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Principio del verano de 1786

Para una joven que se había criado en una isla, en Somerset para ser precisos, Katniss  Everdeen había pasado muy poco tiempo en la costa. El agua no le era desconocida; había un lago cerca de la casa familiar, y los padres de Katniss habían insistido en que todos sus vástagos aprendieran a nadar. O, mejor dicho, que todos sus hijos varones lo hicieran.
A Katniss, la única chica entre cuatro hermanos, no le gustaba la idea de ser la única Everdeen que podría morir en un naufragio, y así se lo hizo saber a sus padres (con esas mismas palabras) un segundo antes de dirigirse a la orilla junto a sus hermanos y lanzarse al lago. Había aprendido más rápido que tres de sus cuatro hermanos (no era justo compararla con el mayor; estaba claro que a él le iba a costar menos). Hasta el momento ella era, según su propia opinión, la mejor nadadora de la familia. El hecho de que lo hubiese logrado tanto por tozudez como por talento natural era irrelevante. Lo importante era aprender a nadar. Habría aprendido a hacerlo, aunque sus padres no le hubiesen ordenado quedarse en la orilla. Probablemente.
Sin embargo, hoy no iba a nadar. Lo que tenía delante era el océano, o por lo menos el canal, y el agua helada no podía compararse con el tranquilo lago que había cerca de su casa. Katniss podía ser testaruda, pero no estúpida. Y como estaba sola, no tenía nada que demostrar. Además, se lo estaba pasando bien explorando la playa.
La arena suave y esponjosa bajo suspies, el olor a sal de la brisa marina..., resultaban tan exóticos para ella como si hubiese naufragado en algún lugar recóndito de África.

Bueno, tal vez no, pensó Katniss mientras mordisqueaba un trozo del queso inglés, de sabor familiar, que había traído para la excursión. Aun así, era una experiencia nueva y debería poder considerarse exótica. Especialmente ahora que su vida era tan monótona como siempre. Era casi finales de julio, y su segunda temporada en Londres (a la que asistió gracias a su aristocrática tía lady Everdeen) acababa de finalizar. Para Katniss la temporada acabó igual que como había empezado: soltera y sin perspectivas de casarse. Y algo aburrida. Quizá podía haberse quedado en Londres para las últimas actividades sociales, con la esperanza de conocer a alguien a quien no le hubiesen presentado ya (algo poco probable). Podía haber aceptado la invitación de su tía para pasar unos días en el campo, en Kent, en el caso de que a Katniss le gustara alguno de los caballeros solteros invitados casualmente a cenar (aún menos probable). Aunque para ello habría sido necesario apretar los dientes e intentar no abrir la boca cuando la tía Alexandra le preguntara qué tenía de malo el último candidato (el menos probable de todos).
Los elegidos eran todos muy aburridos, pero gracias a Dios, su amiga de la infancia, Elizabeth, había acudido al rescate. Elizabeth se había mudado a Charmouth hacía varios años junto a su marido, el amable y culto George Armitage. Sin embargo, George había tenido que viajar a Northumberland por un asunto familiar urgente, cuyos detalles Katniss nunca había acabado de comprender, y Elizabeth se había quedado sola en la casa de la playa, embarazada de seis meses y medio. Encerrada y aburrida, había invitado a Katniss a pasar una larga temporada con ella, a lo cual Katniss accedió feliz. Sería como en los viejos tiempos para las dos amigas. Katniss se metió otro trozo de queso en la boca. Bueno, salvo el gigantesco vientre de Elizabeth. Eso sí que era nuevo. Por eso Elizabeth no podía acompañarla en sus excursiones diarias a la orilla del mar, pero no importaba. Katniss sabía que no tenía reputación de tímida pero, a pesar de ser una conversadora nata, disfrutaba también de su propia compañía. Y tras meses y meses hablando de trivialidades en Londres, agradecía poder despejarse con la brisa marina. Había tomado un camino diferente todos los días y descubrió, encantada, a medio camino de Charmouth y Lyme Regis, un pequeño grupo de cuevas escondido donde las espumosas olas lamían la orilla.
La mayoría de las cuevas se inundaban con la marea alta, pero tras investigar el paisaje, Katniss se convenció de que debía de haber alguna cueva seca, y estaba decidida a encontrar una. Solo por el desafío que representaba, por supuesto. No porque hubiese necesidad alguna de que existiera una cueva que siempre estuviera seca en Charmouth, Dorset, Inglaterra. Gran Bretaña, Europa, el mundo.
Tenía que aceptar cualquier desafío que se le presentara, ya que estaba en Charmouth, Dorset, Inglaterra, y ese parecía un rincón muy pequeño del mundo, sin duda.
Dio los últimos bocados a su almuerzo y levantó la mirada con ojos entrecerrados hacia las rocas. El sol acariciaba su espalda, pero el día era lo bastante luminoso como para haber traído un parasol o, como mínimo, que hubiera un árbol grande que diera sombra. Además, hacía calor y había olvidado la chaqueta en casa. Hasta el pañuelo, que tenía puesto para proteger su piel, comenzaba a picar y a darle calor en el pecho. Pero no iba a volver ahora. Nunca había llegado tan lejos. Y, de hecho, había llegado hasta allí tras convencer a la rolliza criada de Elizabeth, designada como su acompañante, de que se quedara en el pueblo.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora