Esta carta está dirigida a ambos. Me alegro tanto de que os tengáis el uno al otro. El mundo es un lugar más amable cuando las cargas pueden compartirse. DE KATNISS EVERDEEN A THOMAS EVERDEEN Y PEETA MELLARK.
A la mañana siguiente Peeta se despertó primero. Siempre lo hacía, pero nunca antes se había sentido tan agradecido por ello. Ya había amanecido, aunque no hacía mucho a juzgar por el haz de luz que se filtraba a través de las cortinas. Del otro lado de la ventana, Nueva York regresaba a la vida, pero los sonidos de la vida cotidiana aún eran intermitentes y callados. Un carro pasaba chirriando, un gallo cacareaba. De vez en cuando alguien saludaba con un grito. Suficiente para atravesar las gruesas paredes de la posada, pero no para despertar a alguien con un sueño tan profundo como el de Katniss. Durante gran parte de su vida, Peeta había usado sus mañanas poco ocupadas para levantarse y enfrentarse al día. Siempre le había parecido asombroso cuánto podía llegar a hacerse cuando no había tantas personas alrededor. Sin embargo, más recientemente (o, para ser más exacto, desde que Katniss había llegado a su vida), aprovechaba la madrugada para pensar con tranquilidad. Era más fácil porque la cama era muy cómoda. Y cálida.
Y porque Katniss estaba allí. Ella se acercaba a él durante la noche, y a él le encantaba dedicar algunos minutos a disfrutar de su suave presencia antes de salir de la cama en silencio para vestirse. A veces era el brazo de ella, que aparecía sobre su pecho y sus hombros. A veces su pie, metido curiosamente debajo de su pantorrilla. Pero siempre salía de la cama antes de que ella se despertara. No estaba seguro del todo de por qué. Quizá porque no estaba preparado para que ella se diera cuenta de lo mucho que él adoraba su cercanía. Tal vez no estaba dispuesto a admitir cuánta paz encontraba él en esos momentos robados. También estaba el día anterior, cuando había estado tan ansioso por salir a comprarle algo especial en la panadería. Eso sí que había salido bien. Sin embargo, esa mañana le costó levantarse. Ella estaba acurrucada contra él, con el rostro escondido cerca de su pecho. Con su brazo él la mantenía en su sitio, lo bastante cerca como para poder sentir su aliento en la piel. Mientras dormía le había estado acariciando el cabello. Cuando se dio cuenta de lo que hacía detuvo su mano, pero no se apartó de ella. No se decidía a hacerlo.
Si se quedaba totalmente quieto, podía casi imaginar que el día anterior no había ocurrido. Si no abría los ojos, podía llegar a creer que Thomas aún estaba vivo. Y que su matrimonio con Katniss... era real. El lugar de ella estaba ahí, entre sus brazos, mientras el delicado aroma de su cabello le hacía cosquillas en la nariz. Si él la giraba y buscaba consuelo en su cuerpo, y tenía todo el derecho de hacerlo, sería una bendición. En cambio, era el hombre que había seducido a una dama inocente.Y ella era la mujer que lo había puesto en esa situación. Quería odiarla. A veces pensaba que la odiaba. La mayor parte del tiempo no estaba seguro. A su lado, Katniss comenzó a despertarse.—¿Peeta? —murmuró—. ¿Estás despierto?¿Se consideraba mentira fingir que estaba dormido? Seguramente. Pero en el contexto de las falsedades recientes, era una mentira muy pequeña. No decidió fingir que estaba dormido. No fue nada tan calculador. Pero cuando oyó sus palabras como una leve brisa sobre su oreja sintió cierto resentimiento en su interior y no quiso responderle. Simplemente no quiso. Después, cuando ella murmuró algo sorprendida y se acomodó en una posición más vertical, él empezó a sentir una extraña sensación de poder. Ella creía que estaba dormido. Ella creía que él era algo que no era. Era lo mismo que ella le había hecho a él, aunque en una escala mucho menor. Ella no le había dicho la verdad, y al hacerlo, había tenido todo el poder. Quizá tenía ganas de vengarse. Tal vez se sentía ofendido. Su reacción no fue muy noble, pero le gustó hacerle eso, como ella se lo había hecho a él. —¿Qué voy a hacer? —oyó que ella murmuraba. Se dio la vuelta de costado, mirando hacia el otro lado, pero su cuerpo permaneció cerca. Y aún la deseaba. ¿Qué podía ocurrir si no le decía que había recuperado la memoria? Tarde o temprano tendría que revelar la verdad, pero no había razón para hacerlo de inmediato. De todos modos, la mayor parte de lo que recordaba no tenía nada que ver con ella. Estaba el viaje a Connecticut, montado a caballo bajo una lluvia horrible y fría. El momento aterrador en el que un granjero de nombre McClellan lo había sorprendido espiando en el puerto de Norwalk. Peeta buscó su arma, pero cuando otros dos hombres salieron de las sombras (resultaron ser los hijos de McClellan), se dio cuenta rápidamente de que era inútil resistirse. Se lo llevaron a punta de pistola y horquilla al establo de los McClellan, donde lo ataron y lo mantuvieron cautivo durante semanas. Allí fue donde encontró al gato, el que le había contado a Katniss que creía recordar. Ese montón de pelo enmarañado había sido su única compañía durante veintitrés horas cada día. Él pobre se había visto obligado a escuchar la historia de la vida de Peeta. Muchas veces.
No obstante, al gato debió de gustarle la habilidad narrativa de Peeta, ya que lo recompensaba con una multitud de pájaros y ratones muertos. Peeta intentó apreciar los regalos que tan gentilmente le ofrecía el animal y siempre esperaba a que la pequeña bola de pelo no estuviera mirando para patear los animales muertos hacia la puerta del establo. El hecho de que el granjero McClellan pisoteara no menos de seis roedores destrozados fue una ventaja adicional. Resultó ser bastante impresionable para alguien que trabajaba con animales todo el día, y, de hecho, los gritos y chillidos que lanzaba cada vez que los diminutos huesos crujían bajo sus botas eran uno de los entretenimientos de Peeta. Sin embargo, McClellan no se molestaba en ir a verlo al establo muy a menudo. En realidad, Peeta no sabía qué pensaba hacer con él. Seguramente obtener una recompensa. McClellan y sus hijos no parecían muy devotos de la causa de Washington. Y, sin duda, tampoco eran leales ala corona. La guerra podía convertir a los hombres en mercenarios, especialmente a los que ya eran codiciosos. Por fin fue la esposa de McClellan la que liberó a Peeta. No fue debido al gran encanto de Peeta, aunque él se había esforzado por ser distinguido y educado con las mujeres de la familia. No, la señora McClellan le dijo que estaba harta de compartir la comida de su familia. Había parido nueve hijos, y ninguno se había molestado en morirse durante la infancia. Tenía demasiadas bocas que alimentar. Peeta no señaló que durante su estancia no había recibido mucha comida. No cuando la mujer estaba ocupada soltando las sogas que ataban sus tobillos.
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Con todo mi corazon
RomanceTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...