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Dos días después Katniss volvió a Edimburgo.
Se suponía que no debería estar allí. O mejor dicho, Peeta no la esperaba. El plan era que él volviera a caballo a Scotsby esa misma noche, pero el señor McDiarmid le había enviado un mensaje a Katniss en el que la informaba de que había que firmar más documentos relacionados con el arrendamiento de su nueva casa. Supuso que Peeta podría haberse ocupado del papeleo a la semana siguiente, pero la verdad era que había estado buscando una excusa para volver a la ciudad. Lo tenía todo planeado: lo sorprendería de nuevo fuera de clase, verían al señor McDiarmid para que Peeta firmara los documentos y después regresarían juntos a Scotsby en el carruaje. Seguramente eso sería más cómodo para él que hacer todo el camino a caballo. Como ya sabía moverse por Edimburgo, al menos lo justo como para llegar al auditorio, fue capaz de convencer a Marian de que no necesitaba que la acompañase. Jameson estaría con ella; el cochero, también. Además, ya no estaba soltera.
No necesitaba carabina cada vez que saliera de casa. Por no mencionar que, con Marian en Scotsby, tendrían el carruaje para ellos solos durante el largo viaje de regreso a casa. Tal vez el matrimonio fuera algo nuevo para ella, pero no era tonta. Claro que antes estaba el trayecto hasta la ciudad. Nunca había tenido problemas para leer en los carruajes, así que llevó el libro de Medicina que Peeta le había prestado para que la ayudara a entretenerse.Introducción a la Práctica de la Medicina, William Cullen, doctor en Medicina.
Hasta el momento solo había conseguido leer el prefacio y la introducción. Cincuenta y dos páginas, así que tampoco podía decirse que se hubiera dormido en los laureles.
El tema era fascinante, pero nunca había leído nada parecido y necesitaba mucha más atención y tiempo que sus lecturas habituales. También había descubierto que Peeta le había dado solo el primer tomo. De cuatro. Tardaría meses en leerlo todo.
Y después pensó en todos los libros que tenía en la estantería de la casa de huéspedes. ¿Los había leído todos? ¿Era posible que un ser humano lo hiciera? Se preguntó si el doctor Simmons, el hombre que le había tratado el asma en Kent, leía libros como Introducción a la Práctica de la Medicina. Según su ejemplar, la fecha de publicación original era 1777. El doctor Simmons tendría más de sesenta años cuando lo escribió. Habría completado su formación médica mucho antes de 1777. ¿Continuó estudiando por su cuenta?¿Estaba obligado a hacerlo? ¿Quién vigilaba a los médicos después de que terminaran sus estudios? ¿Lo hacía alguien? Tenía muchas preguntas. Aunque podían esperar. En cambio, siguió leyendo el libro. Pasó a la primera página de la primera parte. «De las pirexias o enfermedades febriles». Fiebre. Eso sería interesante.Terminó esa página con bastante rapidez y pasó a la siguiente.«Libro uno».
«Un momento, ¿el libro uno de la primera parte?», pensó. Continuó leyendo. «Capítulo uno».
Parpadeó. «Capítulo uno del libro uno de la primera parte». ¡Por el amor de Dios! Al menos el doctor Cullen había dividido su texto en secciones más pequeñas, la mayoría de las cuales no llegaba a media página. El espacio en blanco de la página parecía facilitar la separación de cada tema en su mente. El capítulo uno comenzaba con la sección octava, ya que las secciones de la primera a la séptima formaban parte de la introducción. Por curiosidad, avanzó hasta el final del libro uno. ¡Doscientas treinta y cuatro secciones independientes! ¿Cómo era posible que hubiera doscientas treinta y cuatro cosas diferentes que saber sobre la fiebre? Empezaba a desarrollar un renovado respeto por los estudios de Peeta, y tenía su mérito, porque ya los respetaba muchísimo. Leyó durante una hora, alzando la vista de vez en cuando para ver cómo el paisaje cambiaba al otro lado de la ventanilla. No podía evitarlo. Necesitaba darles un respiro a los ojos. Tal vez por eso el doctor Cullen había dividido su texto en tantas secciones pequeñas. Tal vez entendía que los seres humanos no podían concentrarse en un tema tan difícil durante más de media página seguida. ¿Cómo podía algo tan interesante ser tan difícil de leer? Iba por la sección cuarenta y cuatro, que empezaba en cierto modo de forma desalentadora: «Esto puede ser difícil de explicar...».
Suspiró. También era difícil de entender. Tal vez necesitaba descansar. Cerró los ojos.
Un instante. El tiempo justo para aclararse la mente unos minutos antes de retomar la lectura. Una siesta hasta que...
—¿Señora? ¿Señora Mellark? Katniss abrió los ojos, desorientada. ¿Ya habían...? —Señora —repitió Jameson, que la miraba a través de la portezuela abierta del carruaje—,hemos llegado. A Edimburgo.
Pues sí. Katniss parpadeó para despejarse y se frotó la frente con un gesto muy poco elegante mientras echaba un vistazo por la ventanilla. Se habían detenido en el exterior del auditorio de la Facultad de Medicina. No podrían dejar el carruaje allí durante mucho tiempo.
El plan era que Jameson y ella se apearan, y que el cochero llevara el carruaje a la plaza donde la esperó unos días antes.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora