré el libro que me diste, aprenderé todos los poemas de memoria, y te los recitaré.

Los ojos de Mónica se desviaron durante unos segundos hacia el poemario de Emily Dickinson que el adolescente llevaba consigo, y recordó la de veces en las que se había sumergido entre sus páginas, y había saboreado las palabras de tan sabia poeta. Su corazón se ablandó.

-Si lo que quieres es golpearme, no rechistaré. Lo tengo bien merecido.

La profesora negó con la cabeza repetidas veces, frenando al chico. Sería incapaz de cometer semejante atrocidad.

-Sabes que jamás se me pasaría por la cabeza hacer algo así -murmuró finalmente, y se hizo a un lado de la puerta, dejándole paso.- Adelante.

El rizado soltó por fin un suspiro de alivio que llevaba reprimiendo un buen rato, y entró al despacho.
Este era extraño, pero acogedor. La sala estaba impregnada por un dulce olor a fruta, y era iluminada por luces cálidas. Sin ninguna duda, estar allí se sentía como un reconfortante abrazo. El reconfortante abrazo de una madre.

-Que conste que sigo decepcionada -aclaró Mónica, dándole la espalda a su alumno.

-Es comprensible.

La mujer se volteó hacia Agnar, y le envolvió con sus brazos rápidamente.
Él le sacaba, como mínimo, una cabeza a ella. De todos modos, la diferencia de estatura no impidió que aquel abrazo fuera increíblemente agradable.

★ '79𝚂 𝚖𝚎𝚖𝚘𝚛𝚒𝚎𝚜 ★Donde viven las historias. Descúbrelo ahora