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Katniss no cerró los ojos. No podía perderse aquel momento. No quería. Y, en efecto, vio exactamente el momento en que Peeta se rindió, el instante mismo en que supo que él ya no podía negarse a ella. O a sí mismo. Sin embargo, aunque vio ese momento, no ocurrió lo mismo con el siguiente. Él avanzó con tanta rapidez que, literalmente, le quitó el aliento. En un instante vio cómo se encendía y llamaba el deseo en sus ojos, y acto seguido su boca estuvo sobre la de ella, salvaje y hambrienta. Despiadada. Comparado con el otro, el beso bajo las estrellas, en la cubierta del Infinity, aquel beso parecía de una especie diferente.
Si su primer beso había sido mágico, aquel era animal. Katniss se sintió envuelta, abrumada, casi desprevenida. Él la besó como un hombre poseído, quizás hasta como un hombre que no tenía nada que perder. Su boca era exigente, casi implacable, y algún rincón de ella que aún mantenía la cordura se preguntaba si él la estaba castigando por haberlo empujado hasta el límite. Debió de haber sentido temor. Su pasión, por fin desatada, era algo primario, peligroso. Pero ella también se sentía peligrosa.Temeraria.
Era algo increíble.
Así que ella también lo besó. No tenía ni idea de lo que hacía, pero parecía algo instintivo. Solo sabía que deseaba más. Más de sus caricias, más de su calor. Más de él. Entonces, cuando la lengua de él irrumpió en su boca y la exploró, ella hizo lo mismo con la suya. Cuando él mordisqueó su labio inferior, ella mordisqueó el labio superior de él. Y cuando las manos de él descendieron por su espalda y rodearon su trasero, ella hizo lo mismo con sus manos.
Él se apartó, casi sonriendo.
—¿Me imitas?
—¿No debería?
Él la apretó ligeramente.
Ella también. Él llevó una de sus manos a su cabello y envolvió su puño con un grueso mechón.
Ella hundió ambas manos en su rebelde melena, y lo atrajo hacia sí buscando otro beso.

—Siempre has sido una alumna aplicada —murmuró él sobre sus labios. Ella rio, y le encantó sentir su propia risa en la piel de él.

—Lo dices como si me conocieras desde hace más de una semana.
—¿Solo ha sido una semana? —Los giró a ambos hasta que la espalda de Katniss estuvo en la cama—. Siento que te conozco desde siempre.
Las palabras de él resonaron en su interior y abrieron algo que ella temía examinar. Ella también sentía que lo conocía desde siempre, como si hubiese cosas que podía decirle a él y que no compartiría con nadie más. Si ella hacía una pregunta tonta él podía reírse, pero solo porque sentía regocijo ante su curiosidad, no porque ella le pareciera curiosa.
Él tenía secretos, de eso estaba segura, pero a él lo conocía. Lo conocía por dentro. —¿Cómo has hecho eso? —murmuró él.
Katniss no estaba segura de lo que él le preguntaba, pero no le importó. Volvió a rodear su cuello con los brazos, y con el movimiento sus caderas avanzaron y se colocaron sobre sus fuertes muslos.

—Katniss —gimió él—. ¡Dios mío, Katniss!
—Peeta —susurró ella. Había usado su nombre tan pocas veces... Parecía una caricia en sus labios.

—Me encanta tu cabello —dijo él, utilizándolo para acercar el rostro de ella al suyo—. Todas las noches eran una tortura cuando miraba cómo te quitabas las horquillas y lo trenzabas.

—Pero intentaba hacerlo cuando no mirabas.
—Intentabas —subrayó él—, pero soy un maldito fisgón. No me decidía cómo me gustaba más: si suelto, para poder ver el juego de la luz en cada mechón —soltó el rizo que tenía en su mano y lo dejó rebotar sobre su espalda— o recogido, para poder imaginar que yo mismo te quitaba las horquillas.
—¿Y la trenza?
—Ah, también me encantaba. No imaginas las ganas que tenía de tirar de ella. —¿Para poder meterla en un frasco de tinta? —dijo ella, bromeando al recordar que sus hermanos le hacían eso.

—Eso sería un crimen —murmuró—. ¿No acabo de decirte que me encanta observar todos tus colores? —Pasó sus dedos por la cabellera. Katniss no podía imaginar qué le parecía tan interesante, pero era evidente que le gustaba, y, ¡Dios mío!, la hacía sentirse hermosa.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora