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No puedo apoyar la pluma en el papel sin que Peeta se acerque para asegurarme que, si él hubiese estado en la reunión, le habría encantado bailar contigo. Ah, ahora está enfadado. Creo que le he hecho pasar vergüenza. Su hermano es una amenaza.
¡Se ha apropiado de mi pluma! Lo perdonaré, aunque solo sea porque estamos encerrados en esta tienda desde hace días. Estoy convencido de que no ha parado de llover desde 1753.

Estimada señorita Everdeen, le pido que perdone a su hermano. Me temo que la humedad ha ablandado su cerebro. La lluvia es constante, pero nos ha traído el regalo de las flores silvestres, algo que jamás había visto. El campo es una alfombra de colores lavanda y blanco, y no puedo sino pensar que a usted le gustaría mucho.

DE THOMAS EVERDEEN (Y PEETA MELLARK)
A KATNISS EVERDEEN.

Pronto Katniss volvió a ser la misma, con excepción de algunas costras en las piernas, en las zonas donde no pudo evitar rascarse. Reanudó su búsqueda de Thomas, y Peeta a menudo la acompañaba. Él había descubierto que el ejercicio suave lo fortalecía, de manera que, cuando el calor no era muy agobiante, se apoyaba en el brazo de ella y caminaban por la ciudad, haciendo recados y preguntas.
Y enamorándose.
Por lo menos ella se estaba enamorando. Katniss no quería preguntarse si él sentiría lo mismo, aunque era evidente que disfrutaba de su compañía. Y que la deseaba. Se había acostumbrado a darle un beso antes de irse a dormir. Y también por la mañana, cuando se despertaban. Y, a veces, por la tarde. Con cada contacto, con cada mirada compartida, ella se sentía caer más y más en una fantasía de su propia creación. Pero, ¡ah!, cómo hubiera deseado que fuese cierta. Podía ser feliz con ese hombre. Podía ser su esposa y tener sus hijos; podía ser una vida maravillosa...
Salvo porque todo era mentira. Y cuando se descubriera, no iba a poder escapar tragándose una fresa. Objetivo para ese día: dejar de enamorarse. Ninguno de sus pequeños objetivos había parecido tan inalcanzable. Y tan destinado al sufrimiento. Ya había pequeñas señales de que Peeta estaba recuperando su memoria. Una mañana, mientras se ponía el uniforme, se volvió hacia Katniss y dijo:—Hacía mucho tiempo que no hacía esto. Katniss, que leía el libro de poesía que él había traído de su casa, levantó la mirada.
—¿Que no hacías qué?
Él permaneció en silencio un momento antes de responder y arrugó la frente, como si siguiera elaborando sus pensamientos.

—Ponerme el uniforme. Katniss usó una cinta como señalador y cerró el libro.

—Lo haces todas las mañanas.
—No, antes que eso.
—Calló un momento y pestañeó varias veces antes de continuar—: No usaba uniforme en Connecticut. Ella tragó saliva, tratando de contener su nerviosismo.
—¿Estás seguro? Él miró hacia abajo y pasó la mano derecha por la lana color escarlata que lo distinguía como soldado del ejército de Su Majestad.
—¿De dónde ha salido esto? A Katniss le llevó un momento darse cuenta de a qué se refería.
—¿Tu chaqueta? Estaba en la iglesia.
—Pero no la llevaba puesta cuando me llevaron allí. Katniss se sobresaltó al comprender que era una afirmación, no una pregunta.

—No sé —respondió—. No creo. No se me ha ocurrido preguntar.

—No he podido tenerla puesta —decidió Peeta—. Estaba demasiado limpia.—¿Quizás alguien la limpió por ti? Él negó con la cabeza.

—Debemos preguntarle al coronel Stubbs.
—Por supuesto —afirmó ella. Él calló, pero Katniss supo que eso significaba que su mente iba a toda máquina, tratando de encontrarle forma a un rompecabezas al que aún le faltaban demasiadas piezas. Él miraba la ventana sin verla y con la mano golpeaba su pierna; Katniss esperó hasta que, de pronto, se puso alerta y dijo: —He recordado algo más. —¿Qué? —Ayer, cuando caminábamos por Broad Street. Un gato se frotó contra mí. Katniss calló. Si había un gato, ella no lo había visto.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora