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¿Le has mostrado mi miniatura? ¡Qué vergüenza! Thomas, ¿en qué estabas pensando? Por supuesto que ha dicho que soy bonita. ¿Qué otra cosa iba a decir? Eres mi hermano. No iba a hacerte un comentario sobre mi enorme nariz.

DE KATNISS EVERDEEN A SU HERMANO THOMAS

Una hora más tarde, Katniss estaba sentada en el salón principal del Devil's Head terminando su almuerzo, mientras Peeta leía detenidamente una copia reciente de la Royal Gazette. Ella también había empezado a comer con un periódico en la mano, pero se sobresaltó tanto al leer un párrafo que anunciaba la venta de «Un hombre negro, buen cocinero, no se marea en el barco» que lo dejó a un lado y se concentró en su plato de cerdo con patatas.
Peeta, por su parte, leyó la hoja informativa de un lado y del otro, y tras pedirle al posadero que buscara la edición de la semana anterior, repitió el proceso. No se había molestado en explicárselo, pero para Katniss era evidente que trataba de llenar los vacíos de su memoria. Ella no estaba segura de que eso fuera útil; más bien dudaba de que fuera a encontrar pistas sobre su tiempo en Connecticut en un periódico. De todos modos, no tenía nada de malo, y él parecía la clase de hombre al que le gustaba estar al tanto de las noticias del día. En ese sentido era parecido a Thomas. Su hermano jamás se retiraba de la mesa del desayuno sin terminar de leer el London Times. El periódico ya tenía varios días cuando llegaba a Matlock Bath, pero eso nunca pareció importarle. Era mejor estar atrasado en las noticias que desconocerlas, decía a menudo,y, además, ellos no podían hacer nada por solucionarlo. Cambia lo que puedas, le había dicho una vez, y acepta lo que no puedas cambiar. Se preguntó qué opinaría Thomas de su reciente comportamiento. Tenía la sensación de que habría asignado su herida y posterior desaparición a la categoría «acepta lo que no puedas cambiar».
Dio un resoplido. Ya era demasiado tarde para eso.—¿Has dicho algo? —preguntó Peeta. Ella negó con la cabeza.

—Solo pensaba en Thomas —respondió, esforzándose por no mentir cuando fuera posible.

—Lo encontraremos —dijo Peeta—. O recibiremos noticias. De una manera u otra. Katniss tragó saliva para tratar de empujar el nudo que se le había formado en la garganta, y asintió, agradecida. Ya no estaba sola en eso. Aún se sentía temerosa, ansiosa y llena de dudas, pero no estaba sola. Era una diferencia asombrosa. Peeta comenzó a decir algo más, pero los interrumpió la joven que les había servido la comida. Al igual que todo el mundo en Nueva York, pensó Katniss, parecía cansada de tanto trabajar. Y acalorada. Sinceramente, Katniss no sabía cómo soportaba la gente esos veranos. El aire en Derbyshire nunca era tan húmedo a menos que estuviera lloviendo.
Había oído que los inviernos también eran extremos. Rezaba por no estar ahí cuando cayera las primeras nieves. Uno de los soldados del hospital le había dicho que el suelo se congelaba como una roca y que el viento era tan fuerte que cortaba las orejas.

—Señor —dijo la joven con una rápida reverencia—, su baño está listo.

—Ahora lo necesitas aún más —observó Katniss, señalando sus dedos manchados de tinta.
Huelga decir que nadie en el Devil's Head tenía tiempo ni ganas de sellar la tinta con una plancha caliente.

—Echo de menos las comodidades del hogar —murmuró, mirando distraídamente las puntas de sus dedos. Ella enarcó una ceja. —¿Lo dices en serio? ¿Es lo que más extrañas? ¿Un periódico bien planchado? Él la miró con ironía, pero a ella le pareció que le gustaba que se burlara de él. No era el tipo de hombre al que le gusta que lo traten como a un inválido, con personas andando de puntillas y cuidando lo que dicen a su alrededor. Sin embargo, cuando dejó el periódico y miró hacia la salida, Katniss no le preguntó si quería que lo ayudara a subir la escalera; por el contrario, se puso de pie y le ofreció su brazo en silencio. Se había dado cuenta de cuánto le costaba pedir ayuda en el hospital. Algunas cosas era mejor hacerlas en silencio. En realidad, ella agradecía que la hubiera ignorado para leer la Gazette durante todo el almuerzo. Seguía desconcertada por su ofrecimiento de liberarla del matrimonio. Ella nunca, nunca, había esperado que él hiciera algo así. Al pensar en ello, se consideraba afortunada de que no se le hubiesen aflojado las rodillas. Ella estaba ahí, de pie, con un montón de galletas holandesas en las manos, y de pronto él se había ofrecido a dejarla en libertad. Como si hubiese sido él quien la hubiera atrapado a ella. Debió haber aclarado las cosas. Trató de mentirse a sí misma diciendo que lo habría hecho de no haber sido por...
La expresión de su rostro. No había movido ni un músculo. Pero no como si estuviera paralizado. Simplemente se había quedado... quieto.
Le pareció que contenía la respiración. Pensó que quizá ni siquiera se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Él no quería que ella se marchara.  no sabía por qué estaba tan segura de ello; no tenía manera de conocer sus expresiones, interpretar las emociones contenidas en la profundidad de sus ojos azules como zafiros. Hacía solo un día que lo conocía. No imaginaba por qué podría querer que se quedara, excepto por el hecho de que necesitaba una enfermera y que ella era conveniente, pero parecía querer seguir casado. La ironía era cada vez mayor. Sin embargo, recordó, no podía arriesgarse a revelar la verdad antes de su reunión con el mayor Abernathy. Tenía la sensación de que el capitán Peeta Mellark era un ejemplo de honestidad, y no sabía si él querría, o podría, mentirle a su superior militar. Quizá se sentiría moralmente obligado a revelarle que, si bien deseaba ayudar a la señorita Katniss Everdeen en la búsqueda de su hermano, la verdad era que no era su marido. Katniss no quería siquiera imaginar el resultado de esa conversación. No, si le confesaba a Peeta su engaño, tendría que ser después de la reunión con el mayor. Eso era aceptable, pensó. Pensó en muchas cosas.Y luego intentó dejar de pensar.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora