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Unas semanas más tarde.

Era extraño, pensó Katniss, cómo podía llegar a cambiar todo en un mes. Y, sin embargo, nada había cambiado. Ella estaba cambiada. No era la misma persona que asistía a las veladas en Londres y exploraba cuevas en la costa de Dorset. Nunca más sería esa muchacha. Pero para el resto del mundo, era la misma de siempre. Era la señorita Katniss Everdeen, sobrina de los influyentes vizconde y vizcondesa Everdeen. Era una joven dama educada, no el mejor partido (después de todo, su tío era quien ostentaba el título, no su padre, y, además, nunca había tenido una dote considerable). Aun así, era un buen partido para cualquier joven que quisiera distinguirse.
Nadie sabía que había viajado a Portugal.
Nadie sabía que había sido secuestrada por piratas.
Ni por una pandilla de delincuentes portugueses.
Ni tampoco, de hecho, por el enviado británico a Portugal. Nadie sabía que había conocido a un apuesto capitán de barco que debió haber sido arquitecto, ni que probablemente él le había salvado la vida, y quizás ella había sacrificado la de él. Maldito Gobierno británico. El señor Walpole le había dejado bien claro que debía mantener la boca cerrada cuando regresara a Inglaterra. Cualquier pregunta indiscreta podía entorpecer sus esfuerzos por rescatar al capitán James, le había advertido. Katniss le había preguntado cómo sería eso posible, si el capitán James estaba en Portugal y ella estaría en Inglaterra.
Al señor Walpole su curiosidad no le pareció nada divertida. De hecho, declaró: —Su curiosidad no me parece nada divertida. A lo cual Katniss había respondido: —¿Qué significa eso? —Limítese a mantener la boca cerrada —le ordenó el enviado—. Cientos de vidas dependen de ello. Katniss sospechaba que exageraba, quizás hasta fuera una mentira descarada. Pero no podía arriesgarse. Porque la vida de Peeta dependía de ello. Cuando Katniss llamó a la puerta del señor Walpole, no imaginaba que la sacarían de Portugal antes de saber el destino de Peeta. El enviado no perdió el tiempo para enviarla de regreso a Inglaterra. La subieron a un barco al día siguiente, y cinco días después ya estaba en el Real Astillero de Chatham, donde le entregaron un monedero con dinero suficiente para alquilar un carruaje rumbo a la residencia de lord y lady Everdeen en Kent. Podría haber ido a su casa, pero el viaje a Aubrey Hall solo llevaba dos horas, y Katniss no estaba en condiciones de hacer una parada nocturna sin acompañante en una posada camino a Somerset. Debió de hacerle gracia que eso le preocupara, después de haber pasado seis días siendo la única mujer en un barco a Lisboa. Y más tarde, una noche a solas con el capitán James.
Peeta. Quizás ahora debía llamarlo Peeta. Si aún estaba vivo. Katniss había tardado varios días y unas pocas mentiras en resolver todos los detalles...
o, másbien, la falta de detalles, con respecto a su ausencia de dos semanas. Ahora sus primos creían que había estado con Elizabeth, Elizabeth creía que había estado con sus primos, y a sus padres les había enviado una carta algo ambigua en la que les informaba de que, después de todo, había aceptado la invitación de la tía Alexandra y que estaría en Kent durante un tiempo indeterminado. Y si alguien tenía alguna duda, no hacía preguntas. O, por lo menos, todavía no.
Sus primos fueron muy discretos; sin embargo, tarde o temprano les podría dar curiosidad. Después de todo, Katniss había llegado...
Inesperadamente.
Sin equipaje.
Vestida con un traje arrugado que le quedaba pequeño. Pensándolo bien, Katniss suponía que debía estar agradecida de que el vestido le hubiese quedado tan bien. Su vestido azul ya no tenía arreglo cuando llegó a casa del señor Walpole; debieron enviar a una criada a comprar otro vestido para reemplazarlo. No era nada que Katniss hubiese elegido, pero estaba limpio, y era mucho más de lo que Katniss podía decir de sí misma en aquel momento.

—¡Ah, ahí estás! Katniss levantó la mirada y vio a su prima Georgiana al otro lado del jardín. Georgie tenía solo un año menos que Katniss, pero por algún motivo había logrado escaparse de una temporada en Londres.
La tía Alexandra había dicho que se debía a la salud delicada de Georgie, pero apartede su tez pálida, Katniss nunca había visto nada especialmente enfermizo en ella. Por ejemplo, ahora Georgie se acercaba por el césped a toda velocidad, sonriendo con satisfacción mientras se acercaba. Katniss suspiró. Lo último que quería ahora era tener una conversación con alguien que rebosaba tanta alegría. Ninguna conversación, de hecho.
—¿Cuánto tiempo hace que estás aquí? —preguntó Georgie después de sentarse al lado de Katniss. Katniss se encogió de hombros.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora