Amable, ya lo creo. La mocosa se traía algo entre manos. Aunque Peeta no tenía ni idea de qué se trataba. Le había creído cuando ella dijo que no planeaba fugarse. Era demasiado inteligente para eso. Suponía que podía intentar algo cuando regresaran a suelo británico, pero no antes. Pero cuando llegaran a suelo británico..., él querría deshacerse de ella, ¿no? —¿Ocurre algo? —oyó que ella preguntaba—.
De pronto parece muy escéptico. Él la miró. Cabello castaño, ojos grises, vestido azul...
Nada había cambiado.
Y, sin embargo, él se sentía diferente. Pero no era debido a ella, se dijo a sí mismo. Era cierto que su presencia había hecho que esté viaje fuera diferente a cualquier otro, pero ella no era el motivo de su desasosiego. Hacía ya varios meses que no se sentía del todo bien. Algo en su interior había cambiado. Se sentía descentrado. Inquieto.
Era una sensación que para él solía significar que era hora de zarpar. La suya no era un alma que pudiera permanecer en un sitio durante mucho tiempo. Era una realidad básica de su existencia, tanto como su humor descarado, sus ojos azules o su fascinación por las cosas mecánicas. Por ese motivo les había suplicado a sus padres que le permitieran abandonar Eton el último año y sumarse a la Marina. Por eso ellos se lo habían permitido, aunque Peeta sabía que hubiesen preferido que finalizara sus estudios. Ni siquiera intentaron sugerir que fuera a Cambridge, a pesar de que Peeta siempre había sentido pasión por la ingeniería y la arquitectura, y podría haber tenido algún tutor. Nunca habría podido soportar los tres años de Universidad. O, por lo menos, no en aquel entonces. Ni siquiera podía quedarse sentado. Las conferencias y los seminarios habrían sido para él una absoluta tortura. Sin embargo, era un desasosiego diferente el que había echado raíces en su pechuga ultimamente. Una necesidad de cambio, sí, pero no un cambio constante. Volvió a visualizar esa casa de campo, la que le rondaba por la cabeza desde hacía tanto tiempo. Cada vez que pensaba en ella había cambiado un poco...
Un enrejado por aquí, un nuevo trabajo en piedra por allá...
Y, por supuesto, nunca estaba muy seguro de su tamaño. ¿Quería vivir solo? ¿Tener una familia?No podía ser demasiado pequeña, decidió. Aunque nunca tuviera su propia familia, necesitaría mucho espacio para sus sobrinas y sobrinos. Los niños necesitaban espacio para corretear y explorar. Su propia niñez había sido magnífica. Los niños Mellark y Everdeen habían formado su propia pequeña tribu y tenían dos fincas enteras para jugar. Pescaban y trepaban árboles, y habían creado todo tipo de historias imaginarias con príncipes y caballeros, piratas y reyes. Y, por supuesto, Juana de Arco y la reina Isabel, porque Billie Everdeen se había negado a ser la dama en apuros. Cuando llovía jugaban a juegos de mesa y construían castillos de naipes suponía que allí también habían aprendido muchas lecciones, pero incluso esas habían sido divertidas gracias a los tutores que sus padres habían sabido elegir con tanto acierto. Ellos entendían que aprender podía ser divertido, que nada ganaban con una servil devoción por la disciplina, por lo menos, no con niños cuyas edades tenían solo una cifra.
Sus padres eran personas sabias. Era irónico y Peeta suponía, lógico que ninguno de sus hijos lo supiera hasta que fueron adultos. Tenía una necesidad imperiosa de volver a ver a su familia. Había pasado demasiado tiempo. —¿Capitán James?La señorita Everdeen estaba ahora de pie junto a él; ni siquiera se había dado cuenta de que se había levantado de la mesa. —¿Capitán James? —repitió ella—. ¿Se encuentra bien?—Lo siento. —Peeta se zarandeó a sí mismo mentalmente—. Solo pensaba...
—La verdadera que no había motivo para no decirle la verdad—. Pensaba en mi familia.—Ah, sí, su hermano —repuso ella, entrecerrando los ojos con algo parecido a la picardía—. El que no exagera. Está casado con alguien espantoso que odia las fresas. Y así de fácil, ella lo hizo reír.
—Le aseguro que no se la podría considerar espantosa. De hecho, le caería bien. Ella...
Pero calló. Había estado a punto de contarle cómo Cecilia cruzó el océano para buscar a su hermano herido, cómo simuló estar casada con un hombre que había perdido la memoria para poder seguir cuidando sus heridas. Cecilia no se consideraba a sí misma especialmente audaz o testaruda, tampoco ahora, y a menudo decía que sería feliz si no tuviera que volver a viajar a más de ochenta kilómetros de su casa. Pero cuando fue necesario, cuando otros la necesitaron, encontró su fortaleza. Peeta no podía revelar más información sobre su familia.
Ni siquiera debió haber mencionado el nombre de Edward. Sin embargo, ¿qué familia no tenía algún Edward en una rama reciente de su árbol genealógico? Pero si empezaba a hablar sobre George, Nicholas y Mary..., esa combinación de nombres era bastante más peculiar. Y si el George mencionado antes estaba casado con Billie, la prima de Katniss...
—¿Los echa de menos? —preguntó la señorita Everdeen. —¿A mi familia? Por supuesto. Todo el tiempo.
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Con todo mi corazon
RomanceTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...