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Una vez que se anunció el compromiso, la rapidez con la que todo avanzó fue asombrosa.

Peeta estaba impresionado. O, mejor dicho, estaría impresionado de no haber estado tan frustrado. Y tan abrumado. Aunque sobre todo estaba frustrado.
Ese beso..., el que él sugirió de forma tan sibilina cuando murmuró «Vamos a intentarlo de nuevo, ¿quieres?». Un desastre.
Se había inclinado para besar a Katniss y, la verdad, no sabía qué había pasado —¿habría saltado ella?—, porque sus frentes se golpearon con tanta fuerza que retrocedió, sorprendido. No llegó a ver estrellitas. Parecía demasiado exagerado para el ramalazo de dolor que le atravesó el cráneo. Las estrellitas eran bonitas, y aquello no lo fue.
Lo intentó de nuevo, por supuesto. Había pasado veinte minutos en un incómodo estado de excitación. Y ella le había dejado muy claro que quería que la besara.
Y además iba a casarse con ella. Así que sí. Se propuso intentarlo de nuevo.
La verdad, creyó ser bastante comedido teniendo en cuenta que había cabalgado desde la granja hasta Aubrey Hall entre las piernas desnudas de su futura esposa. Ella había intentado mantener el decoro tapándose con la bata, pero solo le duró treinta segundos. Aunque mantuvo siempre la vista al frente (al menos lo hizo la mayor parte del tiempo) para evitar ver cómo se reflejaba la luz de la luna sobre su pálida piel, también tuvo que soportar el roce de sus pechos, que tenía pegados a la espalda, y de sus manos, que ella había entrelazado delante de su abdomen.
Toda. Toda ella estaba pegada contra él, y para cuando llegaron a Aubrey Hall, tenía una erección tremenda, algo de lo más incómodo cuando se montaba a caballo.
O cuando se desmontaba.
O cuando se ayudaba a una dama a desmontar de un caballo. Cuando le colocó las manos a Katniss en las caderas, le costó la misma vida no acariciarla por entero. En cambio, la soltó como si se hubiera quemado. Metafóricamente hablando, no iba muy desencaminado. Se colocó las manos por delante porque, ¡por el amor de Dios!, ¿qué otra cosa podía hacer? No podía quedarse allí plantado, con las calzas a punto de reventar. Sin embargo, su primer beso había sido insípido.
Y el segundo simple y llanamente doloroso.
Pensó en un tercero, pero en aquel momento el caballo estornudó. Sobre Katniss. Y se acabó. El sol estaba a punto de salir, su ardor se había enfriado y, la verdad, tenían que hacer planes. Debía volver a casa, informar a sus padres de que Katniss había aceptado su proposición y encargarse de utilizar esa licencia especial. Se casarían al cabo de un día, quizá dos, y después regresaría a Escocia. No sabía muy bien cómo se las arreglarían Katniss y él una vez que llegarán a Edimburgo; estaba bastante seguro de que no podría vivir con él en la habitación que tenía alquilada en la casa de huéspedes. Su padre había dicho algo sobre arrendar una casa en New Town, pero seguramente todo eso llevaría tiempo. Tal vez Katniss quisiera quedarse en Kent hasta que pudieran arrendar algo. Sin embargo, ese no era el momento de tomar esa decisión. Ya lo hablarían más tarde, cuando ella no estuviera en bata y él no llevara en el bolsillo un pañuelo manchado de whisky y de la sangre de Freddie Oakes.
Se despidieron, tal vez con más rigidez de la cuenta, y Peeta volvió a montar.

—¡Espera! —lo llamó Katniss.Hizo girar su caballo. —¿Qué pasa?
—¿Cómo se lo diremos? ¿A nuestras familias?

—Como quieras.
—La verdad, no lo había pensado.

—La tuya ya lo sabe, me imagino.
—Solo mis padres. Y es evidente que no saben todavía que has aceptado. Ella asintió despacio con la cabeza, con ese gesto que ya se había percatado que hacía cuando estaba pensando en algo.
—¿Me acompañarás? —le preguntó—. ¿Cuando yo lo anuncie?
—Como tú quieras.
—Pues sí. Tendrán muchas preguntas. Creo que será más fácil para mí si estás conmigo para compartir la carga.

—En eso consiste el matrimonio —murmuró Peeta. Ella sonrió al oírlo.—¿Quieres que venga a verte dentro de un rato?
—Será un placer. Y eso fue todo. El momento no tuvo nada de romántico, nada que le robara el aliento, ni que le desbocara el corazón ni nada de esas tonterías. Hasta que ella sonrió. Y se quedó sin respiración. Se le desbocó el corazón. Y sintió todas esas tonterías.
Katniss estaba desayunando cuando Peeta llegó. Era lo que habían planeado; quería asegurarse de que sus padres estuvieran en casa cuando él llegara, y como la familia Everdeen mantenía un horario matutino regular, le parecía el mejor momento para que todos estuvieran presentes. Sin embargo, no había previsto que Peeta llegara acompañado de sus padres.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora