LIX. Lʟᴏʀᴀʀ, ᴄᴏʀʀᴇʀ, ᴍᴀᴛᴀʀ, ʙᴇsᴀʀ, ᴀᴍᴀʀ

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"Wishing, hoping, chasing shadows. Did I see your face somewhere in the crowd? Thinking, wondering, what you're doing. I can't stop myself from crying out loud. They say my wound will heal and only leave a scar. But then, they'd never shared our love. Disillusion, disillusion's all you left for me" – Disillusion (ABBA).

3 de septiembre, 1979

Como inevitablemente iba a ocurrir al llegar septiembre, la rutina aterrizó de nuevo en las vidas de los jóvenes, concluyendo de manera definitiva con las vacaciones de verano. Esos dos meses habían sido, cuanto menos, impredecibles: a veces lánguidos, en ocasiones frenéticos. Aunque, desde luego, cualquier cosa parecía más apetecible que retomar las clases después de tanto tiempo. 
Aquel era un lunes que se abría paso con una insípida mañana. Las oscuras nubes se apoderaban del cielo que hacía escasos días era azul, y el aire estaba cargado de humedad, prediciendo el tiempo que se avecinaba. 
Todos los niños y niñas del orfanato tomaban el desayuno en el gran comedor con desgana, con las cabezas bajas y sintiendo los párpados pesados. Olivia, Giselle, Agnar y Rigel comían de la misma manera, con el ánimo por los suelos. El pelinegro desviaba la mirada de vez en cuando en dirección a las sillas de su izquierda, un par de asientos vacíos que les correspondían a Ethan y Jacob, quienes no habían aparecido en todo el desayuno.

—¿Dónde demonios se han metido estos dos? —preguntaba Rigel, con el ceño fruncido, fijándose en cómo la gente se iba levantando de sus asientos, dispuestos a marcharse. Las clases estaban por comenzar.

—Ni puta idea —suspiró Giselle, incorporándose también, mientras dejaba su plato sobre la mesa.— Tal vez ya están en el aula, esperando. Vámonos — se convenció a sí misma.

Aunque, eso era algo bastante improbable. De hecho, los dos chicos no tenían pensado asistir a las lecciones ese día, pues habían estado muy entretenidos en la intimidad, compartiendo momentos pasionales. 
Rondaban las nueve, cuando Jacob estaba sentado al borde de la cama, colocando una chaqueta granate sobre la camiseta blanca que acababa de ponerse. Sus ojos perseguían cada movimiento de Ethan, quien se encontraba de pie en medio de la habitación, abrochándose los pantalones y sujetándolos con un cinturón. Su cuerpo y cada parte de él. Era hermoso. Jodidamente hermoso.

—Oye, Ethan —musitó el pelirrojo, notoriamente hipnotizado por los movimientos del chico. La fragilidad de sus manos, la musculatura de sus brazos, cada centímetro de su exquisita figura, la cual recorría de arriba a abajo una y otra vez.— He estado pensando, y, ¿no crees que llevamos un tiempo, no sé... distantes?

—¿Distantes? — repitió el rubio sin mucho interés, concentrado en la tarea de atarse los cordones de los zapatos.— ¿A qué te refieres?

—No lo sé, joder —escupió, exhausto por la actitud de su amigo. A Jacob nunca se le habían dado bien las palabras, y su paciencia brillaba por su ausencia. Por si fuera poco, Ethan lo hacía todo más complicado.— Antes hablábamos más. Nos lo contábamos todo, y esos rollos.

—Oh. Ya veo — asintió, ahora con las cejas ligeramente curvas.— Con que me echas de menos, ¿eh?

—Gilipollas —gruñía, mientras le lanzaba una almohada. Ethan estalló en una carcajada, dejando escapar esa melodía que hacía que las mejillas de Jacob se calentasen.

—Ahora en serio, ¿de qué quieres que hablemos? —levantó la cabeza en cuanto los lazos de sus zapatos estaban formados.— ¿De una chica nueva que te gusta?

Los ojos de uno se encontraron con los del otro en cuestión de segundos. Y, de pronto, sus brillantes pupilas volvieron a conectar como el primer día. Ese azul cristalino, como las saladas aguas del océano, y ese azul grisáceo, como la resplandeciente pero melancólica luna. 
El océano y la luna. Tan cerca, pero tan lejos a la vez. 
Las palabras no eran necesarias cuando las miradas se entendían. Sin embargo, una expresión suplicante, desesperada, gritando "por favor, ámame", chocaba con otra que reflejaba miedo, que la rechazaba con un "no puedo. No debo".

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