En fin, la cosa había ido bien. Curioso que nunca se le hubiera ocurrido que ella podría decirle que no.—Menos mal —se dijo mientras dejaba su caballo en manos de los mozos de cuadra de Crake House—. De todas formas no quería casarme con ella. He cumplido con mi deber —siguió diciéndole al prado desierto mientras se dirigía a la casa—. Se lo he pedido y ella se hanegado. No hay nada más que hacer.
—A la postre, cuando abrió de un tirón la gigantesca puerta principal de Crake House y entró en el vestíbulo, murmuró—: De todas formas, era una idea absurda. ¡Por Dios! ¿En qué estaba pensando? ¡Katniss Everdeen!—¿Señor? Era Wheelock, que había aparecido de la nada, como era su costumbre. Peeta estuvo apunto de dar un respingo.—Siento haberlo sorprendido, señor. Peeta había perdido la cuenta de la cantidad de veces que Wheelock había pronunciado esa misma frase. Era casi el mismo número de veces que lo decía por decir. Wheelock vivía para pillar por sorpresa a los Mellark.
—He salido a cabalgar —dijo Peeta. No era una mentira. Había salido a cabalgar. A Aubrey Hall, donde le había pedido a una mujer que se casara con él, le habían tirado un montón de barro al cuello y lo habían rechazado, aunque no exactamente en ese orden. Wheelock miró la manga embarrada de Peeta, la misma que había utilizado para limpiarse el cuello. —¿Qué? —soltó Peeta. Más tarde se arrepentiría de haberle hablado a Wheelock de forma tan grosera, pero no podía hacer otra cosa en ese momento. Wheelock hizo una pausa antes de responder, el tiempo justo para dejarle claro que uno de ellos era el epítome de la serenidad y la calma, y el otro, no.
—Solo quería preguntarle si le apetece un refrigerio —dijo el mayordomo.
—Sí —replicó él—. No.
—¡Por Dios! No quería ver a nadie. Pero tenía hambre—. Sí, pero que lo lleven a mi habitación.—Como quiera, señor, pero debo añadir...
—Ahora no, Wheelock.
—Seguro que le interesa saber que...
—Un baño —lo interrumpió Peeta—. Subo la escalera, me doy un baño, me tomo una copa y me voy a la cama.
—¿A las once y media de la mañana? —¿Esa hora es?—Efectivamente, señor. Peeta le hizo una reverencia con una floritura exagerada.—En ese caso, me despido de ti. Wheelock lo miró como si se hubiera vuelto loco. ¡Demonios! Seguramente se hubiera vuelto loco. Sin embargo, solo logró dar tres pasos antes de que Wheelock lo llamara de nuevo.
—¡Señorito Peeta!
Peeta gimió. Podría haber pasado por alto un «señor», pero «señorito Peeta» lo devolvió a la infancia, una época en la que la palabra de Wheelock era la ley.
Se volvió despacio.
—¿Sí, señor Wheelock?—Su padre espera en su gabinete.—Mi padre siempre está esperando en su gabinete.—Una observación muy sagaz, señor, pero esta vez lo está esperando. Peeta volvió a gemir, en esta ocasión lo hizo para que el mayordomo lo oyera.
—¿Debo ordenar que envíen su refrigerio al gabinete de lord Mellark? —preguntó Wheelock.—No. A mi habitación, por favor. No estaré allí el tiempo suficiente para comer. Wheelock no parecía muy convencido, pero asintió con la cabeza.
—Vas a enviarlo al gabinete de mi padre, ¿verdad? —le preguntó.
—A los dos sitios, señor. Peeta debería haberlo imaginado.
—¡Dios mío! Eres impresionante. Wheelock asintió con un gesto elegante de cabeza.—Se hace lo que se puede, señor. Peeta negó con la cabeza.
—Si los mayordomos gobernaran el mundo...—Una utopía con la que solo podemos soñar. Pese a su horrible estado de ánimo, Peeta sonrió y se obligó a ir al gabinete de su padre. La puerta estaba abierta, así que dio un golpecito en la pared y entró. —¡Ah! —dijo lord Mellark, levantando la vista de la mesa—. Has vuelto.
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Con todo mi corazon
RomanceTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...