Epílogo

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Nueve meses más tarde.  

Peeta había creído que quería una niña, pero cuando sostuvo a su hijo recién nacido en brazos, solo pudo pensar que esa increíble y milagrosa criatura era perfecta en todos los sentidos.
Ya habría tiempo para hacer más bebés.

—Diez dedos en las manos —anunció a Katniss, quien descansaba con los ojos cerrados en el lecho de ambos—. Diez dedos en los pies. —¿Los has contado? —murmuró ella.
—¿Tú no? Katniss abrió un ojo.
—He estado ocupada.
Él rio entre dientes y tocó la diminuta nariz de su hijo.

—Tu madre está muy cansada.
—Creo que se parece a ti —observó Katniss.

—Pues, sin duda, es apuesto. Ella puso los ojos en blanco. Lo pudo ver aunque ella tenía los ojos cerrados. Peeta volvió a observar al bebé.

—Es muy inteligente.
—Por supuesto que sí.
Él miró a su esposa.

—Abre los ojos, Katy.
Katniss los abrió, con expresión de sorpresa al oír su apodo. Nunca lo había usado. Ni una sola vez.

—Creo que debemos llamarlo Roger —anunció. Los ojos de Katniss se agrandaron y humedecieron, y sus labios temblaron cuando habló.

—Creo que es una idea excelente.—Roger William —Peeta decidió.
—¿William?—A Billy le gustaría, ¿no crees?
Katniss esbozó una amplia sonrisa. Billy había venido a vivir a Crake hacía varios meses. Le habían buscado un trabajo en los establos, con la condición de que todos los días tuviera tiempo para asistir a la escuela. Le iba bien, aunque el jefe del establo se había quejado de la cantidad de gatos que ahora vivían allí.

Peeta y katniss también vivían en Crake, pero no por mucho tiempo más.
La casa que Peeta había construido en su cabeza durante tantos años ya casi era una realidad. Dentro de un mes, quizá dos, podrían mudarse. Estaba el cuarto del bebé, soleado, de grandes dimensiones; una biblioteca que esperaba llenar de libros, e incluso un pequeño invernadero, donde Peeta tenía pensado cultivar algunas de las semillas que había reunido en sus numerosos viajes.

—Tendré que llevarte afuera cuando haga más calor —explicó Peeta a Roger mientras caminaba por la habitación—. Te mostraré las estrellas.

—No se verán iguales que desde el Infinity —observó Katniss en voz baja.

—Lo sé. Tendremos que conformarnos. —Peeta la miró por encima del hombro—. Le contaré cómo los dioses de la Antigüedad construyeron un barco tan alto y tan fuerte que el mástil rasgó el cielo y todas las estrellas cayeron como diamantes. El comentario obtuvo una sonrisa.

—Ah, eso le dirás, ¿verdad? —Es la mejor explicación que he oído jamás. —Caminó hacia la cama y acomodó a Roger en los brazos de su madre antes de acostarse junto a ambos—. Sin duda es la más romántica. Katniss sonrió, y él sonrió, y aunque muchas mujeres le habían dicho que los recién nacidos no sonreían, le gustó pensar que Roger también lo hizo.—¿Crees que volveremos a ver el Infinity? —preguntó Katniss.

—Probablemente no. Pero quizás otro barco.
Ella se volvió hacia él.
—¿Te sientes inquieto?
—No. —Ni siquiera tuvo que pensarlo—. Todo lo que necesito lo tengo a mi lado. Ella le dio un suave codazo en el costado.

—Es una respuesta demasiado fácil, y lo sabes.—Retiro todo lo dicho acerca de que eres romántica —replicó—. Incluso la parte de las estrellas. Ella lo miró como si dijera: «Estoy esperando una respuesta».

—He descubierto —observó pensativo— que me gusta construir cosas.
—¿Nuestra nueva casa? Peeta miró a Roger.
—Y nuestra familia. Katniss sonrió, y ella y el bebé se quedaron dormidos. Peeta permaneció sentado un largo rato, maravillado por su buena suerte. Todo lo que necesitaba realmente estaba ahí mismo.

—No ha sido una respuesta demasiado fácil —murmuró. Y esperó; no le sorprendería que su mujer dijera, incluso en sueños: «Sí, lo fue». Pero ella no respondió, así que con sumo cuidado se bajó de la cama y caminó hasta la cristalera que daba a un pequeño balcón. Era casi medianoche, y quizás hacía frío para llevar solo unas medias, pero Peeta sintió un raro impulso hacia la noche profunda. Sin embargo, el cielo estaba encapotado y no había ni una sola estrella. Hasta que...
Peeta miró al cielo. Había un fragmento mucho más oscuro que el resto. El viento debió de haber despejado un pequeño agujero entre las nubes.

—En garde! —murmuró, y con su espada de esgrima imaginaria, entró en combate con los cielos.
Rio mientras arremetía, apuntando justo a ese fragmento. Entonces...
Se quedó inmóvil. ¿Era una estrella? Titilaba alegremente, y mientras Peeta observaba maravillado, se le sumó otra, y luego otra. Tres estrellas en total, pero la primera, Peeta decidió que era su favorita. Era una luchadora. No necesitaba realmente una buena estrella. Pero tal vez...
Miró al otro lado de la ventana, donde Katniss y Roger dormitaban tranquilamente en la cama.

Quizá siempre había tenido una.

FIN.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora