Capitulo 1

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La invitación más codiciada en la temporada de este año tiene que ser sin duda alguna la del baile de máscaras en la casa Mellark, que se celebrará el próximo lunes. En efecto, una no puede dar dos pasos sin verse obligada a escuchar a alguna mamá de la alta sociedad haciendo elucubraciones sobre quién asistirá y, tal vez lo más importante, quién se disfrazará de qué. Sin embargo, ninguno de estos temas son ni de cerca tan interesantes como el de los dos hermanos Mellark solteros. (Antes que alguien señale que existe un tercer hermano Mellark soltero, permitid que esta cronista os asegure que conoce muy bien la existencia de Gregory Mellark. Pero sólo tiene catorce años, por lo tanto no corresponde hablar de él en esta determinada columna, la que trata, como suelen tratar las columnas de esta cronista, del más sagrado de los deportes: la caza de marido.) Si bien los señores Mellark no poseen ningún título de nobleza, se los considera dos de los principales partidos de la temporada. Es un hecho bien sabido que ambos son dueños de respetables fortunas, y no hace falta ser muy observador para advertir que también poseen la belleza Mellark, como la poseen los ocho miembros de esta prole.¿Aprovechará alguna damita el misterio de una noche de máscaras para cazar a uno de los cotizados solteros? Esta cronista ni siquiera hará el intento de elucubrar.

Ecos de Sociedad, 31 de mayo de 1815

¡Katy! ¡Katy!Continuaron los gritos, fuertes como para romper los cristales, o por lo menos un tímpano.

-¡Voy Rosamund! ¡Voy!Cogiéndose la falda de lana basta, Katy subió a toda prisa la escalera, pero en el cuarto peldaño, se resbaló y alcanzó justo a cogerse de la baranda para no caer sentada. Tendría que haber recordado que los peldaños estarían resbaladizos; ella misma había ayudado a la criada de la planta baja a encerarlos esa mañana. Deteniéndose con un patinazo en la puerta del dormitorio de Rosamund, tratando de recuperar el aliento, dijo: -¿Sí? -El té está frío. «Estaba caliente cuando te lo traje hace una hora, holgazana pesada», deseó decir Katy, pero dijo: -Te traeré otra tetera. Rosamund sorbió por la nariz.

-Procura hacerlo. Katy estiró los labios formando un gesto que los cegatones podrían llamar sonrisa, y cogió la bandeja. -¿Dejo las galletas? Rosamund negó con su hermosa cabeza. -Quiero de las recién hechas.
Con los hombros ligeramente encorvados por el peso del contenido de la bandeja, Katy salió de la habitación y tuvo buen cuidado de no comenzar a refunfuñar hasta cuando se había alejado bastante por el corredor. Rosamund vivía pidiendo té y luego no se molestaba en tomárselo hasta pasada una hora. Entonces, lógicamente, el té ya se había enfriado, por lo que tenía que pedir que le llevaran otra tetera con té caliente. Lo cual significaba que ella vivía subiendo y bajando la escalera a toda prisa, arriba y abajo, arriba y abajo. A veces le parecía que eso era lo único que hacía en su vida. Subir y bajar, subir y bajar. Y claro, también estaban el arreglar ropa, el planchar, peinar, limpiar y abrillantar los zapatos, zurcir, remendar, hacer las camas, en fin.

- ¡Katy! Se giró y vio a Posy caminando hacia ella.
-Katy, quería preguntarte, ¿encuentras que este color me sienta bien? Con mirada evaluadora contempló el disfraz de sirena que le enseñaba Posy. El corte no era el adecuado, pues Posy continuaba conservando la gordura de cuando era niña, pero el color sí hacía resaltar lo mejor de su piel.

-Es un hermoso matiz de verde -contestó, sinceramente-. Te hace ver muy sonrosadas las mejillas. -Ah, qué bien, me alegra tanto que te guste. Tienes un verdadero don para elegir mi ropa. -Sonriendo, alargó la mano y cogió una galleta azucarada de la bandeja-. Madre ha estado absolutamente insoportable conmigo toda la semana por el baile de máscaras, y sé que no veré el fin de eso si no me veo bien. 0 -añadió arrugando la cara en un mal gesto- si ella encuentra que no me veo bien. Está resuelta a que una de nosotras atrape a uno de los hermanos Mellark que quedan solteros, ¿sabes?
—Lo sé.
-Y para empeorar las cosas, esa mujer Whistledown ha vuelto a escribir sobre ellos. Eso sólo -Posy guardó silencio para terminar de masticar y tragar- le abre el apetito. -¿Era muy buena la columna esta mañana? -preguntó Katy, apoyándose la bandeja en la cadera-. Aún no he tenido la oportunidad de leerla.
- Bah, lo de siempre -repuso Posy agitando la mano-. La verdad es que puede ser muy aburrida, ¿sabes? Katy intentó sonreír y no lo consiguió. Nada le gustaría más que vivir un día de la aburrida vida de Posy. Bueno, tal vez no le gustaría tener a Araminta por madre, pero no le molestaría una vida de fiestas, salidas y veladas musicales. -Veamos -musitó Posy-. Había una reseña sobre el último baile de lady Worth, un corto comentario sobre el vizconde Guelph, que parece estar bastante enamorado de una muchacha de Escocia, y luego una larga columna sobre el próximo baile de máscaras de los Mellark. Katy exhaló un suspiro. Llevaba semanas leyendo acerca de ese baile de máscaras, y aunque no era otra cosa que una doncella de la señora (y de tanto en tanto criada también, siempre que Araminta consideraba que no trabajaba bastante) no podía dejar de desear asistir a ese baile. -Yo por mi parte estaré encantada si ese vizconde Guelph se compromete en matrimonio -comentó Posy, cogiendo otra galleta-. Eso significará que madre tendrá un soltero menos del que hablar y hablar como posible marido.
Y no es que yo haya tenido alguna esperanza de atraer su atención de todos modos. -Tomó un bocado de la galleta, haciéndola crujir fuerte-. Espero que lady Whistledown tenga razón respecto a él. -Probablemente la tiene -contestó Katy. Leía la hoja Ecos de Sociedad desde que empezara a aparecer en 1813, y la columnista de cotilleos casi siempre tenía razón cuando se trataba de asuntos del Mercado Matrimonial. Lógicamente ella no había tenido jamás la oportunidad de ver ese Mercado en persona, pero si alguien leía la Whistledown con suficiente frecuencia casi podía sentirse parte de la Sociedad londinense sin asistir a ningún baile. En realidad, leer la Whistledown era para ella un pasatiempo verdaderamente agradable.
Ya había leído todas las novelas de la biblioteca, y puesto que ni Araminta, Rosamund ni Posy eran particularmente aficionadas a la lectura, no tenía esperanzas de que entrara algún libro nuevo en la casa. Pero la hoja Whistledown era divertidísima. Nadie conocía la verdadera identidad de la columnista. Cuando hizo su primera aparición la hoja informativa hacía dos años, las elucubraciones estuvieron a la orden del día. Incluso en esos momentos, siempre que lady Whistledown comentaba algún cotilleo particularmente jugoso, la dama volvía a ser tema de conversación y de suposiciones; volvía la curiosidad sobre quién demonios podía ser esa persona que informaba con tanta rapidez y exactitud. En cuanto a Katy, para ella Whistledown era un seductor atisbo del mundo que podría haber sido el de ella si sus padres hubieran legalizado su unión. Habría sido la hija del conde, no la bastarda; su apellido habría sido Gunningworth, no Everdeen. Aunque sólo fuera una vez, le gustaría ser ella la que subía al coche y asistía al baile. En lugar de eso, era la que vestía a las demás para sus salidas nocturnas, ciñéndole el corsé a Posy, peinando a Rosamund o limpiando un par de zapatos de Araminta. Pero no podía, o al menos no debía, quejarse. Tal vez tenía que servir de doncella a Araminta y a sus hijas, pero por lo menos tenía un hogar, lo cual era más de lo que tenían la mayoría de las muchachas en su situación. Su padre no le dejó nada al morir; bueno, nada aparte de un techo sobre la cabeza. Con su testamento se aseguró de que no la pudieran echar de la casa hasta que tuviera veinte años. De ninguna manera iba a perder Araminta el derecho a cuatro mil libras anuales echándola de casa. Pero esas cuatro mil libras eran de Araminta, no de ella, y jamás había visto ni un solo penique de ellas. Desaparecieron los hermosos vestidos que se había acostumbrado a usar, siendo reemplazados por los de lana basta de las criadas. Y comía lo que comían las demás criadas, lo que fuera que Araminta, Rosamund y Posy decidieran dejar de sobras. Sin embargo, hacía casi un año que llegó y pasó su vigésimo cumpleaños, y continuaba viviendo en la casa Penwood, seguía desviviéndose en el servicio a Araminta. Por algún motivo desconocido, ya fuera porque no quería formar (o pagar) a otra doncella, ésta le había permitido seguir viviendo en la casa. Y ella continuó, claro. Si Araminta era el demonio que conocía, el resto del mundo era el demonio que no conocía. Y ella no tenía idea de cuál podía ser peor. -¿No te pesa mucho esa bandeja? Katy cerró y abrió los ojos para salir de su ensimismamiento y centró la atención en Posy, que estaba cogiendo la última galleta de la bandeja. -Sí, pesa bastante. Y ya debería estar en la cocina con ella. Posy sonrió. -No te detendré más tiempo, pero cuando hayas acabado eso, ¿podrías plancharme el vestido rosa? Me lo voy a poner esta noche. Ah, y supongo que tendrías que limpiar los zapatos a juego también. Quedaron un poco polvorientos la última vez que me los puse y ya sabes cómo es madre con los zapatos. Que más da que no se vean bajo mi falda. Ella se fijará en la más mínima motita de polvo en el instante en que me levante la falda para subir un peldaño. Katy asintió, añadiendo mentalmente esas peticiones a su lista de quehaceres diarios.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora