Esta cronista ha sabido de muy buena tinta que hace dos días, cuando tomaba el té en Gunter's, a lady Penwood le golpeó un lado de la cabeza una galleta volante. Esta cronista ha sido incapaz de determinar quién arrojó la galleta, pero todas las sospechas apuntan a las clientas más jóvenes del establecimiento: las señoritas Felicity Featherington y Primrose Mellark.
Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 21 de mayo de 1817.
Katy la había besado antes, Peeta la había besado antes, pero nada, ni un solo momento de un solo beso, la había preparado para ese beso. No era un beso. Era el mismo cielo. Él la besaba con una intensidad que casi no alcanzaba a comprender, acariciándola con los labios, rozando, mordisqueando, tentándola, atizando el fuego en su interior, incitándole el deseo de ser amada, el deseo de amar; y, Dios la amparara, cuando la besaba, lo único que deseaba hacer era besarlo también.
Lo oía susurrar su nombre, pero el susurro apenas le llegaba a través del rugido que sentía en los oídos. Eso era deseo; eso era necesiciad. Qué tonta había sido al pensar que podría negarse eso; qué engreimiento el suyo al creer que podría ser más fuerte que la pasión. «Katy, Katy», decía él una y otra vez, deslizándole los labios por las mejillas, el cuello, las orejas. Repetía su nombre tantas veces que parecía penetrarle la piel. Sintió sus manos en los botones de su vestido, sintió soltarse la tela a medida que cada botón salía de su ojal. Eso era todo lo que siempre había jurado no hacer jamás, y sin embargo, cuando el corpiño le bajó a la cintura, dejándola impúdicamente al descubierto, gimió su nombre y arqueó la espalda, ofreciéndose a él como una especie de fruto prohibido. Peeta dejó de respirar cuando la vio. Se había imaginado ese momento muchas veces, todas las noches cuando yacía en la cama, y en todos los sueños cuando estaba durmiendo. Pero eso, la realidad, era mucho más dulce que un sueño, y mucho más erótico. Lentamente dezlizó hacia delante la mano con que le había estado acariciando la espalda para acariciarle la caja torácica. -Eres preciosa -le susurró, incapaz de encontrar palabras más adecuadas.
No había palabras para expresar lo que sentía. Y cuando su temblorosa mano acabó su viaje y se posó sobre su pecho, se le escapó un trémulo gemido.
Ya era imposible encontrar palabras; su necesidad era tan intensa, tan primitiva, que lo despojó de su capacidad de hablar. Demonios, escasamente podía pensar. No sabía cómo esa mujer había llegado a significar tanto para él; tenía la impresión de que un día era una desconocida, y al siguiente le era tan indispensable como el aire. Y sin embargo eso no había ocurrido en un relámpago cegador. Había sido un proceso imprevisto, lento, tortuoso, que le fue coloreando calladamente las emociones hasta que comprendió que sin ella su vida carecía de sentido. Le tocó la barbilla y le levantó la cara hasta poder mirarle los ojos; éstos parecían irradiar luz desde dentro, brillaban con lágrimas no derramadas. A ella también le temblaban los labios, y él comprendió que estaba tan afectada como él por ese momento. Fue acercando su cuerpo lenta, muy lentamente. Quería darle la oportunidad de decir no. Lo mataría si decía no, pero peor sería escucharla lamentarlo en la proverbial mañana siguiente. Pero ella no dijo no, y cuando él estaba a unas pocas pulgadas, ella cerró los ojos y ladeó ligeramente la cabeza, invitándolo silenciosamente a besarla.
Era extraordinario, pero cada vez que la besaba sentía más dulces sus labios, más seductor su aroma. Y aumentaba su necesidad también. Sentía acelerada la sangre de deseo, y tenía que valerse de hasta su última hilacha de control para no tumbarla sobre el sofá y arrancarle la ropa. Eso vendría después, pensó, sonriendo para sus adentros. Esta vez, seguramente la primera para ella, sería lento, tierno, todo lo que soñaba una jovencita. Bueno, tal vez no. Sonrió de verdad. A ella no se le habría ocurrido ni soñar con la mitad de las cosas que iba a hacerle. -¿De qué sonríes? -le preguntó ella. Él se apartó un poco y le cogió la cara entre las manos. -¿Cómo sabes que sonreí?
-Sentí tu sonrisa en mis labios.
Él deslizó un dedo por el contorno de esos labios y luego le rozó la parte carnosa con el borde de la uña. -Tú me haces sonreír -susurró-, cuando no me haces desear chillarte, me haces sonreír. A ella le temblaron los labios y él sintió su aliento, caliente y húmedo en el dedo.
Le cogió la mano y se la llevó a la boca, y con un dedo de ella se rozó los labios del mismo modo que le había rozado los labios a ella. Al verla agrandar los ojos, se metió el dedo en la boca y se lo chupó suavemente, lamiéndole y mordisqueándole la yema. Ella ahogó una exclamación, en un sonido dulce y erótico al mismo tiempo. Eran miles las cosas que deseaba preguntarle, por ejemplo, cómo se sentía, qué sentía, pero lo aterraba que ella se echara atrás si él le daba la oportunidad de poner en palabras alguno de sus pensamientos. Por lo tanto, en lugar de hacerle preguntas, le dio besos, posando otra vez sus labios sobre los de ella, en una atormentadora y escasamente controlada danza de deseo. Susurrando su nombre como una bendición, la fue haciendo descender sobre el sofá rozándole la espalda desnuda contra la tela del respaldo.
-Te deseo -gimió-. No puedes imaginarte cuánto. No tienes idea. La única reacción de ella fue un suave y ronco gemido que pareció salirle del fondo de la garganta. Eso fue como echarle aceite al fuego que ardía dentro de él, y la aferró más fuerte con los dedos, enterrándoselos en la piel, mientras deslizaba los labios por la esbelta columna de su cuello. Fue bajando, bajando los labios, dejándole una estela caliente en la piel, deteniéndose muy brevemente cuando llegó al comienzo de la elevación de su pecho. Ella ya estaba completamente debajo de él, sus ojos velados de deseo. Y eso era muchísimo mejor que cualquiera de sus sueños.
Y vaya si había soñado con ella. Emitiendo un posesivo gruñido, se introdujo el pezón en la boca. A ella se le escapó un gritito, y él no pudo reprimir un ronco rugido de satisfacción.
-Shhh -la arrulló-, déjame...- Pero... Él le puso un dedo sobre los labios, tal vez con demasiada fuerza, pero es que se le estaba haciendo cada vez más difícil controlar sus movimientos.
-No pienses. Limítate a reposar la cabeza en el sofá y deja que yo te dé placer. Ella pareció dudosa, pero cuando él pasó la boca al otro pecho y reanudó su asalto sensual, a ella se le velaron más los ojos, entreabrió los labios y apoyó la cabeza en los cojines. -¿Te gusta esto? -susurró él, siguiendo el contorno del pezón con la lengua. Katy no logró abrir los ojos, pero asintió. -¿Te gusta esto? -preguntó él, bajando la lengua por el costado del pecho y mordisqueando la sensible piel de más abajo. Ella asintió, con la respiración superficial y rápida. -¿Y esto? -Le bajó más el vestido, y deslizó la boca hacia abajo, mordisquéandole suavemente la piel hasta llegar al ombligo. Esta vez Katy ni siquiera logró hacer un gesto de asentimiento. Dios santo, estaba prácticamente desnuda ante él y lo único que era capaz de hacer era gemir, suspirar y suplicar que continuara. -Te necesito -susurró, jadeante. -Lo sé -dijo él con la boca sobre la suave piel del abdomen. Katy se agitó debajo de él, nerviosa, amilanada por esa primitiva necesidad de moverse. Sentía expandirse algo raro dentro de ella, una especie de calor, de hormigueo. Era como si ella misma se estuviera expandiendo, como preparándose para estallar, para salirse a través de la piel. Era como si, después de veintidós años de vida, estuviera por fin cobrando vida. Deseosa de sentir la piel de él, le cogió la camisa de fino lino y la tironeó hasta sacarla de las calzas.
Lo acarició, deslizando las manos por la parte inferior de su espalda, sorprendida y encantada al sentir estremecerse sus músculos al contacto con sus manos.
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Con todo mi corazon
RomanceTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...