Cuando Katniss oyó que la puerta del camarote del capitán se cerraba, estaba ya de un humor pésimo.Tenía derecho a estar de mal humor. Estar atada de pies y manos podía enfadar a cualquiera. Bueno, una mano y dos pies. Suponía que el capitán James había demostrado algún grado de bondad al dejar libre su mano derecha. Aunque no le servía de mucho. Él no había exagerado al jactarse de la calidad de los nudos marineros. Katniss solo había tardado un minuto en llegar a la conclusión de que no tenía ninguna posibilidad de aflojar la soga. Suponía que una mujer más luchadora habría persistido, pero a Katniss no le gustaba herirse la piel ni romperse las uñas, y era evidente que eso era lo único que lograría si insistía en desatar el nudo.—Tengo hambre —dijo, sin molestarse en mirar quién había entrado al camarote.
—Eso pensé —oyó la voz del capitán. Un panecillo tibio y crujiente aterrizó en la cama junto a su hombro. Despedía un aroma celestial.
—Le he traído mantequilla también —agregó el capitán. Katniss pensó en darse la vuelta para mirarlo, pero hacía rato que se había dado cuenta de que cualquier cambio de posición implicaba una gran cantidad de gruñidos y giros poco dignos, de modo que se limitó a responder: —¿Quiere que llene su cama de migajas?—Le podría responder de tantas maneras... —dijo él, y ella pudo adivinar su sonrisa indolente—. Pero me abstendré.
Un punto para él, otra vez. ¡Maldición!—Si lo desea —ofreció él dulcemente—, la liberaré de sus ataduras.
Fue suficiente para que Katniss girara la cabeza.
—¿Ya estamos mar adentro, entonces?
Él se acercó un paso con un cuchillo en la mano.—Lo suficiente como para que alguien menos inteligente que usted intente escaparse.
Ella arrugó la nariz.
—¿Es un cumplido?
—Por supuesto —dijo él, con una sonrisa letal.—Supongo que piensa usar ese cuchillo en mis ataduras. Él asintió y la soltó.
—Aunque las alternativas son muy tentadoras.
Los ojos de ella se clavaron en el rostro de él.—Es broma —dijo él, casi mecánicamente.
A Katniss no le hizo gracia. El capitán se limitó a encogerse de hombros, mientras tiraba de la soga de sus tobillos.—Mi vida sería mucho más sencilla si usted no estuviera aquí, señorita Everdeen.
—Podría haberme dejado en Charmouth —le recordó ella.
—No —replicó él—. No podía hacerlo.
Ella tomó el panecillo y dio un mordisco de proporciones poco femeninas.—¡De verdad tiene hambre! —murmuró él. Katniss lo miró de tal manera que él supo lo que ella opinaba de un comentario tan evidente. Peeta arrojó otro panecillo en su dirección. Ella lo atrapó con una mano e hizo un esfuerzo por no sonreír.
—Bien hecho, señorita Everdeen —comentó él.
—Tengo cuatro hermanos —explicó ella sin darle importancia.
—¿De verdad? —preguntó él dulcemente.
Ella levantó la mirada un momento de su comida.—Somos muy competitivos.
Él sacó una silla de la mesa de comedor, un mueble sorprendentemente refinado, y se sentó, colocando un tobillo en su rodilla opuesta con relajada elegancia.
—¿Son todos buenos deportistas? Ella lo miró con superioridad. Era capaz de mostrar tanta despreocupación como él. Y si no, moriría en el intento.—Algunos mejores que otros —respondió, y luego terminó de comer el primer panecillo.
Él se echó a reír.
—¿Quiere decir que usted es la mejor? Ella enarcó una ceja.—No he dicho eso.
—No es necesario que lo diga.—Me gusta ganar.
—A la mayoría de las personas les gusta.
Katniss tuvo toda la intención de responder con un comentario mordaz y agudo, pero él le ganó, diciendo: —Sin embargo, me imagino que a usted le gusta ganar más que a la mayoría. Ella frunció los labios. —¿Es un cumplido?Él negó con la cabeza, sus labios aún curvados en esa fastidiosa sonrisa.
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Con todo mi corazon
RomanceTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...