Capitulo 9

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Dicen que los médicos son los peores pacientes, pero es la opinión de esta cronista que cualquier hombre es un paciente terrible. Podríamos decir que ser un paciente exige paciencia, y Dios sabe que la mitad masculina de nuestra especie no goza precisamente de demasiada paciencia.

Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 2 de mayo de 1817.

Lo primero que hizo Katy a la mañana siguiente fue chillar.
Se había quedado dormida sentada en el sillón de respaldo recto junto a la cama de Peeta, con los brazos y piernas en posición muy poco elegante y la cabeza ladeada en una postura bastante incómoda. Al principio su sueño fue ligero, con los oídos aguzados por si le llegaba alguna señal de malestar de la cama del enfermo. Pero después de una hora o algo así de un total y bendito silencio, el agotamiento pudo con ella y cayó en un sueño profundo, ese tipo de sueño del que uno debería despertar en paz, con una llana y descansada sonrisa en la cara. Y posiblemente a eso se debió que cuando abrió los ojos y vio a dos personas desconocidas mirándola fijamente, se llevó un susto tan grande que a su corazón le llevó cinco minutos completos volver a latir con normalidad. -¿Quiénes son ustedes?
Las palabras ya le habían salido por la boca cuando comprendió quiénes tenían que ser, necesariamente: el señor y la señora Crabtree, los cuidadores de Mi Cabaña. -¿Quién es usted? -preguntó el hombre, en un tono no menos belicoso.

-Katniss Everdeen-respondió ella, atragantándose-. Eh... yo... -apuntó a Peeta, desesperada-. Él...

-¡Dígalo, muchacha!- ¡No la torturen! -graznó el enfermo. Las tres cabezas se giraron hacia Peeta. - ¡Está despierto! -exclamó Katy. -Quisiera Dios que no lo estuviera -masculló él-. Me arde la garganta como si tuviera fuego ahí. -¿Quiere que le vaya a buscar otro poco de agua? -le ofreció Katy, solícita.
-Té, por favor. Ella se levantó de un salto. -Iré a prepararlo.
-Iré yo -dijo firmemente la señora Crabtree. -¿Quiere que la ayude? -preguntó Katy, tímidamente. Algo en ese par la hacía sentirse diez años mayor. Los dos eran bajos y rechonchos, pero irradiaban autoridad.
La señora Crabtree negó con la cabeza.

-Buena ama de llaves sería yo si no supiera preparar un té. Katy tragó saliva; no sabía si la señora Crabtree estaba enfadada o hablaba en broma.
-No fue mi intención dar a entender que...

La señora Crabtree interrumpió la disculpa agitando la mano. -¿Le traigo una taza? -A mí no debe traerme nada. Soy una c...

-Tráigale una taza -ordenó Peeta.
-Pero...
-Silencio -gruñó él apuntándola con el dedo. Después miró a la señora Crabtree con una sonrisa que podría haber derretido una cumbre de hielo-: ¿Tendría la amabilidad de añadir una taza para la señorita Everdeen en la bandeja? -Desde luego, señor Mellark, pero ¿podría decirle ...?
-Puede decirme lo que quiera cuando vuelva con el té -le prometió él. Ella lo miró severa. -Tengo mucho que decir.
-De eso no me cabe la menor duda.

Peeta, Katy y el señor Crabtree guardaron silencio mientras la señora Crabtree salía de la habitación, y cuando ya se había alejado bastante y no podía oír, el señor Crabtree se echó reír.- ¡Le espera una buena, señor Mellark! Peeta sonrió débilmente. El señor Crabtree se volvió hacia Katy y le explicó:-Cuando la señora Crabtree dice que tiene mucho que decir, es que tiene mucho que decir. -Ah -dijo Katy.
Le habría gustado decir algo más inteligente, pero con tan poco tiempo de aviso, lo único que se le ocurrió fue «ah».
-Y cuando tiene mucho que decir -continuó el señor Crabtree, con la sonrisa más ancha y astuta-, le gusta decirlo con inmenso vigor.

-Por suerte -terció Peeta, sarcástico- tendremos nuestro té para mantenernos ocupados.
El estómago de Katy gruñó audiblemente. Peeta la miró brevemente, con expresión divertida. -Y un buen poco de desayuno, también -añadió-, si conozco a la señora Crabtree.
-Ya está preparado, señor Mellark -asintió el señor Crabtree-. Vimos sus caballos en el establo esta mañana, al volver de la casa de nuestra hija, y la señora Crabtree se puso a trabajar en el desayuno inmediatamente. Sabe cuánto le gustan los huevos. Peeta miró a Katy y le sonrió con expresión de complicidad: -Me encantan los huevos. A ella volvió a gruñirle el estómago.
-Pero no sabíamos que estaba acompañado -dijo el señor Crabtree. Peeta se echó a reír, y al instante hizo un gesto de dolor. -No me imagino que la señora Crabtree no haya preparado comida suficiente para un pequeño ejército. -Bueno, no tuvo tiempo para preparar un desayuno adecuado, con pastel de carne y pescado -explicó el señor Crabtree-, pero creo que tiene tocino, jamón, huevos y tostadas. Esta vez el estómago de Katy lanzó un rugido. Ella se puso la mano en el estómago, resistiendo apenas el deseo de sisearle « ¡Cállate!». -Debería habernos dicho que venía -continuó el señor Crabtree-. No habríamos ido de visita si lo hubiéramos sabido.
-Fue una decisión de último momento -explicó Peeta, estirando el cuello a uno y otro lado-. Fui a una fiesta desagradable y decidí marcharme. -¿De dónde viene ella? -preguntó el señor Crabtree haciendo un gesto hacia Katy.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora