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Katniss se despertó a la mañana siguiente con una sensación de lo más extraña. Parecía vértigo, y se aferró a la barandilla de la cama durante varios segundos antes de darse cuenta de que...
El barco no se movía.
¡No se movía! Bajó de un salto de la litera y corrió hacia la ventana, tropezándose sin motivo en medio de la calma. Emocionada, abrió las cortinas para ver...
Dársenas. Por supuesto.
No sabía por qué no se le había ocurrido que no iba a poder ver el centro de Lisboa desde la ventana del barco. Las dársenas de Londres no se parecían en nada a las vistas de la capital. Sin embargo, era algo diferente a las aguas infinitas del Atlántico, y Katniss observó todo con avidez. Solo podía ver un pequeño fragmento de lo que seguramente era un gran lienzo, pero aun así, la escena que tenía delante era un bullicio de vida y actividad. Los hombres (todos era hombres, no vio a ninguna mujer) caminaban con fuerza y eficiencia, llevando cajas, tirando de sogas, realizando todo tipo de tareas, cuyo propósito Katniss no supo deducir.
Y qué extraños y diferentes eran los hombres..., y al mismo tiempo, no eran para nada diferentes. Desempeñaban las mismas tareas que ella suponía que realizaban los trabajadores portuarios ingleses, se empujaban, reían y discutían como era típico de los hombres. Sin embargo, aunque no supiera que estaba en Portugal, se habría dado cuenta de que estos hombres no eran ingleses. No se debía a su aspecto, aunque era verdad que la mayoría tenía cabello y piel más oscuros que la mayoría de los compatriotas de Katniss. Podía verse más en sus movimientos, en sus gestos. Cuando hablaban, adivinaba al mirar los que sus palabras correspondían a otro idioma. Las bocas de los hombres se movían de modo distinto. Usaban músculos diferentes. Hacían expresiones distintas. Era fascinante, y se preguntó si se habría dado cuenta si la pared y las ventanas que los separaban no hubiesen reducido tanto el sonido de las voces. Si pudiese oírlos, realmente oír cómo sonaba el idioma portugués, ¿sus ojos habrían encontrado los cambios en sus rostros?Había tanto en qué pensar. Tanto para ver. Y ella estaba encerrada en ese camarote. El capitán James había dejado claro que no podría desembarcar en Lisboa. Había dicho que era demasiado peligroso, que no había venido para hacer de guía, que tenía un negocio que atender, y que aquel no era un viaje de placer...
Tenía muchas razones. Pero, por otro lado, también le había dicho que de ningún modo podría subir a cubierta. Y la noche anterior había cambiado de opinión. Katniss apoyó la frente en la ventana; sintió el vidrio fresco y relajante sobre su piel. La noche anterior, tendida en la cama, reviviendo cada instante transcurrido en la cubierta bajo las estrellas, se había abandonado a la esperanza de que quizás él se ablandará y la llevaría a la ciudad. Algo había cambiado la noche anterior, y no estaba pensando en el beso. Bueno, no, por supuesto que pensaba en el beso. Aunque declaró que nunca deberían volver a hablar de ello. Se quedó estupefacta cuando el capitán sugirió que olvidaran que aquello había sucedido. Estuvo a punto de decírselo: estaba convencida de que era exactamente el tipo de cosas que una persona debía recordar, aunque solo fuera para asegurarse de que no se repitiera.
Sin embargo, le pareció algo mezquino, y quizá también cruel, así que estuvo a punto de decir que era su primer beso, y que una muchacha solo recibía uno de esos, y que estaba loco si creía que ella iba a fingir que nunca había sucedido. Pero ese era, sin duda, el tipo de cosas que él malinterpretaría. No quería que él creyera que estaba echada en la cama pensando en él, aunque eso fuese cierto. Por el momento. No es que planeara echarse en la cama para pensar en él durante el resto de su vida. En menos de una semana estaría de regreso en Inglaterra, y nunca más volvería a verlo. Si Elizabeth mantenía la boca cerrada, la vida de Katniss podría continuar con normalidad; eso significaba que, tarde o temprano, se casaría con algún buen caballero aprobado por su familia, y se acostaría y pensaría en él durante el resto de su vida. Y si Elizabeth no mantenía la boca cerrada y la reputación de Katniss quedaba hecha trizas, tendría mayores problemas que le quitarían el sueño en lugar del irresistible y apuesto capitán Peeta James. Katniss miró el reloj para ver la hora y, en ese justo momento, Billy llamó a la puerta. No necesitaba oír su voz para saber que era él. Billy y el capitán eran las dos únicas personas que venían a verla, y su manera de llamar era tan diferente como el día y la noche. —¡Adelante! —dijo ella, porque, a diferencia del capitán, Billy siempre esperaba permiso para entrar. Todavía estaba peinada con su trenza, pero a ella ya no le importaba. Y dado que dormía con la ropa puesta, tampoco nadie iba a verla vestida indecorosamente.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora