Capitulo 18

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Estas dos últimas semanas han escaseado las posibilidades para las señoritas interesadas en el matrimonio y sus madres. Para empezar, no es abundante la cosecha de solteros esta temporada, puesto que dos de los mejores partidos de la temporada pasada, el duque de Ashbourne y el conde de Macclesfield, ya están engrilletados. Para empeorar las cosas, han brillado por su ausencia los dos hermanos Mellark solteros (descontando a Gregory, pues a sus dieciséis años no está en posición de acudir en auxilio de ninguna de las pobres damitas del mercado del matrimonio). Colin, según se ha enterado esta cronista, está fuera de la ciudad, posiblemente en Gales o Escocia (aunque nadie parece saber a qué puede haber ido a Gales o Escocia a mitad de la temporada). La historia de Peeta es más desconcertante. Por lo visto está en Londres, pero evita todas las reuniones de la buena sociedad en favor de medios menos refinados. Para ser fiel a la verdad, esta cronista no debería causar la impresión de que el señor Mellark ha pasado todas sus horas de vigilia en desenfrenado libertinaje. Si los informes son correctos, ha pasado estas dos semanas en sus aposentos de Brutton Street. Puesto que no ha habido ningún rumor de que esté enfermo, esta cronista sólo puede suponer que finalmente ha llegado a la conclusión de que la temporada en Londres es absolutamente aburrida y no vale su tiempo. Hombre inteligente, sin duda.

Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 9 de junio de 1817.

Katy ya llevaba dos semanas enteras sin ver a Peeta. No sabía si sentirse complacida, sorprendida o decepcionada. No sabía nada esos días. La mitad del tiempo se sentía como si ni siquiera se conociera a sí misma. Estaba segura de que había tomado la decisión correcta al rechazar nuevamente la proposición de Peeta. Eso lo sabía en la cabeza, y aunque suspiraba por el hombre que amaba, lo sabía también en su corazón. Había sufrido demasiado a causa de su bastardía para arriesgarse a imponerle el mismo sufrimiento a un niño o niña, sobre todo si era hijo o hija de ella. No, eso no era cierto. Se había arriesgado una vez. Y aunque lo intentara no podía lamentarlo; el recuerdo era preciosísimo. Pero eso no significaba que debiera volverlo a hacer. Pero si estaba tan segura de que había hecho lo correcto, ¿por qué le dolía tanto? Se sentía como si el corazón se le estuviera rompiendo perpetuamente. Cada día se le desgarraba un poco más, y cada día se decía que el dolor no podía empeorar, que su corazón ya había acabado de romperse, que ya estaba total y absolutamente roto, y sin embargo cada noche lloraba hasta quedarse dormida, añorando a Peeta. Y cada día se sentía peor. A esto se sumaba su terror a dar un paso fuera de la casa, lo que intensificaba su angustia y nerviosismo. Estaba segura de que Posy la andaba buscando, y ciertamente era mejor que no la encontrara. Y no era que creyera que Posy iba a revelar su presencia en Londres a Araminta; la conocía bastante bien, y estaba segura de que nunca faltaría a una promesa intencionadamente. Y el gesto de asentimiento que le hizo esa tarde cuando ella negaba con la cabeza podía considerarse una promesa. Pero, por fiel que fuera Posy en su corazón para cumplir promesas, desgraciadamente su boca la traicionaba. Y no era difícil imaginarse una situación, muchas situaciones en realidad, en que a Posy se le salía accidentalmente la revelación de que ella estaba en Londres. Lo cual significaba que su única ventaja era que Posy no sabia donde estaba viviendo. Podía suponer que esa tarde ella sólo iba pasando por ahí dando un paseo, o que tal vez había ido ahí a espiar a Araminta. Y, sin duda alguna, eso último parecía horriblemente más creíble que la verdad: que lo que ocurrió fue que la chantajearon para que tomara el puesto de doncella justo en la casa de al lado. Con todo esto, había pasado los días zarandeada por emociones que pasaban de melancolía a nerviosisimo y de sufrimiento por el amor frustrado a absoluto miedo. Se las había arreglado para ocultar sus emociones, pero se daba cuenta de que estaba distraída y más callada, y sabía que lady Mellark y sus hijas también lo habían notado. La miraban con expresiones preocupadas y le hablaban con extraordinaria amabilidad. Y vivían preguntándole por qué no iba a tomar el té con ellas. Iba a toda prisa con su cesto de costura por el corredor en dirección a su habitación, donde la esperaba un montón de ropa para arreglar, cuando la vio la señora Mellark. -¡Katy! ¡Estás ahí! Se detuvo y logró sonreír al hacerle la venia de saludo. -Buenas tardes, lady Mellark. -Buenas tardes, Katy. Te he estado buscando por toda la casa. Ella la miró sin expresión. Al parecer, últimamente lo hacía muchísimo. No era capaz de centrar la atención en nada. -¿Sí?
-Sí. Quería preguntarte por qué no has ido a tomar el té con nosotras en toda la semana. Sabes que siempre estás invitada cuando estamos en familia. Katy sintió subir el calor a las mejillas. Había evitado la hora del té porque le resultaba muy difícil estar en la misma habitación con todas las Mellark al mismo tiempo y no pensar en Peeta; todas se le parecían mucho. Además, siempre que estaban juntas se comportaban como una familia. Eso la hacía pensar en todo lo que no tenía ella, le recordaba lo que nunca había tenido: una familia propia. Alguien a quien amar, alguien que la amara, todo dentro de la respetabilidad del matrimonio. Sabía que había mujeres capaces de trocar la respetabilidad por la pasión y el amor. Una gran parte de ella deseaba ser una de esas mujeres. Pero no lo era.
El amor no era capaz de vencerlo todo, al menos en su caso. -He estado muy ocupada -dijo finalmente. Lady Mellark se limitó a sonreírle, con una leve sonrisa vagamente interrogante, imponiendo un silencio que la obligaba a decir algo más. -Con los remiendos -añadió. -Qué terrible para ti. No sabía que habíamos hecho tantos agujeros en las medias.
-¡Noo, no es eso! -se apresuró a decir ella, arrepintiéndose al instante; había dejado escapar la excusa-. Tengo que remendar cosas mías también -improvisó Tragó saliva al comprender tardíamente su error. Lady Mellark sabía muy bien que no tenía ropa fuera de la que ella misma le había regalado. Y que toda esa ropa estaba en perfectas condiciones. Además, era de muy mal gusto que ella arreglara su ropa durante el día, cuando su deber era atender a las niñas. Lady Mellark era una señora comprensiva; probablemente no le importaría, pero eso iba contra su propio código ético. Le habían dado un trabajo, uno bueno, y aunque entrañara desgarrarse el corazón día tras día, ella se enorgullecía de su trabajo. -Comprendo -dijo lady Mellark, con esa enigmática sonrisa todavía en la cara-. Ciertamente podrías llevar ese trabajo al té.  -Ah, pero eso ni lo soñaría. -Pero acabo de decirte que puedes.
Y a juzgar por el tono de su voz, Katy comprendió que lo que quería decir era que «debía». -Desde luego -musitó, y la siguió a la sala de estar de arriba. Estaban todas las niñas ahí, en sus lugares habituales, riñendo, sonriendo y embromándose (aunque, afortunadamente, no arrojándose panecillos). También estaba la hija mayor, Daphne, la duquesa de Hasting, con su hija menor, Caroline, en brazos. -¡Katy! -exclamó Primrose sonriendo de oreja a oreja--. Pensé que estarías enferma. -Pero si me viste esta mañana cuando te peiné. -Sí, pero estabas muy rara. Katy no encontró ninguna respuesta adecuada a eso, porque si que había estado rara; no podía contradecir la verdad. Por lo tanto, simplemente tomó asiento, y asintió cuando Francesca le ofreció una taza de té. -Penelope Featherington dijo que vendría hoy -dijo Eloise a su madre cuando Katy estaba tomando su primer sorbo. Katy no conocía personalmente a Penelope, pero lady Whistledown escribía con frecuencia acerca de ella. También sabía que era íntima amiga de Eloise. -¿Alguien se ha fijado que hace tiempo que Peeta no viene a vernos? -preguntó Primrose. Katy se pinchó el dedo, pero logró contener la exclamación de dolor. -Tampoco ha ido a vernos a Simon y a mí -dijo Daphne. -Bueno, me prometió que me ayudaría en aritmética -gruñó Primrose-, y ha faltado a su palabra. -Seguro que no se ha acordado -terció lady Mellark diplomáticamente -. Tal vez si le enviaras una nota. -O simplemente le golpearas la puerta -dijo Francesca, alzando ligeramente las cejas como extrañada de que no vieran lo evidente-. No vive tan lejos. -Soy una mujer soltera -bufó Primerose-. No puedo visitar a un soltero en su casa. Katy tosió. -Sólo tienes catorce años -dijo Francesca, desdeñosa. -¡De todas maneras! -Deberías pedirle ayuda a Simón -sugirió Daphne-. Es mucho mejor para los números que Peeta. -¿Sabes?, tiene razón -dijo Primrose mirando a su madre, después de lanzar una mirada furiosa a Francesca-. Lo siento por Peeta, ya no me es de ninguna utilidad. Todas se echaron a reír, porque sabían que era una broma. Todas a excepción de Katy, que creía que ya no sabía reír. -Ahora en serio -continuó Primrose-, ¿para qué es bueno? Simon es mejor para los números y Anthony sabe más historia. Colin es más divertido, claro, y...
-Arte -interrumpió Katy en tono áspero, irritada porque la familia de Peeta no veía su individualidad ni sus puntos fuertes.
-¿Qué has dicho? -le preguntó Primrose, mirándola sorprendida.
-Es bueno para el arte -repitió Katy-. Bastante mejor que cualquiera de vosotras, me imagino.
Eso atrajo la atención de todas, porque si bien Katy las había dejado ver su ingenio naturalmente agudo, normalmente hablaba con voz suave y jamás había dicho una palabra en tono duro a ninguna de ellas. -No sabía que dibujaba -dijo Daphne, con tranquilo interés-. ¿O pinta? Katy la miró. De las mujeres Mellark era la que menos conocía, pero habría sido imposible no ver la expresión de aguda inteligencia en sus ojos. Daphne sentía curiosidad por el talento oculto de su hermano, le extrañaba su ignorancia al respecto y, principalmente, deseaba saber cómo era que ella sí lo sabía. En menos de un segundo, Katy vio todo eso en los ojos de la joven duquesa. Y en menos de un segundo comprendió que había cometido un error. Si Peeta no había dicho nada a su familia sobre su arte, no le correspondía a ella decirlo. -Dibuja -dijo finalmente, en un tono que esperaba fuera lo bastante seco para impedir más preguntas.Y lo consiguió. Nadie dijo una palabra, aunque cinco pares de ojos continuaron mirándole atentamente la cara.
-Hace dibujos -musitó.
Miró las caras, una a una. Eloise estaba pestañeando rápidamente. Lady Mellark no pestañeaba en absoluto. -Dibuja muy bien -continuó, dándose de patadas mentalmente mientras hablaba.
Había algo en el silencio de las Mellark que la impulsaba a llenar el vacío. Finalmente, cuando el momento de silencio más largo entre ellas llenó el espacio de un segundo, lady Mellark se aclaró la garganta y dijo:-Me encantaría ver uno de sus dibujos. -Se llevó la servilleta a los labios, aunque no había tomado ni un sólo sorbo de té. Siempre que él quiera enseñármelo, lógicamente. Katy se levantó.
-Creo que debo irme.
Los ojos de lady Mellark la clavaron donde estaba. -Quédate, por favor -le dijo con una voz que era terciopelo sobre acero. Katy volvió a sentarse. -¡Creo que oigo a Penelope! -exclamó Eloise levantándose de un salto. -No la has oído -dijo Primrose. -¿Por qué iba a mentir? -No lo sé, pero... Apareció el mayordomo en la puerta.
-La señorita Penelope Featherington -entonó. Eloise miró a Primrose con los ojos agrandados como diciendo «¿Lo ves?».
-¿Es mal momento? -preguntó Penelope.
-No -contestó Daphne, con una leve sonrisa vagamente divertida-, sólo uno extraño. -Ah. Bueno, supongo que podría volver después. -De eso ni hablar -dijo lady Mellark-. Haz el favor de sentarte a tomar té. Katy observó a la joven mientras tomaba asiento en el sofá, al lado de Francesca. Penelope no era una ninguna refinada beldad, pero sí muy atractiva a su nada complicada manera. Tenía el pelo castaño rojizo y las mejillas ligeramente espolvoreadas con pecas. Su tez era un pelín cetrina, aunque tal vez eso tenía más que ver con su nada atractivo vestido amarillo que con cualquier otra cosa. Pensándolo bien, creyó recordar haber leído algo en la hoja de lady Whistledown acerca de los feos vestidos de Penelope. Qué lástima que la pobre muchacha no pudiera convencer a su madre para que la dejara usar el color azul. Pero mientras observaba disimuladamente a Penelope se dio cuenta de que ésta la estaba examinando sin mucho disimulo. -¿Nos hemos visto? -le preguntó Penelope de pronto.A Katy la asaltó una horrorosa sensación, que le pareció premonitoria, o tal vez de algo... conocido, ya visto. -Creo que no -se apresuró a contestar. Penelope continuó mirándola sin pestañear. -¿Está segura? -Bueno, eh... no veo cómo podríamos habernos conocido. Penelope hizo una corta espiración y agitó la cabeza, como para limpiarla de telarañas.
-Sin duda tiene razón. Pero hay algo en usted que me resulta conocido.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora