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Por la mente de Peeta pasó un buen número de cosas al oír el anuncio de su padre. «¿Qué acaba de decir? ¿Está loco?». «Debe de estar loco». «Sí, estoy seguro de que está loco». «Un momento, ¿he oído bien?». Y como colofón: «¿SE HA VUELTO LOCO?». Sin embargo, lo que dijo fue:—¿Cómo ha dicho?
—Que debes casarte con ella —repitió su padre.
Lo que demostró que a) lo había oído bien y b) su padre se había vuelto loco de remate. Peeta se bebió el brandi de un trago.

—No puedo casarme con Katniss —dijo.—¿Por qué no? —Porque... porque...
—Había tantas razones que no podía unirlas en una sola frase. Su padre enarcó una ceja. —¿Estás casado con otra? —¡Claro que no!—¿Has prometido casarte con otra? —¡Por el amor de Dios, padre...!
—En ese caso, no veo ninguna razón por la que no puedas cumplir con tu deber. —¡No es mi deber! —estalló Peeta. Su padre lo miró fijamente, con dureza, y él se sintió de nuevo como un niño al que regañaban por una pequeña infracción. Pero de lo que hablaban no era pequeño. Se trataba del matrimonio. Y aunque casarse con Katniss Everdeen podría ser lo correcto y lo honorable,
no era una decisión fácil y desde luego que no era su deber. —Padre —lo intentó de nuevo—, no estoy en condiciones de casarme.

—Por supuesto que sí. Tienes veintisiete años, una mente sana y buena salud. —Vivo en una habitación arrendada en Edimburgo. Ni siquiera tengo ayuda de cámara.
Su padre agitó una mano.—Eso es fácil de remediar. Podemos conseguirte una casa en la parte nueva de la ciudad. Tu hermano conoce a varios de los arquitectos que participan en la planificación. Será una inversión excelente. Peeta solo atinó a mirarlo en un primer momento. ¿Su padre estaba hablando de inversiones inmobiliarias? —Considéralo un regalo de bodas. Peeta se llevó una mano a la frente y se frotó las sienes con el pulgar y el corazón. Necesitaba concentrarse. Pensar.
Su padre seguía hablando, ahondando en el tema del deber y dela integridad, y de los arrendamientos de noventa y nueve años, y a él empezaba a dolerle el cerebro. —¿Sabe lo que supone estudiar Medicina? —le preguntó a su padre, con los ojos cerrados por detrás de la mano—. No tengo tiempo para una esposa. —Ella no necesita tu tiempo. Necesita tu apellido. Peeta apartó la mano y miró a su padre.

—Está hablando en serio. Su padre lo miró con una expresión que decía: «¿No me has estado escuchando?». —No puedo casarme con una mujer a sabiendas de que la voy a desatender.

—Espero que no sea así —replicó su padre—. Solo intento señalar que tu cooperación en este asunto no significa que vaya a repercutir de forma negativa en tu vida en este momento tan crucial.

—Demasiadas palabras para decirme, efectivamente, que sea un mal marido.
—No, demasiadas palabras para decirte que, efectivamente, te conviertas en el héroe de una muchacha. Peeta puso los ojos en blanco.
—Después de lo cual puedo ser un mal marido.
—Si así lo deseas...
—repuso su padre en voz baja. No supo cuánto tiempo miró a su padre con incredulidad. Se obligó a apartar la mirada cuando se dio cuenta de que negaba lentamente con la cabeza. Se dirigió a la ventana, usándola como excusa para poner su atención en otro lugar.
No quería mirar a su padre en ese momento. No quería pensar en él ni en su desquiciada propuesta.
No, no era una propuesta, ¿verdad? Era una orden. Su padre no le había dicho: «¿Te gustaría casarte con Katniss?». Le había dicho: «Debes casarte con ella». No era lo mismo.

—Puedes dejarla en Kent —dijo su padre después de lo que debió de considerar un tiempo apropiado de reflexión—. No es necesario que te acompañe a Edimburgo. De hecho, probablemente no quiera ni acompañarte a Edimburgo. No creo que haya estado nunca allí. Peeta se dio media vuelta.

—Todo depende de ti, por supuesto —siguió su padre—. El sacrificio es tuyo.
—Es extraño pensar que así es como pretende convencerme —comentó él. Sin embargo, estaba claro que estaban hablando de dos cosas distintas, porque su padre dijo en ese momento:
—Solo es un matrimonio.
Al oír eso, Peeta resopló.
—Dígale eso a mi madre, y después venga y me lo repite. La expresión de su padre se volvió malhumorada.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora