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¿El hijo de un conde? Vaya, vaya, cómo has prosperado, hermano mío. Espero que no sea demasiado insoportable. DE KATNISS EVERDEEN A SU HERMANO THOMAS.

Varias horas después, mientras Katniss seguía al joven y alegre teniente a quien habían asignado para escoltarla al Devil's Head, se preguntó cuándo dejaría de palpitar su corazón. ¡Cielo santo! ¿Cuántas mentiras había dicho esa tarde? Había intentado que sus respuestas fueran lo más cercanas posible a la verdad, para calmar su conciencia y porque no tenía ni idea de qué otra manera podía controlar toda la situación. Debió haberle dicho la verdad a Peeta. Realmente había estado a punto de decírsela, pero el coronel Stubbs había vuelto con el médico. De ningún modo iba a confesarse frente a semejante público. Sin duda, la habrían echado del hospital de un puntapié, y Peeta aún la necesitaba. Ella todavía lo necesitaba. Estaba sola en una tierra muy extraña. Estaba a punto de quedarse sin dinero.
Y ahora que su motivo para mantenerse firme se había despertado, por fin podía admitir que estaba muerta de miedo.
Si Peeta la repudiaba, pronto estaría en la calle. No le quedaría más remedio que volver a Inglaterra, y no podía, no sin antes descubrir qué le había ocurrido a su hermano. ¡Había sacrificado tanto por hacer ese viaje! Necesitó hasta su última gota de valentía. No podía darse por vencida ahora. Pero ¿cómo podía continuar mintiéndole? Peeta Mellark era un buen hombre. No merecía que nadie se aprovechara de él de una forma tan descarada. Además, era el mejor amigo de Thomas. Se habían conocido cuando ingresaron en el ejército, y como oficiales del mismo regimiento habían sido enviados a América del Norte al mismo tiempo. Hasta donde Katniss sabía, habían servido juntos desde entonces. Ella sabía que Peeta le tenía cariño. Si le decía la verdad, sin duda comprendería por qué le había mentido. Querría ayudarla. ¿O no?Pero todo eso no venía al caso. O, por lo menos, podía postergarse hasta el día siguiente. El Devil's Head estaba al final de la calle, y la aguardaba con la promesa de una cama cálida y una comida abundante. Sin duda se lo merecía. Objetivo para ese día: no sentir culpa. Al menos no por comer una comida decente.

—Ya casi hemos llegado —anunció el teniente con una sonrisa. Katniss respondió inclinando la cabeza. Nueva York era un lugar tan extraño...
Según la mujer a cargo de su pensión, había más de veinte mil personas amontonadas en un área no muy grande en la punta sur de la isla de Manhattan. Katniss no estaba segura de cuál había sido la población antes de la guerra, pero le habían dicho que había aumentado vertiginosamente cuando los británicos habían hecho de la ciudad su cuartel general. Había soldados con uniformes escarlata por todas partes, y todos los edificios disponibles se habían visto obligados a albergarlos. Los partidarios del Congreso Continental se habían retirado de la ciudad hacía mucho tiempo, pero en su reemplazo había llegado una avalancha de refugiados leales a la corona en busca de protección británica.
Sin embargo, lo más extraño, por lo menos para Katniss, eran las personas de color. Nunca antes había visto personas con una piel tan oscura, y se había sorprendido al ver tantas en la animada ciudad portuaria.

—Son esclavos fugitivos —dijo el teniente al ver que Katniss miraba a un hombre de piel oscura que salía de la herrería al otro lado de la calle.

—Perdón, ¿cómo dice?—Llegaron a centenares —respondió el teniente, encogiéndose de hombros—. El general Clinton los liberó a todos el mes pasado, pero nadie en los territorios patriotas obedece la orden, de modo que los esclavos se han fugado y han acudido a nosotros. —Frunció el ceño—. Para ser sincero, no creo que haya sitio para todos. Pero no puede culparse a un hombre por querer ser libre.

—No —murmuró Katniss, mirando por encima del hombro. Cuando se volvió al teniente, este ya había llegado a la entrada del hostal Devil's Head.

—Hemos llegado —dijo, sujetando la puerta para ella.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora