XXXIII. Tᴇɴsɪᴏɴᴇs

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"I need your love. God speed your love to me." - Unchained Melody (The Righteous Brothers).

Advertencia: continuación del capítulo anterior

•••

9 de abril, 1979

Aquella clase de Literatura había llegado a su fin, por lo que los estudiantes recogían sus libros, con intención de marcharse.

-Dios, sigo temblando -murmuró Agnar, dejando escapar una risa nerviosa, mientras guardaba sus cosas.

-Tranquilo, has leído muy bien. Y escribes de maravilla, aunque eso ya lo sabes -le tranquilizaba Rigel, con una reconfortante sonrisa dibujada en el rostro.

-Déjalo ya, Rigel, que se le sube la fama -bromeó Ethan, y todos rieron

De pronto, la señorita Smith se acercó a los cuatro chicos, interrumpiendo la conversación.

-Agnar, ¿te importaría quedarte un par de minutos cuando todos salgan del aula, por favor? -preguntó amablemente la maestra.

-Sí, claro.

-Estupendo. Gracias.

La mujer se acercó nuevamente a su escritorio, y Jacob aprovechó para susurrarle a su amigo.

-Hoy mojas, chaval.

-¡Jacob, qué asco me das a veces! -exclamó el rizado, haciendo una mueca de desagrado.

-¿A veces? A mí este pervertido me da asco siempre -bufó Ethan.

-Cállate, rubia envidiosa.

-Chicos, lo mejor será que nos vayamos ya. Luego te veo, Aggie -sentenció Rigel, justo antes de abandonar el aula.

La maestra y el joven estaban solos al fin, por lo que él se acercó al escritorio en el que ella estaba sentada.

-¿Qué pasa? ¿Qué quería?

-Verás, Agnar -comenzó Mónica.- He oído que llevas varios días sin asistir a las clases de matemáticas, ¿es eso cierto?

Tragó saliva, y asintió tímidamente con la cabeza.

-¿Puedo saber por qué? -preguntó ella.

-El maestro no me cae nada bien.

-Querido, no siempre nos puede caer bien todos el mundo, es imposible. Pero, las matemáticas son un conocimiento indispensable en todo ser humano, y no te recomiendo saltarte esas lecciones.

-Lo sé. Sé que es una asignatura importante, pero...

-¿Qué ocurre?

-El señor Roberts trató mal a Rigel. Por eso, ni él ni yo hemos vuelto a sus clases -escupió Agnar finalmente, cabizbajo.

Ambos se quedaron en silencio por unos segundos. Segundos que se hicieron eternos.

-¿Qué le hizo?

-Bien es cierto que Rigel no debería haberle contestado, o no debería haberse comportado así, pero... -las palabras se tropezaban unas con otras cuando hablaba.- El maestro tampoco tenía derecho a reaccionar de ese modo.

-¿A reaccionar de ese modo? -cuestionó Mónica, para después reflexionar por un tiempo.- Oh, ya veo.

-Fue horrible. Ni siquiera me atreví a mirar -suspiró el chico.- Sé que hay muchos maestros que agreden a sus alumnos, pero, aquí nadie nos había tratado así antes.

-Agnar, comprendo tú frustración, sin embargo, no podemos juzgar los métodos ajenos, por mucho que nos duela.

-Señorita Smith, por favor...

-Lo siento, cariño. Hablaré con el señor Roberts, y haré todo lo que esté en mi mano, aunque, no puedo prometerte nada.

El joven resopló, cruzándose de brazos y mirando a otro lado. La mujer, tan decepcionada como él, ladeó sutilmente la cabeza, observando con atención a su alumno.

-Rigel es muy buen amigo tuyo, ¿verdad?

-Sí. Lo es.

-¿Sólo amigo?

Los ojos de Agnar se abrieron como platos. De un momento para otro, sus mejillas se habían tornado en un intenso color carmesí. Miraba a todas las direcciones, evitando el contacto visual con su maestra.

-¡Sí, por Dios! ¡Qué asco! -balbuceó, más nervioso que nunca.

-¿Por qué dices "qué asco"? -carcajeaba ella, viendo cómo su alumno se apresuraba por recoger sus cosas.

-Pues, ¡porque sí! -exclamó él, tomando sus libros torpemente.- ¡Yo no voy por ese lado!

-¿Por cuál lado? -insistía la señorita Smith, sonriente.

-¡Usted ya me entiende! -Agnar finalmente había cogido todas sus cosas.- ¡Hasta mañana! -el chico abandonó el aula tan rápido como pudo, muy avergonzado.


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