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Peeta no tenía ni idea de dónde se encontraban.
De regreso a la taberna, sin mucha ceremonia, los habían subido a él y a Katniss a un carro. Habían viajado durante más de una hora, pero con una capucha en la cabeza (y con una pesada manta que habían arrojado sobre ambos), apenas pudo encontrarle sentido al viaje. De lo único que estaba seguro era de que viajaban pendiente arriba. Sin embargo, no era un dato relevante. Habían partido a nivel del mar; cualquier dirección que tomaran sería siempre hacia arriba.
Los trasladaron al interior de un edificio, luego los hicieron subir un tramo de escaleras hasta una habitación en la parte trasera. Una puerta se cerró con llave, y luego alguien tiró de la capucha de Peeta desde atrás y se la quitó de la cabeza. Por el ángulo en que lo hizo, la arpillera raspó su rostro. Esperaba que lo cegara la luz del sol, pero el aire era pesado y la luz, tenue.
La habitación tenía una sola ventana y estaba tapada por persianas exteriores de madera,
que estaban bien cerradas y supuestamente sujetas con clavos. Se volvió justo a tiempo para ver que uno de los hombres agarraba la capucha de Katniss y sela arrancaba. Ella tomó una gran bocanada de aire en cuanto quedó descubierta, y aunque parecía un poco débil, estaba ilesa. Había hecho calor y estaba pegajoso debajo de esa manta, y tras su reacción cuando le pusieron la capucha de arpillera, Peeta había temido que ella tuviese otro ataque de ansiedad. Había intentado hablarle en el carro, ya que eso parecía ayudarla, pero fuere compensado con un golpe en la cabeza del hombre que iba con ellos en la parte de atrás. No le dolió, ya que la manta había absorbido gran parte del impacto, pero si era una advertencia, había surtido efecto. Peeta mantuvo la boca cerrada y no intentó nada más. No tenía otra opción. Lo cual era irritante. Le vino a la memoria aquella ocasión (debió de haber sido el primer o segundo día de Katniss a bordo del Infinity) en la que él le había preguntado por qué era tan amable. Ella había respondido que no tenía motivos para no serlo. No podía escapar en mitad del mar. En aquella ocasión él la había considerado sumamente sensata. Todavía lo creía, o eso suponía. Sin embargo, ahora se daba cuenta de que no había comprendido nada. Lo impotente que ella debió de sentirse al ser obligada a aceptar dócilmente su futuro.
No tenía nada de satisfactorio elegir la mejor opción cuando todas las opciones eran espantosas. Él no pudo dejarla en Inglaterra; no cuando había recibido órdenes tan estrictas de transportar la valija diplomática a Portugal y al mismo tiempo preservar el secreto sobre la ubicación de la cueva hasta que el emisario del primer ministro fuera allí a buscar los documentos que él había traído de España. De hecho, no había tenido más remedio que llevarse a Katniss con ellos en el viaje. Sin embargo, podía haber sido más comprensivo. Más... ¿compasivo? Más algo. Pudo haber sido más algo. Quizá más sincero. Ella ni siquiera conocía su auténtico nombre. La miró, tratando de hablar con la mirada, dado que aún no se atrevía a emitir sonido. Ella pareció entender; abrió mucho los ojos y apretó los labios. Los dos hombres que los había llevado a esa casa aún estaban de pie junto a la puerta y hablaban muy rápido entre sí en portugués. Mientras los hombres hablaban, Peeta observó detenidamente el lugar donde estaban. Era un dormitorio; nada grande ni lujoso, pero hasta donde él veía, lo tenía cuidado y limpio.
La decoración era un poco mejor que la que podía encontrarse en una posada; quién quiera que viviese aquí gozaba de cierta riqueza. Peeta captó algunas palabras de la conversación: «dinero», «hombre», «mujer». Le pareció que uno había dicho «siete», aunque no sabía con qué podía relacionarse. Y quizá tampoco había oído bien. Era posible que la única razón por la que había reconocido «hombre», «mujer» y «dinero» era porque esperaba escuchar esas palabras. «Mañana». «Estúpido». «Casa». También le pareció oír esas palabras. De pronto los hombres se volvieron, y uno de ellos hizo un gesto con la mano en su dirección mientras gritaba una orden. Quería que se movieran. Peeta empujó a Katniss con su hombro, y ambos caminaron hacia atrás hasta que sus pantorrillas chocaron contra la cama. Katniss lo miró con los ojos muy abiertos e inquietos, y él negó ligeramente con la cabeza. Nada de preguntas. Todavía no. Los hombres parecieron animarse mientras hablaban, y luego Peeta vio el destello de un cuchillo. No pensó. No tenía tiempo para pensar. Simplemente saltó, tratando de cubrir el cuerpo de ella con el suyo. Pero con sus manos atadas, su movimiento fue torpe y desequilibrado. Katniss soltó un gruñido mientras caía sobre la cama, y Peeta cayó al suelo, sintiéndose extremadamente tonto.
El hombre con el cuchillo se acercó a ellos, y literalmente puso los ojos en blanco mientras agarraba a Katniss de las muñecas y cortaba sus ataduras. Miró a Peeta.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora